La ciudad ya duerme. O eso parece. Las luces se han atenuado, los comercios cerraron, y solo unas pocas ventanas siguen iluminadas con magia tenue. En el centro de todo, junto al invernadero de Hermione, alguien camina solo.
Draco Malfoy, con su abrigo elegante y el cabello recogido hacia atrás, observa la estructura de cristal con una mezcla de respeto y asombro. Él ayudó a construir este lugar, pero aún no termina de creer que lo dejaron.
-Todavía no lo arruiné-dice en voz baja, con un dejo de ironía.
Una voz le responde, inesperada, suave pero firme:
-Y yo todavía no decidí si vine para ayudarte... o para arruinarlo todo contigo.
Draco gira tan rápido que casi tropieza. La figura frente a él se perfila bajo la luz de una farola mágica.
Mayme Logan.
Está ahí. De verdad está ahí.
-Hermione... te dejo venir-dice al fin, como si la idea aún no le entrara en la cabeza.
Mayme camina hacia él, sin miedo. — No me dejó. Me eligió. Como te eligió a vos. Y vos dijiste que esto era un lugar para empezar de nuevo, ¿no?
Él asiente, despacio. -Lo dije... pero no pensé que vendrías.
-Y sin embargo, acá estoy.
Un silencio denso cae entre ellos. No incómodo, no exactamente. Más bien... eléctrico. Lleno de todo lo que no se dijeron desde Hogwarts.
Draco la observa. Sus ojos grises
parecen más humanos que nunca.
-Pensé que no querrías verme nunca más.
Ella da un paso más cerca.
-Eso pensaba yo también.
Y entonces, por primera vez desde que se separaron, no hay guerra. No hay bandos. Solo dos personas que, de algún modo, aún se importan.