Mercy I

Capítulo 2°

Las luces color carmín que iluminaban el pasillo, lograba que pequeñas estelas de brillo se formaban en el vestido de Mireya mientras me contaba su teoría sobre el despertar de Desireé, según sus palabras, no fue mera casualidad, ni arte del desti... Las luces color carmín que iluminaban el pasillo, lograba que pequeñas estelas de brillo se formaban en el vestido de Mireya mientras me contaba su teoría sobre el despertar de Desireé, según sus palabras, no fue mera casualidad, ni arte del destino, cree fervientemente que alguien invoco mi regreso.

Al hablar de esto sentía que todos los cuadros del pasillo nos estaban escuchando con atención.

– Espera –Indique.

– ¿Qué ocurre? –Inquirió confundida.

– No creo que sea seguro hablar aquí –Susurre.

Ella observo a su alrededor, tratando de encontrar cualquier detalle que nos indicaran que había alguien escuchando, pero en el pasillo solo nos encontrábamos nosotras.

– No veo a nadie –Señaló –Pero si algo aprendí de ti mil años atrás es que uno de tus poderes es la intuición, prefiero no tentar a la mala suerte –Agregó, a la vez que me hacía una seña para acelerar el paso y llegar al gran salón nuevamente.

– Mireya Travers de la Casa Travers ¿siendo cautelosa? Toda una revelación –Bromee.

Ante mis palabras rodeo los ojos.

– Tu intuición es poderosa, y puedo admitir que aterradora, prefiero no jugar con fuego, aún.

Aunque mis recuerdos no están completos, puedo comprender como se volvió mi amiga. Aquella esencia intrigante que poseía me provoca querer seguir a su lado, jamás en mi vida había estado junto a alguien de esa Casa, pero podría entender la fascinación que se les tenía.

Al acercarnos a las escaleras, se podía oír el bullicio de las voces en el salón, y podía sentir el aura alborotada de Mireya, cuando una chica de cabello rubio platinado, ojos azules, con un vestido platinado que dejaba la espalda descubierta, la descripción exacta de un miembro de la Casa Atkin, paso a nuestro lado, y al percatarse de nuestra presencia, se detuvo a realizar una reverencia.

– Su majestad, princesa Lena Mercy –Dijo con determinación, haciendo una reverencia en mi dirección –Su alteza, Princesa Mireya... –Titubeo, logrando que sus mejillas se ruborizaran entregándole un pequeño color carmín a su rostro pálido.

En ese momento mi mente hizo clic.

Sin decir nada más se retiró, tomando la cola de su vestido y apresurando el paso. Siendo seguida por la mirada de Mireya sutilmente.

– ¿Quién es ella?

– Ella es –Comenzó diciendo, pero fue interrumpida por un miembro del servicio que nos ofreció cocteles y aperitivos.

Tome un pequeño dulce de azúcar rojo, espolvoreado con polvo dorado, una delicia esponjosa llamada Karmesi, ella tomo una copa de espumante con hielos en el fondo.

– ¿Entonces quién era ella?

– Mila Atkin –Respondió tomando un gran sorbo de su bebida.

– ¿Desde hace cuánto tiempo te gusta?

Dicho eso fue imposible no reír ante la expresión anonadada de su rostro, llevo su mano a la boca para tratar de no escupir la bebida sobre el suelo, trago apresurada y me observo sorprendida. Las expresiones de su rostro se volvieran toda una revelación.

– ¿Por qué crees eso?

– Intuición –Guiñe.

Sin poder decir nada más del tema llego Veratris, cuando Mireya trataba de recomponer la compostura lo único que logre decirle antes de que llegara fue un pequeño "Tu secreto está a salvo".

– Lena, te estamos esperando para el espectáculo –Comunicó de forma seca.

Al avanzar unos pasos hacia la escalera, el aire caliente del  lugar hacia erizar la piel expuesta de mis hombros, generando que mi cuerpo temblara bajo el corsé, lo único que deseaba en ese momento, en que comencé a bajar las escaleras con las miradas de todos asechándome, tratando de imponer una ilusión, bajando imponente con mi vestido rojo cuya falda cubría todos los escalones a mi alrededor, y aquella corona que no me quedaba, era una copa de vino de cereza, o dos.

Fue en ese momento en que lo vi a lo lejos, con su armadura de color dorado con el emblema de nuestra casa en el casco, con su cabello cobrizo oscurecido, y sus ojos color avellana, a quien fue mi primer amor, y el primero en todos los sentidos, aun podría sentir las lágrimas que cayeron de mis ojos el día que se fue junto a mis padres a la batalla, y el día en que recibí su carta de despedida.

Las piernas me comenzaron a temblar y mi pecho se sentía apretado, sin mucha deliberación le quite una copa de vino  a un muchacho que las llevaba en una bandeja, y acabe con ella de un solo trago.

Sin querer perderlo de vista bajé de prisa las escaleras y me senté en mi puesto, la mirada preocupada de Aarón me perseguía, una de las desventajas de nuestra casa es que no sabemos esconder nuestras emociones, a diferencia de un Naab o un Atkin. El resto, además de Veratris y Mireya no lo habían notado aún.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.