Metanoia

Capítulo 4

Pasó un par de horas chequeando a sus pacientes antes de decidir que ya era tiempo de un merecido café. A paso veloz se dirigió a la pequeña zona de descanso del hospital para recargar su batería una vez más. Desde que había llegado no había dejado de atender personas. Amaba su trabajo, de eso no le cabía la menor duda, pero llevar varios turnos resultaba agotador. 

Vertió una cantidad considerable de café en su taza y se sentó a disfrutar de ella, no le gustaba beberlo con azúcar era algo de lo que se había acostumbrado luego de pasar días y noches estudiando, lo prefería amargo.

―Pero mira quién está aquí, nuestro coleguita estrella ―ignoró la voz a sus espaldas y se concentró en terminar pronto su café. 

―Es mudo el tío. 

Decidió dejar la mitad de su café y se levantó para lavar su taza, ignorando las voces de sus compañeros; lo que quería en ese momento era salir de allí. Justo cuando iba a tomar su libreta y pluma, sus “compañeros” la dejaron caer. Los observó por primera vez, el médico García junto con su amigo Pérez se reían desde su lugar. Hizo caso omiso una vez más y se agachó para tomarla.

―¿El bebito quiere llorar? ―más de una vez deseó haberle dado un golpe, pero simplemente su ética no se lo permitía.

Salió del lugar dejando atrás las carcajadas de esos nefastos tipos y se dirigió hasta el ascensor. Evitaba lo más que podía toparse con el médico García, otro neurocirujano del hospital que lo detestaba. Desde que había ingresado a trabajar, se había dedicado a esparcir rumores en cada uno de los departamentos, demeritando su trabajo. 

Entró una vez más a la habitación de la que ya había perdido la cuenta de cuántas veces había visitado ese día. Ahí estaba ella, se encontraba despierta, pero con la mirada perdida en sus manos vendadas.

Estaba desconectada de la realidad. Otra vez intentaba recordar qué tenía que hacer, pero nada, ansiaba recordar a pesar de que sentía que sería en vano, aún así pensaba que tal vez eso le daría una pista de quién era. Elevó su mirada y pegó un pequeño brinco del susto.

―¡Cielos!, si no me morí del golpe en mi cabeza usted me va a matar de un susto ―exclamó mientras se llevaba una mano a su pecho, intentando calmar los latidos de su corazón.

Y no mentía, la máquina que monitoreaba sus latidos resonó en la habitación. 

―¿Tan feo estoy? ―otra vez no pudo evitar sonrojarse bajo la atenta mirada de ese médico que lo único que hizo fue soltar una tenue carcajada.

―No le veo lo gracioso ―se cruzó de brazos―, ¿no debería estar revisando que todo esté en orden o viene de nuevo a suponer? 

Intentando ocultar su sonrisa, Santana observó las máquinas donde la chica se encontraba conectada, verificando su presión y tomando nota. Sentía la intensa mirada de ella que parecía estar atenta a todos sus movimientos.

―Entonces, ¿no va a suponer? 

―¿Quieres que suponga? ―se recostó un momento en la pared a sus espaldas mientras la miraba, ella parecía buscar alguna palabra para responder.

―Sí, digo no es sol…

La cortó.

―Los médicos no debemos suponer, ¿recuerdas? ―pronunció de manera relajada.

Y si las miradas mataran, él ya estaría tres metros bajo tierra. 

Se observaron mutuamente por unos minutos, en los que cada uno intentaba adivinar algo sobre el otro sin decir nada. De pronto una sensación de calma los abrumó por un instante antes de que ella apartara el rostro bruscamente para luego susurrar.

—Alex…

―¿Cómo? 

―Alex ―repitió sin dar alguna explicación―. Creo.

―De acuerdo… Alex ―dijo él con un leve asentimiento de cabeza sin notar los estremecimientos que provocó en ella. 

La voz que creía escuchar en su mente le resultaba incómoda. No estaba segura si era porque no lo reconocía o quizá no quería hacerlo. Suavemente negó y le ofreció al médico una leve sonrisa que este le devolvió sin pensar.

El resto del día avanzó con lentitud para ambos. Ella se sentía tranquila, lo que también le resultaba extraño, pero no le importaba. Y él se sentía ansioso, no estaba seguro de por qué. Aunque, por primera vez, no escuchó al médico García quien cada día se empeñaba en hacerle la vida imposible.

 




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