Soy un esclavo en pleno siglo XXI.
Vivo a merced de la rutina que debo afrontar.
Tres veces al día sin ninguna demora;
dependiente de una lista de drogas que debo tomar.
Y no creas que estoy en el espectro ilegal;
te aseguro que solo consumo sustancias legales.
No importa cuánto se desee justificar,
aún resulta sofocante moverse al son de este tic tac.
No considero sano seguir viviendo así.
Las medicinas reparan a algunos y dañan a otros.
Simples placebos que ayudan a esconder el síntoma,
igual que la falsa sonrisa en la cara del doctor.
Pero dependo día y noche de ellos.
No para sanarme, sino para mantenerme estable.
La hiel amarga del estómago sube a mi garganta;
contrario a las quejas y protestas que debo tragar.
Estoy cansada de estar atada a este yugo,
pero no hay otra salida para mitigar este mal.
Con un simple consuelo que se vuelve alegría,
cuando la dosis al fin se puede bajar.
Pero la bolsa de pastillas sigue estando ahí,
como un triste recuerdo lleno de realidad.
Tal como la voz en la cabeza de un demente,
así es el recordatorio de la siguiente dosis a tomar.
Dolorosa es la experiencia al olvidarse de ella.
El cuerpo reclama porque tiene necesidad.
Se ha vuelto esclavo de un suplemento,
que él mismo, sin problema, podría generar.
Pero ha muerto.
Se ha olvidado de renovarse a voluntad.
Y seguirá la dependencia presente en mi vida,
hasta que llegue un punto donde él vuelva a reaccionar.
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Editado: 12.09.2024