El primer mensaje apareció a la mañana siguiente.
Justo donde la tierra aún estaba húmeda frente a la casa de Harry, y donde Hermione había lanzado su hechizo de rastreo, alguien —de forma mágica o manual— había dejado un pequeño símbolo. Una sola letra, dibujada en el lodo con precisión y a propósito:
P.
Y justo debajo, con una caligrafía elegante y sin adornos, en una línea apenas visible:
"Estuve aquí."
Hermione lo miró por largo rato, su mente corriendo a mil por hora. No había huellas. No había magia activa. Solo eso. Una provocación. Una firma.
Esa misma noche, sentada en el comedor con Draco —las luces apagadas y el lugar protegido por hechizos de privacidad—, extendió un mapa del Valle sobre la mesa.
—Mira —dijo, marcando con una pluma mágica los puntos donde se habían detectado rastros—. Aquí fue donde tomaron las fotos de Harry y Mayme. Aquí encontraron el primer símbolo. Y aquí —marcó con un golpecito— apareció otro anoche, en el jardín de la cafetería donde Mayme se sentó sola por veinte minutos.
Draco se inclinó sobre el mapa.
—Todos los lugares tienen algo en común.
—Mayme —dijeron los dos al mismo tiempo.
Hermione asintió.
—No están vigilando a Harry. La están siguiendo a ella.
—O vigilándolos a ambos… pero con un interés enfermizo en ella. Como si quisiera probar algo. Como si quisiera que caiga.
—Lo peor —continuó Hermione—, es que ni siquiera podemos empezar por un nombre. ¿Qué es “P”? ¿Un apellido? ¿Un apodo?
Draco se recostó en la silla, cruzando los brazos.
—Podría ser Parker, Penrose, Powell, Priscilla, Petrov, Pan… hay al menos veinte habitantes registrados con una “P” en el apellido o el nombre. Todos los listados del Valle tienen eso. ¿Qué hacemos, interrogar a todos?
—No —respondió Hermione, sacando un nuevo pergamino del bolso—. Pero podemos observar. Esta es la lista de los vecinos con inicial P que viven a menos de tres cuadras de cualquiera de los puntos señalados. Son seis.
Draco tomó la lista y leyó los nombres en voz baja:
—Petra Flint, Pierre McDowell, Pablo Rowen, Priscilla Munch, Penelope Grubbly, y Phoebe Winters.
—Algunos están descartados —continuó Hermione—. Penelope es ciega. Phoebe es una niña. Pierre trabaja fuera del Valle. Pero los otros tres…
—Pueden ser cualquiera —murmuró Draco—. ¿Y ahora qué?
Hermione abrió un cuaderno. Las páginas estaban llenas de anotaciones, horarios, frases, observaciones, momentos en que la magia dejó rastros.
—Ahora los vigilamos. Como ellos lo han hecho con nosotros. Voy a dejar encantamientos de reflejo en cada punto nuevo. Si vuelven, la magia los delatará. Y esta vez, no escaparán tan fácil.
Draco la observó con detenimiento.
—Nunca pensé que me iba a enamorar más de ti cuando te ponías en modo obsesiva.
Hermione no sonrió. Estaba demasiado centrada en su plan.
—Esto no es solo por nosotros, Draco. Mayme está tratando de cambiar. Pero si este sujeto logra lo que quiere, la van a destrozar. Y Harry con ella.
Draco suspiró, y por un segundo, la preocupación lo cruzó como una sombra.
—¿Y si el culpable no está en la lista?
Hermione levantó la vista.
—Entonces estamos más jodidos de lo que pensábamos.
Esa noche, por todo el Valle Mestizo, aparecieron runas de protección, hechizos de activación invisibles, y pequeños encantamientos de seguimiento cuidadosamente camuflados.
Hermione y Draco habían empezado la cacería.
Pero al día siguiente, en la fuente del centro del Valle, sobre la piedra húmeda de uno de los bancos donde Mayme había esperado a Harry la semana pasada… apareció otra marca.
Una letra.
P.
Y debajo, como una burla silenciosa:
"Sigo aquí."