El aire en Valle Mestizo volvía a estar denso. Pero no por el clima. Era por la expectativa.
Harry Potter, el chico que vivió, el héroe de la guerra, el salvador del mundo mágico… estaba parado al frente de la sala común principal. No con una túnica de batalla, ni con su varita alzada, sino con las mangas de su suéter subidas hasta los codos, la frente ligeramente arrugada, y los ojos clavados en los presentes.
Vicky Spring, Damir Vane, Nora Whitlock, varios rostros más de Hogwarts… todos sentados, todos expectantes.
Y Mayme Logan, en un rincón, sin hablar, sin mover un músculo.
—Quiero hablar —dijo Harry, sin necesidad de elevar la voz.
El murmullo se detuvo. Todos sabían que cuando Harry hablaba, era por algo importante.
—Sé lo que muchos están pensando. Que Mayme no merece estar aquí. Que su lugar está muy lejos de este valle. Que las disculpas no borran los años de daño.
Se giró, miró a Mayme de reojo, y luego volvió a los demás.
—Y ¿saben qué? No estoy aquí para negar nada de eso.
Un silencio incómodo recorrió la sala.
—No vengo a pedir que la abracen. Ni que la inviten a cenar. Solo vengo a decir que la he visto. De verdad. En sus días buenos y en los días en que lucha por no recaer. La he visto quedarse callada cuando antes habría gritado. Pedir ayuda cuando antes habría golpeado la puerta. Quedarse sola cuando sabe que no la quieren cerca, pero no marcharse porque quiere demostrar que no es quien fue.
Los ojos de Harry se suavizaron.
—¿Y saben qué es lo más difícil de cambiar? Saber que tal vez no te van a perdonar nunca… y hacerlo igual.
La sala entera bajó la mirada.
—Lo mínimo que se merece es una oportunidad. No de olvidar. No de borrar. De intentar. Nada más.
Mayme tragó saliva, tiesa como una estatua.
—Y si ella tropieza —continuó Harry—, yo estaré ahí para decirle que se levante. Porque todos cometimos errores. Todos cargamos con un pasado. Y si ella está dispuesta a cargar con el suyo para caminar con ustedes… entonces ¿quiénes somos nosotros para ponerle piedras en el camino?
Nadie respondió. Pero algo cambió en el ambiente. Un suspiro de duda. Una pausa en la resistencia.
Hermione asintió desde un rincón, agradecida. Draco tenía los brazos cruzados, pero los ojos fijos en Mayme. Orgulloso. Silencioso.
Finalmente, Nora Whitlock se levantó. Caminó unos pasos hacia Mayme.
—No estoy lista para confiar en ti —dijo con franqueza—. Pero no te voy a cerrar la puerta en la cara. No más.
Mayme asintió, bajito.
Damir se acercó también.
—No quiero ser tu amigo. Pero… puedo intentar no ser tu enemigo.
Y Vicky, cruzada de brazos, bufó:
—Esto no significa que me caigas bien. Solo que te estoy mirando. Muy de cerca.
Mayme alzó una ceja. Estaba a punto de contestar con sarcasmo. Pero se detuvo. Respiró. Y solo dijo:
—Gracias. De verdad.
Cuando todos se dispersaron, Harry se acercó a ella y le ofreció una taza de té caliente.
—¿Cómo lo hice? —preguntó, medio bromeando.
—Podrías convencer a un dragón de hacer yoga —respondió ella, con una sonrisa cansada.
—Te están mirando, May —dijo él, más serio esta vez—. Ahora más que nunca.
Ella asintió.
—Lo sé.
Y por primera vez… no le pesaba tanto.