Mesa para dos

Capítulo 2: Chinguesu.

Ya no tener trabajo es una sensación extraña. La libertad pesa diferente cuando es real. No más oficinas, no más reuniones sin sentido, no más despertadores antes del amanecer.

Las últimas dos semanas han sido una locura. Entre terminar pendientes, despedirme de compañeros con sonrisas forzadas y escuchar la misma pregunta una y otra vez: "¿Estás segura de que quieres dejar todo?" Sí, estoy segura. Y aunque trato de ignorarlo, una ansiedad latente se esconde tras la emoción.

Empaco mis cosas con energía frenética. Ropa, libros, plantas. Miro la casa desordenada y me doy cuenta de que he estado comiendo menos. No es intencional, pero entre el entusiasmo y el estrés, mi estómago simplemente no pide nada. Me miro en el espejo y noto mi rostro un poco más afilado. Me digo a mí misma que es normal, que pronto me estabilizaré. No es tan grave.

Cesar y yo discutimos un par de veces, nada horrible, solo esas fricciones inevitables cuando todo cambia tan rápido. Él quiere llevar más cosas, yo prefiero empezar ligero. Él piensa que deberíamos comprar muebles nuevos poco a poco, yo ya tengo en mente exactamente cómo quiero que se vea cada rincón.

La casa es espaciosa, con techos altos y ventanas grandes que dejan entrar demasiada luz. Al menos por fotos, parece tener historia, y aunque eso me encanta, también me inquieta un poco. Ya imagino el estudio que será para Cesar con una gran alfombra para verlo trabajar y hablar francés frente a la computadora, un sofá acogedor y.... tal vez una lámpara de pie para leer mis libros de fantasía mientras él estudia el mercado internacional.
La cocina se verá espectacular con estanterías de madera, frascos de especias alineados con precisión y una mesa rústica en el centro. El dormitorio será cálido, con cortinas gruesas, un espejo antiguo y sábanas de lino. Todo está diseñado en mi mente, y en mis notas. He pasado noches enteras viendo fotos de inspiración, eligiendo colores, pensando en pequeños detalles como cuadros o velas aromáticas.

En medio de todo, la emoción sigue ganando. Puedo sentirlo, como si estuviera a punto de cruzar una puerta hacia una nueva versión de mi vida. El miedo está ahí, pero es una sombra pequeña en comparación con la imagen de lo que está por venir.

Pero a pesar de despedirme de las personas que se podrían decir son "más cercanas", me queda hacerlo de personas aún más difíciles: Mi familia.
Porque si, hace más de un año hemos planeado mudarnos... pero jamás se los había comentado, jamás. Es que, para mí, los planes deben no ser contados para que puedan ser efectivos y concretados, la gente es muy chismosa y maliciosa, aunque sea tu familia.

El restaurante es pequeño, con luces cálidas y mesas demasiado juntas. No es el tipo de lugar al que vendríamos en familia, pero elegí uno neutral para evitar viejos resentimientos. Aun así, apenas cruzo la puerta, el ambiente se siente denso, como si la tensión ya estuviera instalada en la mesa antes de que llegara.

Mi hermana, Aranza, es la única que sonríe cuando llego, apartando la vista de su celular para abrazarme.

—Por fin te dignas a vernos en persona— bromea, y yo le devuelvo el gesto con un apretón rápido en el hombro.

A diferencia de los demás, ella y yo sí nos entendemos, aunque no nos veamos seguido. Siempre chateamos y, cuando discute con papá o está harta de la universidad, a veces aparece en el departamento con una bolsa de papas y la promesa de chismes de gente que solo conozco en mi imaginación.

Papá está sentado a la cabecera de la mesa, con su semblante tranquilo pero observador. La preocupación está en sus ojos. Lo sé porque apenas me siento, empieza con las preguntas de rigor: cómo va mi trabajo, si estoy comiendo bien, si el asma sigue controlada, si tomo mi medicamento. Lo mismo de siempre. Claro que sé que es algo totalmente normal, más por el hecho de que siquiera hablamos por teléfono como lo hace cualquier hija que deja de vivir con su padre. En algún momento te contare más a detalle sobre eso.

Su esposa, Daniela, apenas y me mira, ocupada en acomodarse la blusa sobre su vientre ya notoriamente abultado. Mi futuro hermanastro, la razón por la que Aranza ya casi no está en casa, ya sabes, la maldición de tener un bebé varón después de tanto tiempo con solo dos hijas.

Cesar se sienta a mi lado con su educación impecable. Él es de los que se dejan intimidar, pero no es tonto: sabe que hoy no será una cena agradable, no si aparece mi madre. Con mi familia siempre ha buscado aprobación, aunque me molesta bastante que se quede callado, (a pesar de que sé que esa es su naturaleza, buscar siempre calma en las tormentas), prefiere no discutir. No es la primera vez que está frente a mí familia completa, Aranza y él se llevaron muy bien desde el inicio. Mi padre, aunque le costó un tanto, al final lo aceptó, de cierta manera, al ser un tanto mayor no le convencía. Pero con el simple— pero muy complicado hecho— de soportar a mi familia, no se opuso a dejarnos hacer nuestras vidas. Su reacción no me preocupa tanto, la de Daniela me da igual...

Mamá no está. Lo intenté, pero cuando le mencioné la cena, murmuró algo sobre no tener dinero y colgó antes de que pudiera explicarle que era mi invitación. Ella nunca aceptó a Cesar, no entiendo bien su razón, tal vez porque lo conoció cuando apenas había comenzado a trabajar en una empresa importante y aun no formalizáramos, pero nunca decidió darse la oportunidad de hablar con él ni mucho menos con su familia.

Mi relación con ella nunca ha sido buena, y se fue en picada luego su divorcio y mi decisión ''Precipitada'' de irme a vivir con Cesar.

La conversación al principio se mantiene en cosas banales hasta que dejo caer la bomba, sintiendo el olor agrio y húmedo de la mujer en la punta de la mesa.

—Renuncié a mi trabajo. Cesar y yo nos vamos a mudar a un pueblo en otro estado.

Silencio. No el tipo de silencio que se da cuando la gente piensa, sino el de cuando el mundo se rompe por unos segundos antes de estallar.




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