Mestiza Village

El precio del silencio

Desde hacía días, Ron no dormía bien.

Ginny pasaba horas encerrada en su habitación, escribiendo pergaminos con una sonrisa que no había visto en ella desde que jugaba con los explosivos de Fred y George. Cada vez que una lechuza llegaba, ella corría como si esperara un mensaje de vida o muerte. Luego se encerraba, bajaba la voz… y siempre decía lo mismo:

—Gracias… Panecillo.

La primera vez, Ron se rió. La segunda vez, se preocupó. La tercera, supo que algo estaba mal.

Pero cuando Hermione lo buscó, invitándolo a tomar un café en la plaza central del Valle, Ron se limitó a sonreír.

—¿Algo raro en casa? —preguntó Hermione, sin rodeos, dando un sorbo a su taza.

—Nada fuera de lo normal —respondió él, evitando su mirada.

Mentira número uno.

Hermione había aprendido a leer a Ron como un libro abierto. Y ese “nada” no venía con la sonrisa que solía acompañarlo.

Más tarde ese mismo día, Harry lo encontró cerca del invernadero, fingiendo leer un libro sobre criaturas mágicas.

—¿Supiste lo de las marcas? —le preguntó Harry con tono casual, como si solo charlaran del clima.

Ron asintió.

—Sí. Espeluznante. Pero no vi nada sospechoso. Ginny ni se ha enterado.

Mentira número dos.

Harry lo miró fijamente por unos segundos. Ron sintió que lo estaba diseccionando con los ojos. Apretó el libro entre los dedos hasta casi romperlo.

Y esa noche, Draco le preguntó directamente, en uno de los callejones del Valle:

—¿Tu hermana ha tenido comportamientos raros últimamente?

—Mi hermana está perfectamente —respondió Ron. Seco. Cortante. Como si el solo hecho de mencionarla fuera una ofensa.

Mentira número tres.

Pero la verdad estaba en los detalles.

En cómo Ginny guardaba pergaminos en doble fondo de su baúl. En cómo Ron la había visto escabullirse fuera de casa a la medianoche. En cómo, cada vez que alguien mencionaba a Mayme, Ginny apretaba la mandíbula como si le acabaran de mencionar una maldición prohibida.

Y aún así, Ron no decía nada.

La protegía.

No porque creyera que era inocente. Sino porque era su hermana.

Luna, en cambio, lo observaba desde las sombras de la biblioteca mágica del Valle. Ella y Hermione estaban cruzando pistas. Las marcas de “P estuvo aquí”, los pergaminos extraños, los rumores… y todo apuntaba a algo que Ginny sabía. O hacía.

Esa tarde, mientras Ron hojeaba distraído un libro sobre plantas curativas, Luna se le acercó en silencio.

—¿Te parece bien mentir por alguien que está haciendo daño? —preguntó, sin preámbulos.

Ron dio un respingo.

—¿De qué hablas?

—De lo que no dijiste cuando Hermione te preguntó. Lo que negaste con Harry. Lo que evitaste con Draco. Sé que Ginny está involucrada. Y tú también lo sabes.

Ron apretó los labios. No dijo nada.

—Yo sé que la amas —dijo Luna, bajando la voz—. Pero esto no es protegerla. Es permitirle lastimar a otros.

Ron cerró el libro de golpe. Se levantó. Caminó hasta la ventana. El sol estaba cayendo, y el Valle parecía tranquilo.

Pero él sabía que no lo estaba.

—No puedo traicionarla, Luna. Es mi hermana menor. La he cuidado toda la vida.

—Entonces cuídala como un hermano de verdad. Haz que se detenga —replicó Luna—. Antes de que todo esto explote en la cara de todos.

Ron no respondió.

Pero esa noche, Hermione recibió una nota breve. Letra temblorosa. Sin firma.

“Yo sé cosas. Pero no puedo hablar. No todavía.”

La dejó debajo de su almohada, sin decir nada a Draco.

Porque en el fondo, sabía que era de Ron.

Y lo que viniera después… sería la verdad. Dolorosa. Pero necesaria.



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En el texto hay: fantasia urbana, romance dramatico

Editado: 22.04.2025

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