―¿Qué ha pasado? ―le preguntó la enfermera Abigail.
Santana observó expectante, conteniendo el aliento, cómo la máquina que monitoreaba los latidos del corazón de aquella misteriosa chica se detuvo y, por un segundo, un ruidoso sonido la embargó, para luego empezar a sonar con su habitual normalidad. Soltó el aire que había contenido por esos segundos que parecieron eternos.
―No lo sé ―dijo luego de un suspiro.
La observó. Esta vez, su expresión mostraba un poco de paz, aunque sus manos aún yacían sobre su cuello. Se acercó y, con sumo cuidado, retiró una de ellas, dejándola a su costado. Cuando tomó la otra, una corriente eléctrica le recorrió al instante en el que ella se aferró inconscientemente a su mano.
―Me da tanta pena ―comentó la chica.
No sabía el por qué, pero de nuevo el presentimiento de querer protegerla lo embargó. Era una sensación extraña ya que nunca había sentido algo así en toda su vida.
―Hay que tener paciencia, Abi, no adelantarnos.
―Pero, Franco… ―intentó decir algo más, pero el médico negó suavemente.
―Esto no nos concierne. No debemos meternos.
―De acuerdo ―susurró ella.
Con cuidado se liberó del agarre que la chica ejercía sobre su mano y se retiró del lugar, no sin antes observarla por última vez. Caminó hasta su consultorio en donde se dejó caer en su silla. Se sentía diferente, había un sentimiento extraño, una corazonada o lo que sea que fuese que lo hacía enfrascarse en sus pensamientos.
«¿Qué me está pasando?»
Jugueteó un poco con su pluma mientras intentaba buscar una razón de su sentir. En lo que llevaba de médico no le había sucedido eso jamás. De hecho, hacía mucho tiempo que no se sentía así. No era cansancio, de eso estaba seguro, era algo diferente. Sacudió su cabeza como si eso fuera a alejar cualquier incomodidad y sacó su teléfono del bolsillo. Marcó el número de Cadie y esperó. Quizá no iba a servir de nada, pero quería asegurarse de si había hecho lo correcto al hacer el reporte de persona desaparecida.
Timbró varias veces hasta que escuchó su voz.
―Hola, habla Cadie… ―el corazón le palpitó con emoción al escucharla.
―Cadie, soy Santana, ¿dónde…?
―En este momento no puedo atenderte, deja tu mensaje y pronto me comunicaré contigo, un abrazo, quien quiera que seas ―su risa se escuchó al fondo.
Decidió no dejar ningún mensaje y terminó la llamada, decepcionado.
Lo poco que sabía de ella era que se casaría apenas terminara su pasantía en el hospital. Era bastante reservada por lo que tampoco sabía más de lo que ella deseaba contar. Solo esperaba que se encontrara bien.
―¿Aún no contesta? ―la voz de Abigail lo sobresaltó, se llevó una mano al pecho por instinto.
―¡Me vas a matar de un susto!
―Lo siento ―soltó ella mientras intentaba contener una risita.
―Quiero creer que debe estar ocupada con sus preparativos, no lo sé.
―Seguro ―murmuró Abi pensativa.
―Hora de seguir trabajando ―exclamó antes de tomar sus cosas y salir de su consultorio en compañía de Abi.