La lluvia se había detenido hace un par de horas, dejando el aire húmedo y frío, con ese olor a tierra mojada que lo volvía todo más silencioso. En la sala de Harry, sin embargo, la atmósfera era tibia, suave… vulnerable.
Mayme seguía junto a él en el sofá. No hablaban, pero no hacía falta. Él había dejado su taza sobre la mesa, y ella se había acomodado entre su hombro y su pecho, como si en ese rincón del mundo nada pudiera hacerles daño.
Harry no estaba pensando. No como un Auror. No como el “niño que vivió”. Solo como un hombre que, por primera vez en años, estaba presente. Escuchando el latido de otro corazón junto al suyo.
Mayme susurró algo que Harry no alcanzó a entender del todo, pero sonaba a un intento de chiste, o de agradecimiento disfrazado de sarcasmo. Él rió, bajito, y le rozó el cabello con los labios.
No fue un beso. Pero casi.
No se besaron. Pero el aire entre ellos se llenó de electricidad.
Y fue en ese momento —justo cuando Mayme lo miró con algo que parecía ternura, y él acarició su mejilla con el dorso de los dedos— cuando la cámara clickeó.
Sutil. Lejano. Pero ahí.
Mayme giró el rostro de inmediato.
—¿Oíste eso?
Harry también lo había oído. Se puso de pie enseguida. Caminó hacia la ventana, tratando de atisbar entre la noche cerrada.
Nada.
Pero había alguien.
Un par de sombras detrás del seto. Demasiado altos para ser un arbusto, demasiado rápidos para ser una casualidad. Y un destello metálico entre los dedos de alguien.
—¿Qué demonios…? —murmuró Harry, abriendo la puerta.
Salió sin abrigo. Pero no le importaba.
Corrió hasta el jardín, se asomó tras los arbustos, pero no encontró a nadie. Solo el leve aroma a poción de invisibilidad mal usada. Alguien había estado ahí. Y alguien había usado magia para escapar.
Volvió adentro, y Mayme ya estaba de pie, su varita a medio sacar.
—¿Alguien nos vio?
Harry asintió.
—Y tomó fotos.
Ella cerró los ojos con fuerza. No dijo nada al principio. Solo se sentó de nuevo en el sofá, la cabeza entre las manos.
—Están esperando eso —dijo al fin, con la voz apagada—. Que cometa un error. Que me ablande. Que me acerque a ti… para acusarme de algo. Para arrastrarte conmigo.
Harry se acercó.
—No es tu culpa.
—No importa si lo es o no. Ya lo van a usar en mi contra.
Él se agachó frente a ella. Le tomó las manos.
—Entonces nos adelantamos. Hablamos con Hermione. Draco. Los demás. No dejamos que los rumores ganen esta vez.
Mayme lo miró. Sus ojos estaban llenos de ese miedo que rara vez mostraba. Pero también… de algo parecido a confianza.
—¿De verdad harías eso por mí?
Harry no titubeó.
—Ya lo estoy haciendo.
Mayme apretó su mano. Por primera vez, su gesto no fue de frialdad ni de sarcasmo. Fue agradecido.
Pero afuera, entre las sombras del callejón que rodeaba la casa, un rostro enojado —con el ceño fruncido y la cámara aún en las manos— bajaba la vista a las imágenes.
Una tras otra. Mayme apoyando su cabeza en el hombro de Harry. La caricia en la mejilla. La sonrisa compartida.
Perfecto, pensó con una sonrisa torcida.
Era una vecina. Una de las más antiguas del Valle. Una mujer que nunca confió en “los reformados”. Que nunca aceptó que Mayme Logan pudiera merecer redención.
Y ahora tenía las pruebas perfectas para empezar una tormenta.