Mercy I: ¡larga Vida al Fuego!

Capítulo 1°

 

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El aroma de las rosas del salón no me calmaba, ni la vista de la gran y majestuosa ciudad de Tereck siendo iluminada por las luces cálidas del atardecer acunaba a mi corazón agitado, en tanto me paseaba de un lado a otro en aquella habitación desconocida, dentro de aquel castillo helado de colores otoñales.

Mis manos temblaban, y mi cuerpo me imploraba volver a mis tierras, un deseo que desafortunadamente no podría cumplir. Me encontraba varada en una ciudad de leyendas y mitos, en la cual solo los gobernantes de las seis casas que conforman el Reino de los Caídos pueden entrar, y sus habitantes no pueden dejarla.

A mis ojos, no era más que una prisión de oro, demasiado bien diseñada, de la cual yo ahora era parte, me sentía aún más inquieta al pensarlo. Los maestros siempre me enseñaron que cada uno forja su propio destino y escribe su propia historia, pero en mi libro nada de esto hubiera pasado, mis padres no hubieran muerto luchando y yo jamás hubiera pisado la capital.

Aun me sentía bastante incomoda dentro de la que sería mi nueva habitación, decorada con los colores de mi casa, rojo como el vino y dorado como nuestra armadura. La Casa Mercy una de las más antiguas mi estirpe desciende de uno de los primeros caídos, Demetria Mercy un ángel de fuego quien conformo el reino de las tierras altas, y quien destruyo a sus enemigos en la Batalla de los Caídos miles de años antes que la ciudad de Tereck existiera. Gracias a ella, nuestro color es el rojo, nuestro emblema dorado, nuestro sentimiento la pasión, y nuestro poder el fuego.

"Su historia es nuestra historia"

Pero producto de los siglos y la mezcla entre naciones, aquellos poderes legendarios fueron desapareciendo quedando solo para los descendientes directos, más conocidos como "Legendarios", aquellos jóvenes que poseen la habilidad de dominar el poder originario de su Casa, y quienes se convierten en los próximos gobernantes, quienes además adquieren los rasgos físicos del caído de quienes descienden, lo cual es la prueba final que se logra con años de práctica y dedicación, cuya metamorfosis se realiza en la capital, nunca ha existido más de uno por Casa.

Luego de la muerte de mis padres, una pareja de comerciantes acaudalados, sin contacto con la nobleza, mis poderes salieron a la luz, destruyendo mi hogar con ellos. Todo estaría bien si hubiera sido la única, pero hace años la heredera ya había sido designada Verathris Mercy, hija de nobles.

O si hubiera escapado, pero de una u otra forma me hubieran encontrado y terminaría de todas formas en esta habitación, contemplando lo que sería de mi vida, la revelación de mis poderes cambio el juego, y no sabía si con ello yo debía desaparecer o aprender a jugarlo.

Inquieta me senté en la ventana, dejando que lo que quedaba de mi vestido ondeara con la brisa. Pero esta vez no sentí nada, una ola de calor estremeció mi cuerpo, se sentía como una ráfaga de calor que encendía cada célula de mi cuerpo, mientras de mis dedos se encendías chispas que terminaban formando una cinta de fuego guiada por mis movimientos.

Poco a poco la habitación se ilumino por la luz incandescente de un fuego escarlata que escapaba de mis manos, y el cual lograba darme una calidez casi hogareña.

– Sería un desperdicio si destruyes esta habitación –Dijo una voz desde el umbral de la puerta.

Al escucharla todo desapareció, y volví a ser yo en una habitación fría, en un palacio lleno de desconocidos. Sin prestarle mucha atención a la presencia extraña, avance en su dirección para cerrar la puerta nuevamente. Al tocar el picaporte él me observo confundido, y alzo una ceja.

– ¿Qué haces? –Inquirió inquieto.

–Cierro la puerta.

Sus ojos se agrandaron como un par de perlas del mar del norte, y algo incrédulo poso su mano en la puerta para detener mi movimiento, con sus ojos sorprendentemente azules, que le entregaba un aspecto particular con su cabello platinado; algo propio de los miembros de la Casa Atkin, descendientes del primer caído alado, sus tonalidades son plateadas y grises, se caracterizan por ser melancólicos, y al igual que la Casa Naab pueden volar, y su poder es incierto, solo sus miembros lo saben con certeza.

– ¿Conmigo afuera? –Preguntó sorprendido.

– Si... ¿Tienes algún problema con eso?

– ¡Claro!

– ¿Es tu habitación?

– No, es mi castillo.

Lo olvidaba la humildad tampoco es una de las cualidades de un Atkin.

– Bien –Dije y me dispuse a salir de la habitación.

Sin siquiera entender como lo hice, con un chasquido de mis dedos compuse mi vestido algo destrozado por las llamas, sorprendida al ver la magia de color carmín recorrer mi cuerpo nuevamente, me congelé hasta que todo se desvaneció y solo quedaba un vestido de mangas larga, con una amplia falda de color borgoña, y un ajustado corsé negro con detalles plateados.

Sin darme tiempo a reaccionar, aquel petulante chico tomo mi brazo, y me giro suavemente hasta dejar de darle la espalda.

– Te acostumbraras... eventualmente.

– ¿A ser una bola de fuego?

–Si, y a mi presencia -Señalo coqueto.

–Lo dudo –Respondí soltándome de su agarre.

Acto seguido, dos damas acompañadas de un séquito de guardias vestidos de plata, llegaron a mi encuentro.




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