Cuando recobró la conciencia, poco a poco comenzó a sentir cómo su cuerpo le pesaba. Sentía cada extremidad tensa por lo que quiso moverse, pero algo se lo impidió. El latido de su corazón palpitaba en sus oídos. Los párpados los sentía como dos losas que custodiaban sus ojos para impedirle ver. Aún así podía notar las luces que parpadeaban a gran velocidad.
El zumbido en sus oídos ensordecía todo lo demás. Entre todo el ajetreo, logró distinguir unas ruedas que chirriaban mientras ella se movía de un lado a otro. Tenía frío, pero la mascarilla que cubría casi todo su rostro le impedía hablar. Alguien había tomado su mano que quiso aferrar y alejar a la vez; no le gustaba el contacto físico.
Fragmentos de una película pasaban por su cabeza, aunque le costaba retener alguno. Todo se difuminaba, parecía borroso, como si una capa de neblina opacara todo en su mente. Cuando logró abrir los ojos, pronto se volvieron a cerrar cuando todo se volvió negro.
Beep… Beep… Beep…
El sonido de una máquina fue lo primero que escuchó al despertar. Abrió los ojos, pero la luz del lugar la cegó por unos instantes hasta que su vista se acostumbró. Paredes blancas, las máquinas del hospital y él. ¿Quién era él? Y, ¿qué hacía ella ahí? Supuso que era un médico al notar su bata. Estaba de espaldas por lo que no se había percatado de que ella se había despertado.
Sentía la garganta seca, quería hablar, decir algo, pero no podía, sentía como si hubiese estado en el desierto por días.
―¿D… do… dónd… e…? ―por fin había podido decir algo aunque sentía su garganta arder, pero no importaba, el hombre de espaldas al escucharla se volteo y se acercó a ella.
―¿Cómo se siente? ―la miró, antes de anotar algunas cosas en su tableta.
―A… a… agua ―observó como él, sin decir una sola palabra, sirvió un poco de agua en un vaso y lo acercó a ella que bebió poco a poco hasta casi terminar el vaso.
―¿Dónde estoy? ―por primera vez pudo formular una de las preguntas que rondaba en su mente desde que había despertado, no reconocía ni su voz.
¿Qué le había pasado?
―En el hospital Quirònsalud, Barcelona ―observó cómo sacaba una linterna de su bolsillo―. Permítame ―se acercó y la luz de la linterna la irritó por varios segundos.
¿Acaso ella vivía en Barcelona?
En ese momento no recordaba nada, ni siquiera su nombre. La cabeza le daba vueltas, le dolía demasiado y el ruido de las máquinas se hacía cada vez más intenso, además de todas las preguntas que no dejaban de llegar a su mente, sentía que era demasiado. Se sentía perdida y lo estaba, por más que intentaba querer recordar algo, todo era en vano, todo se veía negro y así se sentía aún después de haber despertado.
―Me duele demasiado la cabeza ―susurró porque hasta su propia voz le molestaba, miles de punzones se instalaban en su cabeza con cada palabra que decía.
―Me encargaré de eso ―informó el hombre, revisando por última vez las máquinas.
Cerró los ojos por un momento pues el dolor cada vez se volvía más intenso, además de que la luz no dejaba de molestarle. Se sentía extraña y, por primera vez, empezó a notar el dolor en todo su cuerpo, sus manos, sus dedos, abdomen, cuello, no había alguna parte que no le doliera. Tal vez los sedantes ya habían dejado de hacer efecto porque minutos atrás no había sentido nada, solo el malestar de su cabeza, pero en ese momento podía percibir todo
Debió de haber hecho una mueca o algo porque el médico pareció notarlo. Terminó de anotar unas cosas en su tableta y salió sin decir ni una sola palabra, pasaron varios minutos que parecieron eternos cuando volvió junto con una enfermera.
―Te pondremos un analgésico con un sedante para el dolor, te ayudará a reducir el dolor de cabeza y de tus heridas, te sentirás mejor en unos minutos ― lo observó, sin saber qué decir y aunque quisiera, el dolor era insoportable.
Ella la miró algo temerosa, pero la enfermera le ofreció una amigable sonrisa.
―No te preocupes, no te dolerá. El medicamento será inyectado en la intravenosa que ya tienes.
Trató de respirar lenta y profundamente para intentar amortiguar un poco su dolor. Observó el líquido ser inyectado y, en cuestión de minutos, se sintió relajada.
―¿C… cuál es su nombre? ―trató de observarlo, lucía cansado.
Por un instante sus miradas se cruzaron y pudo observar que sus ojos eran de un hermoso color miel que por alguna extraña sensación la hacían sentir a salvo.
―Soy el médico Santana, vendré en unas horas a chequear que todo esté bien así que, por favor, descanse ―sin más salió de la habitación junto con la enfermera dejándola sola.
De pronto comenzó a sentir que le pesaban los párpados hasta que se dejó llevar esta vez en un sueño más profundo.