Mestiza Village

El peso del silencio

La noche ya se había colado por las ventanas de la casa. Afuera, la lluvia caía con una pereza tranquila, sin prisa. Las luces cálidas del hogar de Harry brillaban con ese tono de seguridad que solo tienen los lugares donde uno se siente a salvo.

Harry estaba en su sofá favorito. La taza de té aún humeaba en sus manos, aunque ya no recordaba desde cuándo la sostenía. No había abierto su libro. Ni leído el Daily Prophet. Ni respondido a los mensajes que, seguramente, seguían llegando.

Especialmente uno.

Ginny.

El nombre flotaba en su cabeza como un eco persistente. Sabía que ella le había escrito. Sabía que había ignorado los mensajes. No por maldad. No por desprecio. Sino porque… no sabía qué decir.

"¿Qué podría decirle que no suene a excusa?"
"¿Y si le escribo, no es peor?"
"¿O es peor no decir nada?"

Apretó la taza. El té se derramó un poco, y Harry apenas lo notó.

Mayme estaba a pocos pasos. Sentada en la alfombra, frente al fuego. No hablaba. Solo miraba las llamas con esa intensidad suya, la que siempre parecía a punto de romperse o de incendiar el mundo, dependiendo del día.

—¿Estás bien? —preguntó ella sin mirarlo, como si le leyera el pensamiento.

Harry no respondió de inmediato. Solo la miró.

Su perfil recortado por la luz del fuego. Las manos cruzadas sobre las rodillas. El cabello desordenado, el ceño apenas fruncido. Y los ojos… los ojos que ya no eran los de una brabucona. Eran los de alguien que había luchado demasiado por encontrar paz.

—Ginny me escribió —dijo, por fin.

Mayme asintió con lentitud. No dijo nada.

—No le respondí.

—Lo sé.

El silencio volvió, pero no era incómodo. Era como si entre los dos, incluso el silencio fuera parte de la conversación.

Harry miró hacia su taza, luego hacia ella.

—No quería herirla.

—Lo hiciste —dijo Mayme, sin tono de reproche. Solo una verdad lanzada al aire.

—Lo sé.

Otra pausa.

—¿Estás enamorado de ella? —preguntó Mayme, sin girarse.

Harry cerró los ojos. Respiró hondo. Y dijo lo único que ya no podía negar:

—No.

Mayme por fin se volvió hacia él. Los ojos clavados en los suyos.

—Entonces, ¿por qué te duele tanto?

Harry se inclinó hacia adelante. Apoyó los codos en las rodillas. Se pasó una mano por el cabello.

—Porque… la quise. Mucho. Porque fuimos una historia. Porque me sostuvo cuando todo se venía abajo. Y no quiero que piense que todo eso fue una mentira.

Mayme no dijo nada. Esperó.

—Pero —continuó él— ya no la veo como antes. No desde hace mucho. Y desde que tú estás aquí, no puedo… no puedo dejar de verte. Aunque no quieras que te vean. Aunque me empujes. Aunque seas la peor persona para mí en este momento. No puedo evitarlo.

Mayme tragó saliva.

—¿Y tú crees que yo no me doy cuenta?

Harry la miró. No entendía si lo decía como algo bueno o algo peligroso.

—Sé lo que la gente dice de mí —continuó ella, con la voz baja, pero firme—. Que soy una bruja que se disfrazó de humana para entrar aquí. Que soy la vergüenza de este valle. Que no merezco ni esta alfombra. Que tú estás loco por defenderme.

—Y están equivocados —respondió Harry sin dudar—. Todos.

—Tú no me conoces lo suficiente para saberlo.

—Entonces déjame conocerte.

La frase quedó flotando en el aire. No como un hechizo. Como una promesa.

Mayme se levantó lentamente. Caminó hacia él. Y se sentó a su lado en el sofá, sin romper la mirada.

—No soy buena, Potter.

—No estoy buscando “buena”. Estoy buscando real.

Ella lo miró largo rato.

Y por primera vez, Mayme Logan no respondió con sarcasmo. Ni con un comentario a la defensiva. Solo bajó la mirada y apoyó su cabeza suavemente en el hombro de Harry.

—Está bien —murmuró—. Pero si me rompes el corazón, juro que hago explotar tu casa.

Harry sonrió apenas.

—Trato justo.



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En el texto hay: fantasia urbana, romance dramatico

Editado: 22.04.2025

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