Cuando recuperé la conciencia luego de la caída tenia a la criatura a menos de un pie de mí. Afortunadamente esta no mostraba señales de vida, su cuerpo se había destruido con la caída. En cuanto al mío, parecía que había usado a la criatura como almohadilla.
Al mirar hacia arriba lograba ver la luz del pasillo por el que había caído. —¡Dani! —Grité, pero no hubo respuesta. No tenía la certeza para suponer que había pasado poco tiempo.
Estaba varado en aquel laberinto subterráneo.
Probablemente era la paranoia, la oscuridad o el temor infectando mis pensamientos, retorciendo mi voz interior hasta despojarme de toda identidad, pero estaba seguro de que alguien me observaba.
Las paredes tenían ojos y oídos. Era carne artificial creada para transmitir odio. Logan había estado jugando con magia negra, fuerzas que están más allá de nuestro entendimiento por buena razón. Creó la partida de ajedrez a su imagen y se coronó rey.
Las paredes expedían unas partículas negras que se aferraban a mi como espinas, dificultaban mis movimientos, tratando de sabotear mi respiración. No necesitaba alucinaciones, esto ya era un infierno con demonios reales, sin lugar a duda estaba viviendo la era oscura. No podía rendirme, en alguna parte de esta pesadilla se encontraban Alisha y Daniela.
En el fondo sabía que las aberraciones solamente eran el inicio, el primer paso de una relación parasítica que terminaría por remplazar a su huésped. Comparado con las bestias sedientas de sangre, yo era un niño asustado. Por más que el perro muestre los dientes eso no lo vuelve un lobo.
Tenía que afrontar la realidad, estaba perdido, no había suficiente luz como para atravesar los túneles, mi única aliada era la luz que aquellos tres orificios en las tapas de alcantarillas del techo me proveían.
Donde estaba aquella voz cuando más la necesitaba, porque siempre tenía que pelear las batallas más difíciles, porque tenía que decidir entre el bien y el mal.
Debía ser fuerte, no porque valorara mi vida, sino por ellos que darían su vida por mí.
Me llené de coraje, apreté los dientes, pateé la tierra, cerré los puños hasta que las uñas me cortaron. —¡Donde estas! —Los gritos hacían eco en los túneles, probablemente tendría a todo l enjambre encima en cuestión de minutos. —Muéstrate, maldito cobarde. ¡Te osas llamar un maldito Dios y no eres capaz de hacer el trabajo sucio tú mismo, en su lugar me tienes a mi como puto mensajero! ¡Nosferatu!
No hubo respuesta, lo único que provoque fue revelar mi posición al enjambre. Volteaba rápidamente examinando cada túnel, escuchando detenidamente los alaridos. En mi última vuelta fui sorprendido por una figura trajeada, su rostro esquelético con la piel pegada, aquellos tonos hueso, ojos rojos. El maldito me había escuchado.
Sacó su mano temblorosa del bolsillo de su vestimenta, mostró ante mis ojos una linterna cubierta de aquella sustancia negra que llevaban por sangre las bestias. Dejo caer esta frente a mis ojos, no tuvo que decir nada, me estaba ayudando.
Me agaché a tomar la linterna, presioné el botón de encendido y un amplio rayo de luz se disparó, esta era mi luz al final del túnel.
La ruta obvia era atravesar por donde sus gritos de terror no provenían, corrí a gran velocidad ignorando las pesadillas y alucinaciones que plagaban mi mente, aquellos ojos no me veían, era la luz, era el fuego, era la estrella de la mañana.
Sabía que estaba cerca de la estación, ya que volvían a aparecer las cámaras inundadas. Debo admitir la desventaja que tenía contra las criaturas, ellas no sentían temor, carecían de toda sensación y su misma falta de sentidos les permitía navegar a ciegas estos lugares.
Conforme las guas se volvían más profundas mi velocidad se veía comprometida, lo que le permitió a una de estas atrocidades alcanzarme, nos separaba la pobre distancia de un metro.
Como ventaja tenía que carecían de raciocinio para utilizar puertas y escaleras. Trepé por una escalera de servicio que suponía me devolvería al nivel del que caí y en efecto, había vuelto al pasillo rojo con suelos de reja. Tenía que decidir rápido qué camino tomar, el tiempo apremiaba.
Una rata me mostró el camino, un eco de una de las personas que había estado aquí abajo. Corrí tras el imitando sus movimientos. Fue en la encrucijada que la aberración me embistió, llevándonos a ambos al suelo. Le logré apartar con una patada, rápidamente me puse de pie y seguí al eco.
El pasillo parecía interminable hasta que la luz de la linterna chocó contra una pared de tuberías, un callejón sin salida, había un único paso, pero era tan reducido que abría la posibilidad de que quedara atascado. Sera como aquella vez en el centro, quise pensar.
Me puse de lado para apretar mi camino a través de las tuberías, la criatura terca como una roca me siguió a través de la abertura. Conforme avanzaba el espacio se redujo más y más. Las ropas se me engancharon en los tubos y se trozaron con el forcejeo. Cuando la mitad de mi cuerpo logró salir pensé que había ganado, pero la bestia se había aferrado a mi hombro clavando sus uñas y tirando mordidas al aire.
Logre zafarme de su agarre solo para que me tomara del pie y me tirara al suelo. Lo único bueno es que ahora estaba fuera. Le arremetí con patadas para que me soltase, se aferraba a mi utilizándome para forzar su camino fuera de la trampa.