Mestiza Village

Lluvia y Silencios

La puerta de la casa se abrió con un golpe mágico seco, sin necesidad de que nadie la tocara. Harry Potter entró empapado, con los lentes llenos de gotas y una expresión que podía partir un dragón en dos.

—¿¡Alguien me puede explicar por qué tengo treinta y seis mensajes de Ginny Weasley!? —exclamó, cerrando la puerta con un hechizo brusco que hizo temblar los marcos.

Hermione y Mayme se miraron por un segundo. Fue Mayme quien se adelantó, cruzando los brazos con una media sonrisa.

—¿Treinta y seis? Vaya, eso es nivel “emergencia nacional” para ella.

Harry frunció el ceño, sacudiéndose el abrigo sin quitarle los ojos de encima.

—Me dijo que estabas aquí. Que estabas en mi casa, con Hermione. Que estabas “haciendo de las tuyas”... y que ibas a “corromper mi aura mágica”.

Mayme soltó una carcajada.
—¿Aura mágica? Eso se la inventó. Aunque… si tuviera una, seguro sería dorada. Muy Gryffindor.

Harry suspiró, pasando una mano por el cabello mojado. Hermione dio un paso adelante, con cautela.

—Ginny exageró. Mayme está aquí por seguridad, no por... nada extraño. Draco la mandó, y yo solo… la recibí.

Mayme bajó un poco la cabeza, sin perder su tono bromista.
—No estoy ocupando tu cuarto, por cierto. Solo lo invado con mi sarcasmo cuando no estás.

Harry soltó una risa corta, inesperada. Hermione notó cómo el enojo empezaba a ceder, deslizándose entre la calidez que solo Mayme sabía provocar cuando se lo proponía.

—¿Quieres té? —preguntó Mayme de repente, con un tono más suave.

Harry asintió, todavía con los hombros tensos.
—Sí. Por favor. Si es que no estás planeando envenenarme.

—Solo si te portas mal —respondió ella, ya camino a la cocina.

Hermione se giró hacia la ventana y ahí estaba Draco, esperándola del otro lado con su abrigo oscuro y el cabello perfectamente en su lugar, como si la tormenta lo respetara por instinto.

Se miraron.

Hermione asintió casi imperceptiblemente. Y él, en un gesto tan sutil como íntimo, levantó una ceja. Entendido.

Sin decir nada, Hermione recogió su bolso y se acercó a Harry, quien estaba sentado ahora en el sofá, viendo cómo Mayme hechizaba una tetera para que hiciera figuras de dragones con el vapor.

—Me voy a casa —dijo Hermione, lo suficientemente bajo para que Mayme no escuchara—. Draco está afuera.

Harry la miró con sorpresa.

—¿Tan pronto?

Ella solo sonrió.

—No quiero interrumpir lo que no debería interrumpirse.

Y sin esperar respuesta, desapareció tras la puerta, que se cerró con un “clic” discreto.

Desde la ventana, Mayme la vio marcharse. Luego miró a Harry, que parecía debatirse entre mil pensamientos y ninguno.

—¿Te importa que hablemos un rato? —preguntó ella, ya con dos tazas en la mano.

Harry la miró por fin con claridad, con ese brillo serio que solo mostraba cuando algo empezaba a importarle.

—Sí. Me gustaría.

Y la lluvia siguió cayendo, pero dentro de la casa… por primera vez, hubo silencio.



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En el texto hay: fantasia urbana, romance dramatico

Editado: 22.04.2025

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