Metamorfosis

Capítulo 3

Esto contiene: @mohammad_wasif07

El chocolate caliente de Gael se había convertido en un recuerdo lejano, un fantasma de calidez en mi estómago que la acústica estridente y los fluorescentes mortales del instituto habían disipado por completo. Era mi segundo día, y cada paso que daba por esos pasillos de linóleo brillante me sentía como una intrusa en un territorio marcado por códigos que no entendía.

Mi objetivo era llegar al aula de Biología sin ser vista, un intento fútil de camuflaje. Iba con la cabeza gacha, los auriculares puestos, aunque no sonara música, creando una burbuja de falsa protección. La mochila, cargada con los libros que Gael había revisado esa mañana para asegurarse de que llevaba todo, me pesaba como una losa.

Fue entonces cuando lo vi. Un cartel pegado en la pared, justo al lado de la taquilla que me habían asignado. El papel era de un rosa chirriante, con letras grandes y redondeadas: "¡BAILE DE BIENVENIDA! ¡No te quedes fuera!". Una estocada directa al estómago. Eventos sociales, multitudes, música alta… mi kryptonita perfecta.

Me detuve frente a él, sintiendo cómo una oleada de ansiedad me secaba la boca. ¿Iría alguien? ¿Iría Mateo? La sola idea hizo que mi corazón se acelerara con un pánico distinto. Había escuchado algo de él. Me quedé paralizada, absorbiendo cada detalle absurdo del cartel como si contuviera las respuestas a todas mis dudas.

No los oí acercarse. Su perfume dulzón fue lo primero que noté, un olor artificial a frutas que se coló en mi burbuja. Luego, la sombra que proyectaron sobre el cartel rosa.

—Oh, mira, David —la voz de Sara era una daga de seda—. Parece que nuestra nueva amiga está interesada en el baile.

Me quité los auriculares con un movimiento brusco, como si me hubieran pillado haciendo algo ilegal. David estaba apoyado contra las taquillas contiguas, con una sonrisa burlona que no llegaba a sus ojos.

—¿En serio, Abandonada? —dijo, alargando deliberadamente el apodo que me habían asignado el día anterior—. ¿Crees que es buena idea? Con lo… nerviosita que te pones.

La sangre empezó a golpear contra mis sienes con un ritmo sordo y potente. Sentí un calor repentino subiéndome por el cuello, manchándome las mejillas. Apreté los auriculares hasta que el plástico crujió protestando.

—Déjenme en paz —murmuré, pero mi voz sonó ahogada, débil. Una voz de víctima. Lo odié.

—Es que nos preocupa —intervino Sara, fingiendo un ceño de preocupación. Se acercó un paso más, invadiendo mi espacio personal. Su perfume me mareó—. Los bailes son muy estresantes. Mucha gente. Mucho ruido. Y tú… bueno, después de lo de tu otro colegio… —Dejó la frase en el aire, flotando como una amenaza.

Ellos sabían. ¿Cómo coño sabían? La pregunta reverberó en mi cabeza, mezclada con el pánico.

Mi respiración se volvió superficial, entrecortada. El pasillo, antes ancho, empezó a estrecharse, las paredes a cerrarse sobre mí.

—No sé de qué hablas —logré decir, intentando esquivarlos para llegar a mi taquilla.

David bloqueó mi camino con su cuerpo, sin tocarme, pero su presencia era una barrera infranqueable.

—Claro que sí. Todos lo saben. Que no puedes controlarte. Que hiciste un numerito. —Su mirada bajó hasta mis manos, que temblaban incontrolablemente—. Mira, hasta ahora. ¿Ves? Nerviosita.

Cada palabra era un alfilerazo en mi armadura ya agrietada. Sentí la furia, esa bestia negra y familiar, despertando en el fondo de mi estómago.

Retorciéndose, gruñendo, pidiendo a gritos que les mostrara exactamente de lo que era capaz. Mis músculos se tensaron, listos para estallar. Quería empujarlo. Quería gritar. Quería hacer que se tragaran sus sonrisas de superioridad.

Pero entonces, una imagen se impuso entre el rojo de mi ira: Gael. Su mirada cansada cuando me recogió del colegio anterior. Su voz suave diciendo "No otra vez, Elita. Por favor, no otra vez".

Apreté los dientes con tanta fuerza que sentí un dolor agudo en la mandíbula. Clavé las uñas en mis palmas, usando el dolor físico como ancla, como un cable a tierra para la tormenta eléctrica que rugía dentro de mí. Respiré hondo, un sonido áspero y tembloroso que hizo que la sonrisa de David se ampliara.

—¿Todo bien? —preguntó él, con falsa inocencia.

—Perfectamente —logré escupir, forzando las palabras a través de los dientes apretados. Mi voz sonó ronca, cargada de una rabia que apenas lograba contener—. Ahora, si me disculpan, tengo clase.

No me moví. Me planté allí, desafiante, aunque por dentro me estuviera desintegrando. Los miré fijamente, desafiando a que hicieran algo más. A que me tocaran. La tensión se palpaba en el aire, densa y eléctrica.

Sara fue la primera en flaquear. Su sonrisa se desvaneció un poco. Intercambió una mirada rápida con David.

—Como quieras —dijo ella, encogiéndose de hombros con una falsa indiferencia—. Solo intentábamos ayudar. No queremos que… ya sabes… vuelva a pasar.

Dieron media vuelta y se alejaron, mezclándose con la multitud de estudiantes que fluía por el pasillo. Sus risas, susurradas pero nítidas para mis oídos hiperalerta, me siguieron como una maldición.




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