Merodeadores nocturnos

Capítulo 2 - Demonios de piedra

17a95cde25b2a72b191625581207.jpg

Una importante misiva había llegado al despacho del Intendente de Toulouse: el conde Leonard Bonet requería auxilio urgentemente. Así, por orden de nuestro superior, mis compañeros alguaciles y yo habíamos partido al galope tendido para velar por la buena salud del anciano noble, emprendiendo la marcha hacia las inhóspitas tierras de Lastours, situadas en la región del Languedoc y famosas en el siglo XIII por albergar uno de los focos cátaros más activos de toda Francia.

Al parecer, el buen conde no podía alojarse en el castillo de Surdespine, antigua residencia familiar de los Bonet, porque -según afirmaba- estaban teniendo lugar unos hechos tan graves como espeluznantes: una molesta presencia llevaba semanas aterrorizado al servicio. Además, también mencionaba que los caballos se mostraban terriblemente inquietos en cuanto caía la noche y añadía que ya habían desparecido varios carneros y gallinas de los corrales, quedando solamente un sangriento rastro de lana y plumas.

En cuanto arribamos a Lastours, nos dimos un paseo por las principales y más concurridas tabernas de la pequeña localidad en busca de rumores y habladurías y para ello, interrogamos a los parroquianos. Así, averiguamos que, al principio, los cazadores de la zona pensaron que tanto revuelo en los alrededores del castillo de Surdespine lo estaba provocando alguna manada de lobos famélicos, pero, después de varias batidas de caza infructuosas, había comenzado a extenderse otra versión más pintoresca para explicar los hechos y esta poco tenía que ver con animales normales y corrientes. Los lugareños decían que el antiguo castillo de Lastours era una fortaleza maldita que, desde su construcción en el siglo XI, había estado habitada y custodiada por gárgolas. Esas bestias, y no otras, eran las culpables de sembrar el pánico y de robar el sueño a los aldeanos, además de, por supuesto, ser las responsables de la muerte de los pobres carneros y gallinas del conde Bonet.

A pesar de algunos progresos y de que el siglo XV estaba tocando a su fin, seguíamos inmersos en la ignorancia propia de la Edad Media y en las aldeas y pueblos más remotos era todavía muy probable encontrarse con personas asustadizas que continuaban llevando al cuello patas de conejo o colgando ristras de ajos del marco de sus puertas. Consideramos que las historias sobre gárgolas que cobraban vida hundían sus raíces en la superstición y en la mitología, remotas leyendas que son transmitidas de generación en generación. Al fin y al cabo, el folklore regional siempre se ha nutrido de numerosas historias sobre seres fantásticos y monstruos de la noche; de todos modos, por si las moscas, el Intendente nos había mandado a Lastours para investigar aquel insólito asunto y debíamos cumplir con nuestro deber.

Tras dejar atrás el pueblo, cabalgábamos de noche por el camino empedrado que tenía que conducirnos hasta los dominios del conde Bonet; las herraduras de nuestras monturas rompían el silencio nocturno, resonando sobre los adoquines a la vez que levantaban alguna chispa que iluminaba fugazmente nuestro avance. Después de un buen rato serpenteando por un sinuoso recorrido ascendente, la oscura silueta del castillo de Surdespine se recortó y se perfiló contra un cielo iluminado por una gran luna gibosa. Observé a mis hombres a medida que nos acercábamos a la barbacana de la fortificación: un par de curtidos mercenarios, un ballestero infalible y algún que otro bribón ganado para la causa. Todos ellos valientes, de dudosa lealtad, tal vez, pero con muchas batallas dibujadas en sus numerosas cicatrices y preparados para cualquier eventualidad. Luego volví la vista a la fortaleza y vi, por primera vez, las grotescas gárgolas esculpidas en varios torreones y muros; parecían buitres agazapados a la espera de carroña, siniestras, obscenas y amenazadoras.

Dejamos los caballos a pocos metros de la entrada principal del viejo castillo. Nada más desmontar de los animales, mientras nuestro ballestero preparaba minuciosamente sus virotes, terminamos de ajustar las cinchas de las protecciones, comprobamos que las dagas estaban donde debían estar y desenfundamos las espadas. Una última sonrisa y algunos guiños fruto de la camaradería de varios años de batallas, aventuras y alguna que otra juerga inconfesable. Había llegado la hora y La Parca no era una dama a la que conviniera hacer esperar.

Una cosa era que no nos creyéramos que unas figuras de piedra estuvieran vivas y otra que fuéramos tan incautos como para no tomar las debidas precauciones; no sería la primera vez que nos topábamos con un grupo de hambrientos y desesperados bandoleros realizando actos de pillaje en las tierras de un noble.

Iniciamos la incursión en el castillo moviéndonos sigilosamente a través de las sombras que proyectaban los árboles, en busca de alguna luz o sonido que delatara la presencia de gente, pero todo permanecía en silencio y no hallamos rastro alguno de actividad. Entonces, se escuchó un graznido ronco y gutural, casi pétreo, por encima de nuestras cabezas; nos detuvimos en seco y observamos alrededor con los sentidos alerta, pero nada se movió. Cuando me relajé pensando que habría sido algún chotacabras solitario, ocurrió... la leyenda de las gárgolas que de noche cobraban vida dejó de ser una fantasía y se convirtió en una espantosa realidad.

Por un instante, la luz pálida y fantasmal de la Luna las iluminó perfectamente y pude ver cómo algunas de esas criaturas, aparecidas de las más ponzoñosas entrañas de la noche, iniciaban un vuelo en picado hacia nosotros. Brillaban unos ojos perversos en sus malignos rostros, graznaban de un modo temible y mostraban sus fauces mientras desplegaban las alas. Esos horrores de piedra habían dominado estas tierras desde hacía siglos y nada escapaba a su ancestral maldad. Mis compañeros gritaron, maldijeron y pronunciaron juramentos que hubieran hecho enrojecer al mismísimo Satanás.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.