Al llegar a casa lo primero que hizo fue darse una ducha. Cenó un poco de cereal y se dejó caer en la cama. Aún tenía cajas sin desempacar por todo el lugar y libros por doquier, se había mudado hacía unos meses, pero no había tenido el tiempo de desembalar. Debido al cansancio de lo vivido en el día y los anteriores, no tardó mucho en quedarse dormido.
La siguiente mañana fue diferente, se levantó más temprano de lo previsto para realizar un pendiente. Al llegar al hospital visitó la oficina del director antes de dirigirse, como se había hecho costumbre, a la habitación de cierta chica de ojos azules.
Esta vez tocó la puerta, ella lo miró con una sonrisa y un movimiento de mano lo invitó a entrar.
―¡Hola!
―Hola, ¿cómo te sientes?
―Bien, disculpe lo de ayer. Además no le devolví su abrigo ―susurró apenada extendiéndolo hacia él, perfectamente doblado.
―Hey, no pasa nada. Me alegra ver que hoy te encuentras bien, todo esto es un proceso ―dijo apartando el abrigo con suavidad para tomar su mano, tratando de transmitirle calma.
―¿Eso qué es? ―señaló curiosa la bolsa con el logo de alguna marca conocida.
―¿Esto? ―alzando la bolsa a lo que ella asintió―, es para ti.
―¿Para mí? ―se señaló a sí misma.
―Sí, para ti.
Puso la bolsa sobre el regazo de ella, que observaba curiosa. Parecía una niña pequeña que no dudó ni un segundo en mirar el contenido dentro.
―Hablé con el director del hospital, solo por esta vez hará una excepción.
―Mi trasero ya no pasará frío ―susurró provocando una carcajada de parte de Santana―. Muchas gracias.
―No hay de que, espero te guste. Una chica en la tienda me ayudó ―se rascó algo nervioso la oreja.
La sonrisa y el brillo en los ojos que vio en ella, hizo latir su corazón de forma anormal. Supo que había valido la pena todo lo que hacía por su bienestar.
―También… ―comenzó a decir, provocando que ella lo mirara algo confundida―, conversando con los demás médicos que estamos atendiendo tu caso, hemos decidido que vas a quedarte un par de semanas más hospitalizada. Pronto retirarán la intravenosa.
―Oh ―soltó Alex, consternada.
―¿Qué pasa? ―le preguntó, pensando en miles de formas para evitar que se preocupara por lo que sea estuviera pasando por su cabeza.
―No recuerdo a mi familia, ni siquiera sé dónde estoy. ¿Dónde voy a vivir? ―cuestionó, mirándolo angustiada.
No había contemplado su situación.
―No te preocupes, ya te encontraremos un lugar ―le sonrió.
―De acuerdo ―susurró aferrando el vestido con ambas manos.
Para el mediodía ya tenía un plan. En realidad era una idea descabellada, pero no había encontrado otra solución. No estaba seguro de cómo reaccionaría ella, aunque no perdía nada con intentarlo.
Cuando entró a la habitación, las enfermeras estaban terminando de ayudarle a ponerse el pijama que le había regalado; su pecho se hinchó orgulloso.
―¿Lista para comer? ―se acercó con los brazos cruzados.
―Doctor… ―dijo una de las enfermeras, pero este ignoró la reprendida que quería darle.
―Eva ―le saludó cortés y con una sonrisa juguetona.
Ella solo negó con la cabeza y ambas salieron de la habitación. Abi lo miró divertida.
―¿Es apropiado? ―cuestionó Alex acercándose a él, arrastrando el porta suero a su lado.
―Tal vez no, pero apuesto a que tienes hambre. Porque yo sí.
Ella se rió cuando salieron al pasillo.
―¿Qué vamos a comer?
―Uhm… tal vez lo mismo que ayer. O algo peor ―murmuró pensativo, rascándose la barbilla.
―A mí me gustó.
―Eso es raro.
―¿En serio cree que eso es raro?
―Definitivamente no estoy de acuerdo con lo que dije ―dijo Franco entre risas, recordando lo que estaba por decirle.
Se acomodaron en la misma mesa que el día anterior y le llevó los mismos bocadillos y un poco de fruta. Cuando estaba por darle la primera mordida, llegó el médico García a embellecer el día.
―Vaya, Santana, me sorprende que nos acompañes a comer en este lugar ―alardeó él y Franco estuvo a punto de voltear los ojos; todos los días iba a comer ahí.
Alex lo miró con ojos entrecerrados y este pronto se dirigió a ella.
―¿Sabes? ―se acercó a ella para confesarle un falso secreto―, no creas todo lo que dice, tiene ese puesto gracias a su padre.
Franco quiso lanzar su bocadillo al plato, pero sabía que esa reacción impulsiva era todo lo que García quería y no iba a darle el gusto; siguió comiendo, molesto.
―¿Por qué lo dice? ―preguntó ella, confundida.
―Bueno, hay rumores de que su padre le dio este… puesto ―respondió, hinchando su ego y recargado en la mesa, mirando de reojo los gestos de Franco que seguía comiendo con falsa tranquilidad.
―¿Rumores?
―Sí, bueno, lo escuché de fuentes confiables.
―Ajá ―le incentivó ella, provocando que Franco la mirara algo sorprendido; esa reacción infló más el ego de García.
―Supongo que debe ser decepcionante ―dijo Eduardo con pesar, colocándose una mano en el pecho.
―Los médicos no deben suponer ―susurró Alex, ocasionando que Franco se ahogara con el bocadillo―. Además, tal vez la interesada soy yo. Me gusta la gente que quiere la vida fácil.
Alex lo miró de arriba abajo, con una sonrisa irónica mientras mordía su bocadillo. García se quedó sin palabras. Abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar un par de veces más antes de irse sin decir otra barbaridad. En la mente de ambos pasó que el odioso médico parecía un pez intentando respirar fuera del agua.
―¿Por qué no dice nada? ―le cuestionó ella, algo molesta cuando el hombre desapareció de la vista de ambos.
―No vale la pena ―le respondió con voz ronca, aún intentando recuperarse del ahogamiento.
―¿Por qué no? ―continuó ella, masticando furiosa la comida.