Alta e imponente se yergue en la habitación,
con su estructura rugosa y craquelada.
Una firme imagen de cómo está el corazón,
de aquel individuo que se acerca a admirarla.
Fungiendo como una especie de salida;
tal vez solo un final para los desesperados.
Y ahí se mantiene, no en una sala privada,
sino para todos los que quieran usarla.
Y la cuerda en las manos comienza a anudarse;
como una serpiente que busca la forma de atacar.
Sintiendo las pulsaciones al nivel de la taquicardia;
pensando en si dolerá al finalizar.
No es la primera vez que fantasea con esto,
aunque el método difiere de vez en cuando.
Hace meses el blíster de pastillas desapareció,
dejándole las opciones de huida con planes escasos.
Pensando en un escenario limpio y sin manchas,
en su mente cansada parece un buen plan.
Se siente agotado por las decepciones de la vida,
al punto de apagar los frenos de la racionalidad.
Y se hunde en el fango de la depresión,
asfixiándose mientras mantiene en su rostro una máscara.
Siendo como el payaso que sonríe en cada función,
aunque el pozo de alquitrán le apriete hasta el alma.
Jadea porque tiene miedo de lo desconocido,
pero se encuentra harto de lo que le rodea.
Quiere acabar con todo, pero lo hará solo.
Porque ha aprendido que, si quiere que las cosas se hagan bien,
debe hacerlas por sí mismo.
Da un paso al frente y una voz lo detiene.
No es algo consciente, sino un murmullo mental.
Aquella minúscula luz de razón que le recuerda,
con cierta mofa, que el tormento será peor al terminar.
Y reacciona.
Porque esta imagen solo atravesó su mente.
Porque, en medio de su cobardía, se mantiene firme.
Luchando a diario con sus demonios internos;
aferrándose a sus creencias para no hundirse de más.
Da un paso hacia atrás con cierta decepción,
porque sabe que no tomará esta salida.
Observa frente a frente la viga en el techo,
y, al final, se retira.
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Editado: 12.09.2024