Mestiza Village

Ecos detrás de la puerta

La sala de reuniones del Centro del Valle había quedado en silencio. Ron se había marchado cabizbajo, acompañado por Luna. Draco había salido sin decir palabra, caminando directamente hacia la bruma de la mañana. Hermione se quedó un rato más, organizando los pergaminos, como si al alinear cada hoja pudiera también ordenar lo que acababa de suceder.

Harry, sin embargo, no se movió. Miraba el lugar donde había estado Ron. Su mandíbula apretada. El corazón, pesado.

No dejaba de pensar en Mayme.

Y entonces algo lo golpeó como una revelación: Mayme no estaba en casa. No había contestado sus lechuzas. Tampoco estaba en la reunión...

Y fue justo entonces que escuchó el crujido.

Un ligero roce de suela sobre madera vieja. Un susurro en el pasillo.

Harry se giró como impulsado por un resorte, cruzó la sala y abrió la puerta con fuerza. La vio. Mayme. De espaldas. Avanzando por el corredor, con los hombros encogidos y las manos cerradas en puños.

—¡Mayme!

Ella se detuvo, pero no se giró. Apretó más los puños. Harry dio un par de pasos, suave, como si se acercara a una criatura herida.

—¿Escuchaste todo?

Silencio.

—No quería... —dijo ella, sin volverse—. Solo... pasaba por aquí. Y luego me quedé. No supe cómo irme. No quería que me vieran. Otra vez…

Harry se acercó un poco más. Sus pasos eran lentos, cuidadosos. Como si temiera romper algo que ya estaba roto.

—May...

Ella giró por fin, y en su mirada no había arrogancia ni orgullo. Solo dolor. Las lágrimas que no caían, pero que empapaban el alma.

—No deberían pelear por mí —susurró—. No valgo la pena. No después de todo lo que hice.

Harry se detuvo a un metro de ella.

—¿Tú crees que no vales la pena...? ¿Después de todo lo que has hecho por cambiar?

Ella bajó la mirada, pero sus labios temblaron. Un par de segundos después, sin decir nada, echó a correr por el pasillo.

—¡Mayme, espera!

Harry corrió tras ella. Pero su velocidad lo sorprendió. Bajó las escaleras como una ráfaga, empujó la puerta del Centro del Valle y salió al exterior.

La niebla empezaba a disiparse y el cielo se teñía de naranja por la caída del sol.

Harry corrió tras su figura, que se deslizaba veloz hacia su casa. Y justo cuando dobló la esquina para alcanzarla…

¡FLASH!

Una luz blanca.

Una cámara mágica.

Harry se detuvo de golpe y buscó el origen del destello. No vio a nadie de inmediato. Solo escuchó una risa leve. Burlona. Que se desvanecía.

Entonces lo notó: una figura encapuchada doblaba por el callejón contrario al que había corrido Mayme.

La silueta desapareció entre los callejones, sin dejar más rastro que un leve susurro mágico en el aire.

Panecillo.

Harry se quedó paralizado. La sangre le hervía.

Miró en dirección a Mayme, que acababa de entrar a su casa y cerraba la puerta tras ella. Su silueta temblorosa se perdió detrás de la cortina.

Y entonces lo entendió.

Panecillo había estado allí. Viendo. Escuchando. Esperando.

Y había tomado una foto en el momento exacto en que Mayme huía… vulnerable… rota.

Hermione, desde su ventana, vio la escena. Vio a Harry corriendo. Vio el destello. Vio la sombra desaparecer.

Y por primera vez… sintió verdadero miedo.

No por Mayme. No por Ginny.

Sino porque alguien más estaba en juego. Alguien que jugaba mejor, desde las sombras. Alguien que conocía los momentos justos para actuar. Y que sabía exactamente dónde golpear.

Mientras tanto, en algún rincón del Valle, una lechuza volaba rauda. En sus patas, una fotografía mágica recién impresa. En su interior, una breve nota que decía:

“Ella sigue corriendo. Él sigue siguiéndola. Pero no por mucho tiempo.
— P”

Y Ginny, en su habitación, abrió la ventana con una sonrisa retorcida. Miró la foto. Y con una voz cargada de veneno, susurró:

—Gracias… Panecillo.



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En el texto hay: fantasia urbana, romance dramatico

Editado: 22.04.2025

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