El amanecer que siguió a la batalla fue distinto a cualquier otro en la historia de Villa Mestiza. La niebla que tantas veces cubrió el Valle se disipó lentamente, como si el aire mismo hubiese decidido exhalar un suspiro contenido por años.
Mayme despertó antes que todos. Estaba sola en la cama de la sala de curaciones improvisada. Las ventanas estaban abiertas, dejando entrar el perfume húmedo de los árboles mojados. Cada músculo de su cuerpo dolía, pero lo que más pesaba era el silencio. Un silencio que, por primera vez, no significaba aislamiento. Significaba fin.
Hermia apareció en el umbral, vestida con una túnica sencilla, con los cabellos sueltos y una expresión serena.
—No tienes que levantarte aún —dijo con suavidad—. Halden fue a buscar algo de comer. Y el Consejo... está reunido.
—¿Conmigo? —preguntó Mayme, la voz apenas audible.
Hermia negó con la cabeza.
—Con ellos mismos. Hay cosas que deben decidir. Pero no sobre ti.
Mayme asintió con lentitud. Todavía le costaba creerlo.
—¿Jay…?
—Está bajo custodia. No lo mataste. Pero lo venciste. Con tu magia, sí, pero sobre todo con tu decisión. No ser como él.
Mayme se giró hacia la ventana.
—Quise perdonarlo. Por un instante. Pero no pude.
—Eso también es humano —dijo Hermia, sentándose a su lado—. Lo importante es que no lo imitaste. No tomaste su camino. Ni siquiera para destruirlo.
Un silencio cálido las rodeó, distinto a cualquier otro que hubiesen compartido antes.
—¿Y la Villa? —preguntó Mayme.
—Dividida. Cansada. Pero viva. Y escuchándote.
Más tarde, ese mismo día, Mayme caminó lentamente hacia la plaza central. No había multitudes ni discursos. Solo algunos vecinos barriendo escombros, niños jugando con varitas prestadas, y una paz tenue sobre los adoquines húmedos.
Halden la encontró allí, sentado en el mismo banco donde se habían conocido por casualidad semanas atrás.
—¿Te sientes lista? —preguntó él.
—No —respondió ella—. Pero quiero estarlo.
—Eso es suficiente.
Mayme le sonrió. Era pequeña, casi imperceptible. Pero real.
—¿Te quedarás en el Valle? —preguntó él.
Ella no respondió de inmediato. Observó las casas, las personas, el cielo.
—Sí. Pero no como la Logan. No como la bruja. Solo… como Mayme.
Halden se levantó, se acercó y le tendió la mano. Ella la tomó.
—Bienvenida —le dijo.
Más tarde, frente al nuevo Consejo Ciudadano, Hermia dio las palabras de cierre.
—Villa Mestiza no es un paraíso. Nunca lo fue. Es un lugar donde la magia y la humanidad conviven... a veces con roces, otras con esperanza. Pero hoy, después de todo lo vivido, podemos decir que seguimos en pie. Que elegimos creer. Y que la luz que queda... será suficiente para seguir.
Aplausos suaves se elevaron. No por obligación. No por compromiso. Sino por comprensión.
Mayme, desde el fondo, miraba sin hablar. No necesitaba decir nada. Sus cicatrices, su presencia, su decisión de quedarse… eran palabras suficientes.
Y esa noche, mientras la luna se alzaba sobre un Valle que empezaba a sanar, una pequeña nota fue encontrada en la antigua biblioteca. No estaba firmada por “P”. No llevaba amenazas. Solo decía:
“Gracias por no rendirse. —Una vecina más.”
Villa Mestiza había cambiado.
Y ya no había marcha atrás.