La habitación de Ginny estaba en completo silencio, salvo por el suave sonido del aleteo de la lechuza que acababa de llegar y el tic-tac del reloj colgado en la pared.
Una nueva carta, sin remitente.
Un sobre sencillo.
Misma caligrafía perfecta.
Sin firma visible.
Ella no necesitaba leer nada.
Sabía exactamente lo que era.
Sus dedos temblaron levemente al romper el sello. El corazón, ya entrenado por el primer golpe, latía con una furia fría, como un tambor de guerra en la distancia.
Desplegó la imagen.
Mayme Logan.
Harry Potter.
Él en el sofá.
Ella, sentada en el suelo, recostada en él como si fuera su lugar natural.
Ambos sonriendo. Cómplices. Cálidos.
Una risa seca y cruel escapó de la garganta de Ginny.
—Perfecto… —susurró—. Perfecto.
Avanzó hasta su escritorio, con pasos lentos, y dejó caer la foto sobre la superficie como si quemara.
No había lágrimas.
No esta vez.
Solo fuego.
Se sentó, cruzó las piernas y tomó su varita. Hizo girar la silla hacia la ventana, donde la luz del atardecer teñía todo de naranja, y apoyó el mentón en la mano.
Recordó la primera vez que vio a Mayme Logan.
Quinto año.
Un pasillo lleno de estudiantes.
Ron, balbuceando una confesión torpe.
Y ella. Esa bruja arrogante, con su túnica abierta y su sonrisa de desprecio.
—¿Tú y yo? —dijo Mayme, con voz alta para que todos escucharan—. ¿No crees que ya sufres suficiente siendo tú?
Los murmullos.
Las risas.
El rostro rojo de Ron.
Y luego el de ella, Ginny, sintiendo cómo le hervía la sangre.
Mayme no fue solo una brabucona.
Fue una herida con nombre y apellido que nadie en Hogwarts se atrevía a enfrentar.
Y ahora estaba en el Valle.
En su mundo.
Con su Harry.
Se levantó lentamente y caminó hacia el espejo. Observó su propio reflejo durante un rato. Parecía tranquila, pero por dentro… algo ardía.
Y entonces, la lechuza volvió.
Un solo papel, esta vez. Más pequeño.
“Gracias…
—Panecillo”
Ginny sonrió. No maliciosamente. No esta vez.
La sonrisa era planeada.
Fría.
Afilada.
Ron golpeó la puerta en ese momento.
—¿Ginny? ¿Estás bien? Me pareció escuchar algo…
Ella guardó la nota sin dejar rastro.
—Estoy perfecta —dijo, abriendo solo un poco—. Ya me llegó lo que esperaba.
Ron arqueó una ceja.
—¿Otra carta?
Ginny asintió.
—Sí. Y quiero que sepas que no todo lo que parece… es lo que es, Ron.
—¿Qué significa eso?
Ella lo miró fijo. Muy fijo.
—Significa que si Harry quiere jugar con fuego… yo también sé hacerlo.
Y cerró la puerta en su cara.
Ron se quedó mirando, confundido. No le gustaba ver a su hermana así, tan distante.
Pero tampoco podía negar que había un brillo nuevo en sus ojos.
Uno peligroso.
Ginny, mientras tanto, regresó al escritorio, sacó un cuaderno con hechizos olvidados y una pluma.
Ya no se trataba solo de Mayme.
Se trataba de recuperar lo que era suyo.
Y si para eso debía prender fuego al Valle Mestizo… que así fuera.