Decir que soñó con algo sería mentir. Todo era negro. En sus recuerdos intentó buscar a su su familia, a sus amigos o alguien que le diera una pista de quién era o fue, pero no lograba encontrar nada, estaba sola.
Se sentía sola.
Caminaba por ese oscuro lugar, mientras que lo único que podía ver eran como unos charcos de agua. No había recuerdos, nombres, sueños o algo, nada. Quiso llorar, gritar para ver si alguien aparecía, pero estaba segura de que eso sería en vano. No recordaba tan siquiera su nombre, por Dios, esto era algo que cualquier persona debería saber sobre sí misma. ¿Cómo era posible que no supiera ni su nombre?
¿Quién soy?, se preguntó entre sueños mientras se removía, incómoda, en esa cama de hospital, esforzándose por llenar su sueño con alguna pista sobre sí. Una creciente angustia en su pecho se fue expandiendo por todo su cuerpo que la hizo abrir los ojos de golpe.
La sensación de una mano en su cuello la despertó. Sentía que la obligaban a mirar algo que no quería ver y con fuerza cerró los ojos. Intentó quitar la mano, pero no lograba encontrarla y la sensación de asfixia se iba intensificando cada vez más. No podía respirar, no quería.
―Tranquila ―escuchó una voz a lo lejos.
Pero no podía tranquilizarse.
―Todo está bien ahora ―continuó diciendo la voz cuando su mente se nubló y volvió a caer el abismo.
Vagas imágenes se repetían una y otra vez dentro de su cabeza. Tenía la sensación de que ya lo había vivido, pero no estaba segura de cuál era la verdad. ¿Quién era ella? Era una de las preguntas que se repetía a sí misma una y otra vez. ¿Quién era ella?
De pronto abrió los ojos y fijó la vista en el blanco techo. Tal vez era de noche, pues las luces permanecían apagadas y solo una tenue luz iluminaba la habitación. El constante sonido de los latidos de su corazón que una de las máquinas contaba se escuchaba con agudeza, provocándole un extraño zumbido en uno de sus oídos. Intentó cubrirlos, pero una de sus manos sintió algo extraño rodear su cabeza.
Una venda.
¿Por qué tenía una venda en la cabeza?
Poco a poco comenzó a sentir pesado el cuerpo, sin saber que era algo que se repetía constantemente cuando salía de la inconsciencia, pero lo olvidaba cada que despertaba. Dejó caer su cabeza hacia atrás, sobre la firme almohada e intentó navegar entre las lagunas de su mente para encontrar algo. No estaba segura de qué era lo que había olvidado, pero de lo que sí estaba segura era que no recordaba quién era.
Es más, ¿cuál era su nombre?
―Alex ―escuchó un susurró en el oído que poco antes le había zumbado y se asustó.
―¿Quién es? ―susurró aterrada, pero la voz no se volvió a escuchar.
Con temor comenzó a cubrirse con la sábana que abrigaba su cuerpo, hasta la cabeza, cuando de pronto las luces se encendieron y ella soltó un grito, cubriéndose el rostro con ambas manos y la sábana.
―Ha despertado ―escuchó una voz que pudo reconocer, pero no sabía de dónde.
―¿Quién es? ―preguntó sin soltar la sábana.
―El médico Santana ―le repitió con paciencia, tal y como había hecho las anteriores ocasiones, que ya había dejado de contar―. Te encuentras en el hospital Quirònsalud Barcelona, tuviste un accidente y has perdido la memoria. Aún estamos realizando algunos análisis para confirmar que no sea un daño cerebral severo. Aunque comienzo a creer que no.
―¿Por qué? ―dijo ella mirándolo a través de la sábana.
―Tengo sospechas ―aseguró, logrando que la chica se quitara la sábana y lo mirara entre confundida y molesta.
―Se supone que los médicos no deben suponer cosas en sus pacientes.
―Hola, mucho gusto, soy el médico Santana ―le sonrió, provocando que ella se sonrojara.
―¿Ha hecho eso muchas veces? ―le preguntó un poco avergonzada.
―Un par, tal vez dos… o tres ―se encogió de hombros mientras observaba las máquinas y registraba la presión arterial.
―¿Le gusta su trabajo?
―Tal vez. Hay días buenos y días malos.
―¿Qué día es este? ―le preguntó curiosa.
―Lunes ―dijo él y ella bufó.
―Muy gracioso.
―Tienes razón, es jueves.
―No hablo de los días de la sema… ―comenzó a decir, pero lentamente su voz se fue apagando hasta perderse.
―¿Sí? ―le preguntó el médico que la miró y notó cómo se perdía de nuevo en buscar unos recuerdos que quizá no recuperaría jamás.
―Tenía que hacer algo el jueves ―murmuró para sí misma.
―No te preocupes por eso.
―Pero era importante.
―Ya no lo es ―le intentó quitar la importancia a ese evento que nunca sucedería, pero no contó con que ella le lanzaría una mordaz mirada que lo hizo contener un escalofrío.
Se observaron mutuamente hasta que ella poco a poco comenzó a tranquilizarse y mostrarse confundida por el arrebato. ¿Quién. Era. Ella? No dejaba de preguntarse y la cabeza comenzaba a punzarle. Con lentitud comenzó a recostarse en la cama, dándole la espalda al médico. Este no pudo evitar sentir pena por aquella mujer sin nombre que había sido lastimada de maneras inhumanas, tal y como había comprobado con las autoridades que la encontraron cerca de un terreno deshabitado.