Ginny caminaba de un lado a otro en su habitación, el celular mágico flotando a su lado, proyectando la conversación con Harry en una pantalla de luz. Había leído el último mensaje que le mandó hacía ya... veinte minutos.
"¿Estás con Mayme? Contéstame, Harry."
Nada. Ni un “sí”, ni un “estoy ocupado”, ni un emoji encantado con cara de fastidio.
Solo el maldito visto brillante que titilaba con la hora exacta en que él lo había leído.
Ginny apretó los dientes. Abrió el teclado encantado, escribió tres veces “ok”, los borró tres veces. Luego escribió:
"Me encantaría saber si sigues vivo."
Y justo cuando iba a mandarlo, se detuvo. No iba a darle el gusto. No otra vez. Guardó el mensaje como borrador y lo lanzó al aire para que se disipara como humo.
Mientras tanto, en la casa de Harry…
—¿Y tú por qué no tomas té con azúcar? —preguntó Mayme, sentada en la alfombra, con las piernas cruzadas y la taza flotando entre ambas manos—. ¿No confías en la dulzura artificial?
Harry rió mientras se dejaba caer en el sofá.
—Simplemente me gusta sentir el amargor. Me recuerda que no todo tiene que ser perfecto para que sea… real.
Mayme lo miró de reojo, como si esa frase le hubiera dicho más de lo que Harry pretendía.
—Vaya. Filosofía Potter. ¿Eso lo enseñan en la academia de aurores o viene con el apellido?
Harry iba a responder, pero su celular mágico vibró suavemente en la mesa. Un pequeño halo celeste iluminó la notificación: "Ginny Weasley ha enviado un mensaje."
Mayme también lo notó. Su mirada se oscureció apenas.
Harry alzó la mano para agarrarlo... pero la bajó. Lo dejó vibrar. Y volvió a mirar a Mayme.
—Entonces… ¿me ibas a contar por qué dejaste de usar escoba?
Mayme sonrió con un toque melancólico.
—Cuando aprendes a no huir, se te van las ganas de volar.
El celular dejó de brillar. El mensaje quedó sin responder.
Y Ginny, del otro lado de la ciudad, lo supo