Mentiras peligrosas

Sucia amante

Me miraba al espejo con la vista perdida mientras Rose arreglaba la peluca y un poco mi maquillaje, mientras lo hacía comencé a perderme en mis recuerdos.

Era gracioso que me llamara así cuando ella fue su amante primero, aunque claro, ella siempre fue la primera para él.

La primera vez que la vi fue en una fiesta de cumpleaños, ella fue tratada con total amabilidad por la que en ese entonces era mi suegra y el resto de la familia, mas no así el abuelo, para ese hombre yo era la única y mientras él estuviera de mi lado, no había nadie que me despreciara, al menos no pasaba en público, en privado era otra cosa.

Me había sentido un poco celosa de la atención de Duncan en ella, pero me engañaba con la afirmación de que ella era una vieja y querida amiga de la infancia y que al haber vuelto hace poco a la ciudad, era normal que estuviera tan al pendiente, después de todo yo lo veía todos los días.

Pero ese día se volvieron muchos más, semanas y si no fuera por la presión del patriarca de la familia, habrían sido meses.

La primera vez que le reclamé por eso había vuelto de un fin de semana largo con ella, estaba harta de sentirme sola, sin embargo, me habían adoctrinado tan bien que lo amaba sin importar que tanto daño me hiciera.

- ¿Quieres que te lo diga Edith? ‒había tomado mi barbilla con demasiada fuerza, me había quejado bajo por el dolor‒. Sí, la amo, la amo con mi alma y tú no eres nada para mí, ¿así o más claro? ‒había llorado bajo, pero en mi estúpida mente lo justifiqué diciéndome que lo había hecho enojar y que seguro había dicho eso para darme una lección, ¿y por qué lo creí? Porque después de eso tuvimos sexo, aunque ahora podía decir con certeza que eso jamás ocurrió, era un imbécil tomándome cuándo y cómo quería, jamás hubo consentimiento de mi parte a pesar de que era mi marido, nunca sentí un ápice de placer y durante todo el tiempo que duró mi matrimonio creí que eso era normal, no tenía a quién preguntarle, además me daba vergüenza.

Así que ni siquiera al grado de amante llegaba, porque un hombre que busca consuelo en otra mujer que no es su esposa siente un mínimo de atracción o deseo por ella, pero en mi caso sólo era él vengándose de algo que no era mi culpa, por Dios santo, tenía dieciséis en ese momento y me lavaron el cerebro para casarme con él, con certeza puedo decir que me casé con una ilusión.




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