Mentiras peligrosas

Un pasado que nunca descansa

Edith:

Durante el mes que esos dos no estuvieron cerca, me centré en pasar tiempo con mi familia, también de salir con Rose y Monique como simples mortales, fue una de esas tardes, que tras llegar, descubrí que mi madre junto a mis hijos veían una serie de televisión.

- Mamá, esa serie no es apropiada para los niños ‒me había parado a un lado del sillón donde estaban sentados, mis puños en mi cadera, los veía con seriedad.

- Hay hija, pero es muy entretenida y cuando pasa algo feo ellos se cubren los ojos ‒suspiro, mis pequeños me veían con cara de indefensión que derretía mi corazón.

- Mamá, la dama de las almas perdidas no es para niños, ustedes no pueden ver eso, vayan arriba ‒hacen un puchero pero obedecen.

- Mami ‒me giro a las voz de Luc‒, Bras dijo que te pidió ser espía y se lo cumpliste, ¿tú podrías ser una detective ahora? ‒una gran y tonta sonrisa se forma en mis labios.

- Veré que puedo hacer amor ‒él asiente feliz antes de correr escaleras arriba. Saco mi teléfono y le envío un mensaje a Rose para que este atenta a un papel de alguna detective, ya fuese en serie o película.

- Los consientes mucho ‒le sonrío a mi madre mientras niego.

- No tanto como me gustaría ‒me encojo de hombros y me siento junto a ella, vuelve a reproducir la serie, era muy buena.

- Cada vez se va enredando más todo ‒asiento, una vez que el capítulo termina mi madre pausa de nuevo‒. Querida, ¿quisiera saber si nos permitirías a tu padre y a mí llevar a los niños al parque de diversiones?

- ¿Sólo ustedes cuatro? ‒ella asiente, estaba nerviosa y lo entendía, hasta ahora habíamos estado todos juntos, sería su primera vez solos, al inicio se había planeado así por mi paz mental y sobre todo, para ver si eran confiables.

- Entiendo si no es posible, sólo quería saber ‒la miro con una sonrisa, le agradecía que respetara mi espacio y mis tiempos.

- Claro que sí, pero si se llegan a cansar o ves que no pueden porque se ponen algo rebeldes o insistentes, no dudes en llamarme ‒ella asiente antes de abrazarme feliz.

El domingo temprano desayunamos, y tras eso ellos se fueron.

Eleonor:

Sabía que mi hija nos estaba confiando sus tesoros más preciados, Benedict y yo no nos volvíamos más jóvenes, cuando nos dimos cuenta de como había sido su vida y el mal que le habíamos hecho, no tuvimos el corazón para volver a pesar de la insistencia de mi suegra, me habría gustado haberle hecho caso antes, pero también sentía que ese tiempo nos había ayudado a comprender y acercarnos de una buena manera.

Por suerte no había sido muy tarde y me sentía afortunada de haber perdido a mi hija, y mucho menos, perder la oportunidad de estar en la vida de mis nietos.

Ella nos había explicado el origen de ambos chicos, la historia de Luc me había roto el corazón y comprendí que a pesar de todo, mi hija tenía un gran corazón y creo que eso se debía en parte a mi suegra, nunca podré agradecerle bastante. Bras, por otro lado, había sido un niño no planeado pero bien amado, era brillante, inteligente y carismático, era muy parecido a Edith, la única diferencia era su color de ojos y cabello, y el hecho de que se parecía a Noud, si no me hubiesen dicho que Lars era el verdadero padre de mi nieto, habría jurado que era hijo suyo.

Ese chico me caía bien, era bueno con mis nietos, era amable y educado, sin duda sería un buen compañero para Idi, pero mi niña no lo veía con esos ojos y me había jurado que nunca más me impondría en su vida, además, según me había contado mi esposo, había otro hombre de nombre Ancel que parecía interesado en ella y ella en él, me dijo que los vio besándose pero ella sólo dijo que era un amigo, me había reído de la cara de mi esposo porque parecía tan enojado, como si nuestra Idi tuviera doce y la hubiese encontrado hablando con un noviecito.

- Abuela, abuela ‒siento como Bras tira de mi manga para que vea el juego de lanzar el aro.

- Quiero ese cocodilo, ¿sí abelo? ‒Luc mira a mi marido, era un niño tan dulce que era imposible que no te robara el corazón.

- Claro que sí, el abuelo les conseguirá todo lo que quieran ‒ambos pequeños saltan emocionados, cada vez que veía estas escenas recordaba que estuve a punto de perderme esta oportunidad.

Benedict estuvo varios minutos intentando hasta que consiguió ganar el cocodrilo y la ballena que querían, los peluches eran más grandes que ellos y era gracioso verlo caminar con ellos en sus brazos.

- Es hora de comer, díganle al abuelo que quieren para que nos lo traiga ‒ellos querían una hamburguesa y papas fritas, por suerte habíamos encontrado una mesa cerca del local de comida. Había pedido un club sándwich y una ensalada al igual que mi esposo.

Estaba limpiando sus manos con algunas toallitas cuando un toque me interrumpió, al girarme me quede de piedra, hacia años que no la veía, Olive Miller.

- Que gran coincidencia encontrarnos aquí, ¿no estás un poco grande para un lugar como este? ‒su cara de arrogancia era tal, que me daban ganas de golpearla, no sólo por eso, sino por como había tratado a mi hija.

- No, yo ‒los pequeños habían ido donde su abuelo para pedir un postre que olvidaron mencionar, fue en ese momento que ella se acercó.




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