Casi como si estuvieran conectados, los dos abrieron los ojos a la mañana siguiente. Franco en su departamento, que tenía algunos días sin visitar y Alex en la incómoda camilla del hospital. Había despertado de nuevo con la sensación de que alguien sostenía con fuerza su cuello, impidiéndole mover la cabeza.
Cada que volvía abrir los ojos tenía la sensación de que se acercaba a la realidad, a su realidad, pero de pronto todo se apagaba y su mente se quedaba en blanco, olvidando los fragmentos de algunos recuerdos recientes que se había esforzado por recuperar.
Cuando Santana llegó al hospital, la encontró vagando en un pasillo sosteniendo el suero con una mano. No estaba seguro de cómo había logrado salir de la habitación, pero se sintió un poco aliviado al verla observando, curiosa, todo su entorno. De pronto ella alzó la mirada y el mundo se detuvo. Sus intensos ojos azules lo observaron durante unos segundos, mientras notaba cómo sus hombros se relajaban. Él soltó un suspiro y le sonrió.
―Veo que ya te sientes mejor.
―Tal vez tenía un poco de ganas que alguien observara mi trasero ―dijo ella con ironía, provocando una fuerte carcajada de parte del médico que pronto calló y carraspeó.
Alex lo observó divertida.
―Le pediré a las enfermeras que te consigan algo de ropa ―le aseguró al acercarse a ella, para sostener el envase de suero un poco más arriba de su cabeza.
―Creí que estaban acostumbrados a ver traseros ―le dedicó una sonrisa jocosa.
―Si podemos evitarlo, lo haremos ―le respondió guiándola a su habitación.
―¿Por qué quieren que me visite un psiquiatra? ―le preguntó ya un poco más seria.
Por un momento sintió pena, pues tal vez ella no sabía por todo lo que había tenido que pasar, o todo lo que tuvo que vivir para obligar a su cerebro a apagar los recuerdos. La noche anterior había estado leyendo al respecto hasta quedarse dormido. Aún tenía presente la mirada aterrada y llena de horror que le vio el día anterior. Además de sus heridas evidentes de una espantosa tortura, estaba seguro que tuvo que vivir cosas que tal vez no debería mencionar.
¿Quién era ella?, se había comenzado a preguntar.
―Tal vez te pueda ayudar a recordar.
―¿Recordar qué? ―le preguntó confusa.
―Tu pasado ―le respondió cuando entraron a la habitación y ella se sentaba en una incómoda silla mientras él colocaba el suero en su sitio.
―¿Y si no quiero recordarlo? ―susurró algo cabizbaja.
―¿Por qué lo dices? ―cuestionó, acercándose un poco a ella.
Pero no respondió, solo la vio colapsar una vez más, sosteniendo con fuerza su cabeza, aunque esta vez fue distinto. Comenzó a gritar tan fuerte que cimbró su pecho hasta hacer añicos su corazón. Rápidamente pidió ayuda a las enfermeras que no tardaron en llegar y darle un tranquilizante.
Sabía que su recuperación sería difícil, lo había leído. Aunque vivirlo era por completo distinto. No entendía por qué le destrozaba verla así, tan frágil, desvanecida en la silla. Ignoró sus propios pensamientos, enfocándose en preocuparse por su paciente que sufría heridas que él no podía curar, no con lo que conocía.
Ese día no tenía muchas citas y su salida del trabajo fue temprano. Pero no se marchó. Entró a la habitación de Alex y se sentó a su lado, observando cada respiración que hinchaba su pecho y escuchaba cada latido que el corazón marcaba en la máquina.
Llevó consigo su dispositivo para leer los libros que había conseguido sobre psiquiatría, para intentar resolver los enigmas por sí mismo. Estaba muy por fuera de su rama, pero cuando sentía un reto, no podía quedarse tranquilo. Entonces decidió averiguar por su cuenta sobre los secretos del cerebro, y cómo podría ayudarla a traer al presente su pasado. Aunque no podía dejar de pensar que quizá ella no quería hacerlo. ¿Y si en lugar de ayudarla, solo lo empeoraba? Frustrado se restregó el rostro y alzó la mirada para verla respirar.
No esperaba verla despierta y con sus ojos fijos en él.
―¿Sabía que eso es acoso? ―susurró.
―¿Ver a mi paciente? ―respondió quitándose los lentes que usaba cada vez que su vista se cansaba y le costaba enfocar, y frotó sus ojos con suavidad.
―Su turno ya terminó ―afirmó ella.
―Pues sí ―dijo él, sosteniéndole la mirada.
Y una vez más sintió que el mundo se detenía, pero esta vez todo comenzó a dar vueltas y sintió vértigo. Tuvo que sostenerse con ambas manos sobre sus rodillas porque creía iba a caer al suelo.
―Creo que el médico necesita un médico ―le escuchó decir.
―Estoy bien ―le restó importancia―. Solo no he dormido bien ―la miró una vez más y todo volvió a su sitio.
No sabía si comenzar a dudar de su propia cordura o admitir que cada vez que sus ojos se encontraban sentía que su vida cobraba sentido. Algo que se negaba por completo a aceptar. No quería depender emocionalmente de alguien a pesar de que una pequeñísima parte de su cerebro le decía que era algo más, mucho más profundo que no quería aceptar, pero que no estaba del todo seguro qué era.