Mestiza Village

Las Logan no lloran

El aire en el Salón del Consejo Comunitario era pesado. No por un hechizo, no por un encantamiento ambiental. Era el peso de la atención contenida, de los recuerdos suspendidos entre paredes que habían escuchado más confesiones de las que podían guardar.

Mayme estaba de pie frente a Vicky Spring, Damir Vane y Nora Whitlock. Hermione estaba al costado, sin intervenir. Harry, a unos pasos más atrás. Y Draco… lo suficientemente cerca como para respaldarla, lo suficientemente lejos como para dejarla hablar sola.

—Sé lo que hice —comenzó Mayme, la voz ronca pero firme—. Y no vengo a justificarlo.

Los tres la miraban con expresiones de hielo. Nadie esperaba compasión. Y eso le parecía justo.

—Tampoco vengo a pedir que olviden. No sería justo. Lo que hice en Hogwarts fue cruel, deliberado. Yo los ataqué, los humillé, los desprecié. A ustedes… y a tantos más.

Su garganta se cerró, pero no miró al suelo. No hoy.

—Y sí. Me enseñaron a hacer eso. Pero también lo elegí. No me escondo de eso. Solo quiero que sepan por qué me convertí en eso. No para que me perdonen… sino porque creo que merecen saber la verdad.

Y entonces, el pasado se encendió en su mente, como una de esas pesadillas que no necesitas dormir para revivir.

El sol de la mañana apenas había entrado por la ventana cuando Mayme, de once años, recibió la peor noticia de su vida.

—Me voy —le dijo su madre, sin drama, sin lágrimas.

—¿A dónde? —preguntó Mayme, sentada en la mesa con su taza de leche temblorosa.

—A donde no tengas que verme rota.

—¿Y papá?

—Él se queda contigo.

Las manos de Mayme temblaron. Su madre se inclinó, le tomó el rostro, y pronunció las últimas palabras que ella escucharía de su boca por más de una década:

—Las Logan no lloran. Aplastan.

Ni un “te amo”. Ni un “perdón”. Ni una promesa de volver.

Y luego se fue. Dejándola sola con Jay Logan.

El padre de Mayme era un hombre temido en el mundo de los negocios mágicos. Poderoso, manipulador, y, dentro de casa, un monstruo. Nunca golpes visibles —eso no—, pero su voz podía cortar la voluntad de cualquiera como un maleficio. Las humillaciones eran su especialidad. El castigo favorito: silencio total por días. El castigo más leve: hacerla repetir que era una decepción.

Y justo esa tarde… llegó la carta de Hogwarts.

Mayme la abrió con manos sucias y ojos secos. No lloró. No porque no quisiera. Sino porque su madre ya le había dicho cómo sobrevivir.

Y ella obedeció.

A los doce años, llegó a Hogwarts convertida en una criatura con armadura. Aprendió a escupir antes de que la escupieran. A burlarse antes de ser blanco. A liderar a través del miedo. A fingir que era invencible.

Y lo fue.

Durante años.

—Yo era así porque así me enseñaron a sobrevivir —continuó Mayme, de vuelta en Valle Mestizo—. Pero cuando vi este lugar por primera vez, me di cuenta de que no quería sobrevivir más. Quería vivir. Ser alguien diferente. Y no sé si lo estoy logrando, pero estoy tratando.

Se giró hacia ellos, ya sin escudos.

—Damir, Vicky, Nora… lo lamento. Con todo lo que tengo. No me interesa si me creen. Solo quería decirlo. Por primera vez. Sin aplastar. Sin esconderme.

La sala quedó en un silencio profundo.

Vicky apretó los labios, mirando al suelo. Nora tenía los ojos húmedos, pero no lloraba. Damir solo asintió, una sola vez. Y eso bastaba.

Mayme bajó la cabeza y se giró, dispuesta a irse. No esperaba aplausos. No quería redención fácil.

Pero cuando pasó junto a Hermione, la mujer más justa que había conocido, esta le susurró:

—Eso fue lo más valiente que has hecho.

Y cuando llegó a la salida, sintió una mano rozar la suya.

Harry.

No dijo nada.

Pero ahí, en ese gesto sencillo, Mayme sintió que alguien había escuchado su verdad… y no la rechazó.



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En el texto hay: fantasia urbana, romance dramatico

Editado: 22.04.2025

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