Llamarte hijo de puta sería una ofensa;
una escupida de cara a los hijos de estas trabajadoras.
Los adjetivos a utilizar carecen de significado,
cuando lo único que deseo es un punto final.
Me angustia saber que provengo de dicha calaña;
¿Cómo puedo abrir mis alas cuando te cargo como una cruz?
La sangre no perdona a nadie y me enferma saberlo.
Daría lo que fuera por borrar tu marca de mis huesos.
¡Oye!
Soy la bastarda que con tanto ímpetu querías asesinar.
Soy el resultado de tu infidelidad e inmoralidad.
Fui el bebé que arruinaría tu falso feliz matrimonio;
el resultado de jugar con una persona que te quiso en verdad.
A pesar de los años y los sermones, no te he perdonado.
No eres alguien que se pueda redimir con facilidad.
Escucho constantemente que el odiarte me envenena,
pero los que hablan solo son mudos espectadores.
Preguntas si aún no me han encontrado un padre,
y la respuesta está frente a ti todos los días.
Basta con que cierres la maldita boca y mires el espejo;
ahí encontrarás al bastardo que me engendró.
Con las letras puedo decirte sin tapujos que te odio,
cosa que no puedo gritar por temor a ser señalada.
En mis relatos puedo ser el juez que te castiga,
pero solo será un espejismo de falso alivio.
La gente cuestiona si sería capaz de perdonarte,
y mi respuesta siempre resulta ser incierta.
Lo principal es que tú jamás vendrás a buscarme,
soy una persona tan parecida a ti que te conozco demasiado.
Una parte de mí imagina cada escenario posible,
riendo como una demente al pensar en los irónicos que son.
Un órgano jamás podrá ser donado por este cuerpo roto;
me satisface saber que he matado tu esperanza de salvación.
Me inquieta llegar a la fama y que tú te enteres;
conociendo lo interesado que eres en arruinar la felicidad.
Escupirte en la cara sería una meta alcanzada,
pero no creo tener el placer de satisfacer dicho morbo.
Un cercano preguntó qué haría en caso de tu redención,
y debo admitir que soy demasiado escéptica contigo.
Te lo repito sin temor a equivocarme,
soy una persona tan parecida a ti que te conozco demasiado.
Frente a una pantalla en medio de la noche,
reflexiono en si esta misiva servirá de desahogo.
Mi pecho, pesado y asfixiado, se siente liviano;
pero todavía hay demasiada pus que debe brotar.
Carezco de buenos deseos y pensamientos hacia tu persona;
no te has ganado nada más que un profundo desprecio.
Intento seguir con mi vida renuente a pensarte,
pero todo lo que hago es poner un punto y aparte.
Aunque no quiera, sigo mencionando tu existencia,
como si fueras un feo estigma quemado en mi piel.
Como un loco sin medicar te mantengo en mis pensamientos;
eres la peor pesadilla recurrente que me ha tocado.
Necesito conocer esta sangre para tomar decisiones,
porque no quiero manchas en mis futuras generaciones.
Pero sigo en la oscuridad, con la ansiedad de conocer mis raíces,
y con el suplicio de revelar algo que no quiero despertar.
Ahora, odiado padre, esperaré a que los hilos se muevan.
Porque la maldad de una persona jamás quedará impune.
Tal vez sea necesario constantemente recordarme que:
Mía es la venganza, dice el Señor, yo pagaré.
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Editado: 12.09.2024