La casa de Harry estaba envuelta en una calma extraña. La lluvia afuera seguía cayendo, pero suave, como si hubiera aprendido a respetar el silencio que reinaba dentro. Mayme seguía sentada en la alfombra, mientras Harry se había movido a la cocina para buscar más galletas.
—Estas están un poco… —dijo él, sacando una lata vieja que parecía haber vivido la última guerra mágica.
Mayme la tomó entre las manos con un gesto burlón.
—¿Qué es esto, Potter? ¿Galletas o reliquias históricas?
—Son vintage —dijo él con tono solemne—. Solo para paladares aventureros.
Ella rió, y Harry se dio cuenta de que hacía mucho no escuchaba una risa como esa en su casa. No esa risa precisa, sarcástica pero honesta, que no pedía permiso para sonar fuerte.
Se sentó frente a ella, dejando las galletas en el medio como si fueran parte de una tregua tácita.
—¿Entonces, de verdad te mandó Draco? —preguntó él, mirándola con más curiosidad que desconfianza.
Mayme asintió.
—Sí. No me lo pidió. Me lo ordenó, como siempre. Pero esta vez no me molestó. Quería ver con mis propios ojos lo que Hermione ha creado aquí.
—¿Y qué opinas?
Ella tardó en responder.
—Es… extraño. Como si alguien hubiera tomado Hogwarts, lo hubiera exprimido para sacarle lo malo, y lo hubiera mezclado con un poco de Mugglelandia.
Harry sonrió.
—¿Eso es un elogio?
—Tal vez. —Mayme lo miró con un dejo de ternura en los ojos—. Es lo más cerca que muchos vamos a estar de una segunda oportunidad.
Se quedaron en silencio unos segundos. Harry la observó mientras ella bebía té. Había algo en cómo sostenía la taza, en cómo no necesitaba adornarse para llenar el espacio.
—No eres como te imaginaba —dijo él de pronto.
Mayme arqueó una ceja.
—¿Y cómo me imaginabas?
—Más peligrosa. Más… arrogante.
Ella soltó una risita baja.
—Oh, eso está ahí. Solo que hoy no me dan ganas de usarlo. Contigo no.
Harry sintió que algo se le movía en el pecho, como un eco antiguo. No era amor. Todavía no. Pero era el primer paso hacia algo desconocido… y eso bastaba para inquietarlo.
Su celular vibró de nuevo.
Ginny. Otra vez.
No lo miró.
—¿Quieres quedarte a cenar? —preguntó Harry, casi sin pensarlo.
Mayme lo miró con un gesto que no era sonrisa ni burla. Solo… una pausa dulce.
—Solo si no hay galletas vintage de postre.
Harry rió.
Y afuera, el mundo seguía girando.