Mentiras Verdaderas.

Capítulo uno

Capítulo I 

 

 

 

El frío y violento viento choca contra su rostro mientras soltaba lentamente el cuchillo con sangre que tenía en su mano derecha anteriormente.

Nunca antes había sentido tanto miedo, pero no por haber asesinado a esa persona, sino miedo a sí mismo, miedo de lo que llegase a ser capaz.

 

Siete años antes…

 

– Bien niños quiero que hagan una fila bien derecha-una de las mojas habla con cariño mientras que los pequeños se comenzaron a formar correctamente.

– Esto me parece patético y una gran pérdida de tiempo-suelta Alex con un tono que se notaba lo molesto que estaba.

– Alex, necesito que te forme con los otros niños-lo toma de la muñeca y lo lleva a la fila con el resto.

Cabe aclarar que Alex es mayor que todos los niños de ese lugar y su forma de ser no ayudaba mucho a la hora de ser adoptado.

– Bien, ustedes saben el significado de esta fila y es que…-se queda en silencio mientras se mueve de la puerta principal dejándole el paso a dos personas-ellos son el Señor y la Señora Rey-sonríe un tanto nerviosa.

– Es un orfanato bastante…pequeño-comenta la señora quitándose sus lentes de sol, dejando ver sus raros pero a la vez encantadores ojos grises.

– Hace años que se inauguró, fue en…

– No me interesa-interrumpe el hombre con su voz autoritaria y gruesa-vinimos por un niño, no a saber la leyenda o la historia de este lugar.

– Sí, disculpe-Alex arquea sus cejas al ver semejante escena. Nunca antes había ido una familia con ese carácter tan “especial” al igual que su apariencia que cualquiera diría que son millonarios.

– Tú-señala con sus dedos delgados y cubiertos por sus guantes blancos a Alex mientras se acerca a él- es él cariño-toma sus mejillas y las presiona con entusiasmo-es perfecto, ojos verdes, cabello marrón, es alto, delgado y si lo cuidamos vendrá más que fuerte-Este solo quitó esas manos de su rostro y sonrío incrédulo.

– Lo lamento señora pero no estoy en venta, yo me quedaré en este museo hasta que cierren mi exhibición-sonrío victorioso al ver que la sonrisa de entusiasmo y emoción se desvanecieron dejando paso a una incrédula y burlista.

– Me gusta tu actitud niño-se incorpora como si nada y lo observa mientras se acerca a su esposo.

– ¿Cómo te llamas pequeño?-el hombre se le acerca posando su mano en su hombre y presionando lentamente provocando que suelte un quejido pero él no se muestra débil.

– Me llamo Alex-toma la mano del desconocido y la quita bruscamente-y odio que me toquen sin mi permiso-esa definitivamente era una guerra de miradas a quién asesinaba primero a quién.

– Bueno Alex, voy a pedir que te comportes adecuadamente ante esta situación-agrega la monja acercándose a ambos.

– ¿Cuántos años tienes? Pareces mayor a todos los niños que están aquí-habla con un tono de burla mientras se forma una sonrisa torcida.

– De tu edad, divídela en dos-ahora es Alex quien se ríe ante la cara de confusión de este.

– ¿Cómo sabes que tengo 34 años?

– Es solo suerte-el Señor Rey se incorpora tomando a Alex del hombre y llevándolo a una de las pequeñas oficinas de las monjas. Ya  ahí dentro cuando la monja va a buscar los papeles de adopción este se acerca al chico.

– Puedes ser bastante listo, pero nadie juega conmigo-le susurra-pensé que venir aquí iban a haber solo niños de doce o hasta trece años ¿Pero de 17?-saca un plumón de su maletín y se acerca al escritorio vacío mientras entra la monja.

Alex se queda en silencio ante las valientes y rudas palabras del Señor que pronto sería su nuevo padre.

Luego de firmar los papeles necesarios para ya ser responsable del niño, se pone de pie y sale sin decir absolutamente nada, sin agradecer, ni despedirse, nada.

– Disculpe a mi esposo-agrega la Señora Rey con un tono dudoso. Toma los papeles y toma del hombro a Alex sacándolo de ahí dentro.

Al cruzar la puerta principal se encontró con tres autos negros de la misma marca exactamente iguales. En uno se subió su supuesto padre, en el otro su nueva madre y en el último, uno de los conductores le indicó que tenía que subir a ese auto, para así llevarlo a casa.

¿Por qué traer tres autos luego de adoptar a alguien?

¿Por qué no actúan como dos personas “enamoradas”, casadas o conocidos?

Pregunta tras pregunta se generaban en la cabeza del joven, teniendo millones de preguntas y ninguna respuesta, por el momento.

Callado durante casi todo el viaje observó cómo los dos primeros autos desviaron camino mientras que el suyo seguía su camino alejándose del resto. Y luego de unas dos horas aproximadamente de viaje el auto estaciona frente a una pared blanca que cualquiera diría que es una muralla, alta y larga.

El conductor se baja y se encamina hacia una puerta negra que Alex apenas logra localizar en el momento. Dice dos o tres palabras y va en busca del joven adentrándolo detrás de esa puerta encontrándose con una mansión completamente enorme y un jardín todo y perfectamente iluminado.

– Ya está aquí, señor-logra escuchar hablar al chofer antes de comenzar a caminar hacia su coche y marcharse dejándolo solo.

– Bien, que me coman los lobos…

– Aquí no hay lobos-interrumpe sus pensamientos en voz alta una joven de unos 14 u 15 años de edad-creo que los lobos solo están en Antárctica-coloca su dedo en su perilla simulando pensar.

– Lamento decirte que no-quita su mano del pecho luego de que casi le dé un infarto por el susto y se encamina a ella de forma intimidante-¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí?

– Soy Samanta-se inclina con sus manos en su vestido haciendo una pequeña reverencia-soy la hija de Mía y Alan.

– ¿Te crees princesa o qué? Lamento arruinarte la historia pero eso solo pasa en los cuentos de hadas-le giña un ojo y comienza a caminar hacia la mansión toda iluminada.




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