El resto del camino a la cafetería lo recorrieron en silencio. Ella miraba curiosa cada rincón del hospital, tal vez tratando de memorizar el camino y él la miraba a ella. No recordaba la última vez que hubiera sentido algo igual, y en parte tenía miedo de averiguar lo que era. Llegaron a la cafetería y, bajo la mirada de algunos colegas y personal del hospital, tomaron asiento en una esquina alejada.
―¿Qué deseas que te traiga? ―la observó.
Ella lo miró por un segundo antes de responder.
―Un café y supongo un sándwich ―se encogió de hombros, restándole importancia.
Él asintió en silencio y se marchó, ella lo observó desde su lugar mientras jugaba con una servilleta. Una calma extraña crecía en su interior cada que estaba a su lado, algo en lo profundo de su ser le decía que nunca había sentido algo así jamás. Era… extraño.
―Traje estos dos a ver cuál te gusta.
Se sobresaltó un poco al escuchar su voz, le sonrió y tomó la bandeja con sus manos.
―Gracias ―tomando el primer sándwich y darle un mordisco.
Cerró los ojos, mientras se dejaba llevar por los sabores del queso y jamón en su paladar. Sabía a gloria.
―Esto está delicioso ―abrió los ojos para observar al médico Santana mirarla divertido―, y eso de estarme mirando, acoso ―ladeó la cabeza de lado con una sonrisa.
―Eres la primera persona que le gusta la comida del hospital, y no, no es acoso solo me cercioro de que no te pase nada.
―No sé desde hace cuánto no como algo decente, creo hasta un pedazo de repollo sabría a dioses ―observó lo que quedaba del sándwich en su mano.
Nadie dijo nada por lo que restaba de comer. La gente iba y venía del lugar y él aún sentía la mirada de algunos colegas sobre sí, pero no le importaba. Nunca le había dado importancia a esas cosas, vivía a su ritmo, sin meterse en la vida de los demás. Tal vez sentían curiosidad. Alex, como creía llamarse, parecía no haberse percatado de ello.
―¿Puedo decirle algo? ―su cálida voz lo sacó de sus pensamientos.
―Claro.
―Usted huele muy rico ―no pudo evitar sonrojarse ante esa confesión; Alex, desde su lugar, rió antes de volver a hundir su rostro en su abrigo.
―Lo sé, es el perfume que usa Johnny Depp. Me alegra que lo haya notado.
Ambos rieron.
―¿Usted tiene hermanos? ―esta vez lo miró curiosa.
―Tengo una hermana que aún vive con mis padres.
Ella parecía querer decir algo más, pero de pronto se había quedado en blanco. Su mente había viajado, otra vez, a las lagunas de sus recuerdos, algo borrosos. No sabía de dónde venía, pero sintió una opresión en el pecho cuando escuchó una voz que sentía conocer.
Te amo, hermana.
Sus pulmones se encogieron. No entendía por qué la embargaba esa sensación, pero esta vez no se esforzó por recordar. No quería.
―Alex, ¿se encuentra bien?
Lo observó, el médico Santana lucía preocupado. Llevó una mano hasta sus mejillas, las cuales se encontraban húmedas. No se había dado cuenta que varias lágrimas habían escapado de sus ojos.
―¿Pode… podemos volver a mi habitación, por favor? ―susurró.
Este asintió levantándose para tomar el porta suero con una mano, mientras con la otra le ayudaba a levantarse. Una corriente eléctrica los recorrió en cuanto sus manos se rozaron. Se observaron por un segundo que pareció eterno.
Al entrar a la habitación ella se recostó en la camilla y él acomodaba el suero en su lugar. Nadie dijo nada. Observó cómo ella le daba la espalda. La observó aferrarse, quizá de forma inconsciente, a su abrigo y decidió dejárselo. No quería molestarla más de lo que creía que estaba haciendo. Un vacío se instaló en su corazón al verla así, no recordaba haber sentido algo similar en lo que llevaba trabajando, ella era especial había empezado a creer. Salió de la habitación sin decir nada.
En el camino a su casa no podía dejar de pensar en ella.
¿Qué le había hecho?
No imaginaba lo horrible que podría ser despertar un día y no recordar nada, quería ayudarla, pero a la vez empezaba a temer hacerlo, Alex había apagado sus recuerdos por algo, algo doloroso. Eso estaba claro, pero está vez estaba más seguro de que había algo más que las heridas físicas.