A la mañana siguiente optó por irse más temprano de lo habitual, pasó comprando algunas cosas y, al llegar al hospital, se dirigió como siempre donde su paciente estrella.
Al llegar, ella lo recibió con una sonrisa que no dudó en responder de igual manera.
―Hola.
―Hola, ¿vamos a desayunar? ―le preguntó, moviendo la bolsa y los cafés de arriba abajo.
Ella rió suavemente.
―Claro.
Hablaron de cualquier tontería de camino a la cafetería. Como siempre, se sentaron en la misma mesa, donde él sacó los recipientes que contenían su desayuno.
―Esta vez no será comida del hospital ―comentó ella tomando un tenedor.
―No, creo que debes probar algo diferente. No puedes vivir de sándwiches y café añejo.
Por el rabillo del ojo la miró asentir.
―En serio te agradezco mucho lo que estás haciendo por mí ―la confesión de ella lo tomó por sorpresa, y más el hecho de que le había tomado de la mano.
―No tienes por qué agradecer nada. Todo lo hago con mucho gusto, Alex.
―No, claro que tengo que agradecer. Puedo no recordar nada, pero estoy segura de que nadie haría lo que tú estás haciendo por mí.
Asintió en silencio bajo la atenta mirada de ella. Observó su mano encima de la suya, le dio un suave apretón.
―Debes tener dudas, ¿no?
La observó.
―Algunas ―se encogió de hombros―. No quiero que me malinterpretes, pero me gustaría conocer un poco más de ti, bueno tú ya me has visto hasta el trasero.
Su nueva ocurrencia lo hizo soltar una fuerte carcajada que hizo que todas las miradas se dirigieran a ellos por un segundo.
―Me llamo Franco ―se presentó después de recuperar el aliento.
―Franco ―murmuró, su voz pronunciando su nombre provocó un extraño brinco en su corazón―. Mucho gusto, soy Alex.
Se miraron por un fugaz segundo, sonriendo. La sensación que los recorrió en ese instante fue indescriptible, porque ambos estaban seguros de que jamás habían sentido algo así.
―Nací en un pequeño pueblo de Tenerife ―comentó mientras bebía un poco de café; Alex, desde su asiento, lo miraba esperando continuara―. Crecí ahí, estudié los niveles básicos y luego me mudé a Madrid donde trabajé y estudié medicina. Provengo de una familia humilde, pero de gran corazón.
―No me cabe duda de eso. ¿Por qué el otro médico te tiene odio?
―No sé si odio sea la palabra adecuada. En Madrid estuve trabajando en un hospital donde luego me ofrecieron transferirme aquí, a Barcelona, con un ascenso incluido. Claro que iba a aceptar, y pues, desde que llegué no ha parado de esparcir rumores ―quiso restarle importancia encogiéndose de hombros.
Alex se quedó en silencio por un momento como tratando de procesar lo que había dicho. Bebió un poco de café antes de decir algo.
―Entonces te tiene rencor ―analizó cualquier gesto que pudiera hacer Franco.
―Algo así.
Ella podía no recordar nada, pero se había dado cuenta que era una buena observadora. Las pocas veces que había podido salir de su habitación le gustaba mirar a las personas e imaginar qué pasaba por sus mentes. Santana no fue la excepción y, lo que había logrado descifrar hasta el momento, le gustaba más de lo que habría querido aceptar.
―Igual no deberías dejar que te pase por encima.
―No me interesa lo que diga sobre mí, tengo cosas más importantes a las que prestarle atención ―se sintió pequeña al sentir la mirada de él sobre ella.
―Aún así ―alejó por fin su mano de la de él―, no tienes por qué aguantar eso.
―De verdad no me importa, Alex.
Asintió en silencio para luego disponerse a comer. Pasaron así varios minutos hasta que se atrevió a preguntar algo más.
―¿Tienes novia? ―pequeño detalle que había olvidado preguntar, no quería llegar a causarle problemas.
―No ―le sonrió―. Tranquila no hay problema con nada. Te ayudaré a encontrar a tu familia.
Simplemente asintió y terminaron de comer, con las conversaciones en susurros de las personas que también se encontraban ahí. Santana la acompañó de regreso a su habitación y luego se retiró a trabajar. Se dejó caer en el viejo sofá y observó sus manos vendadas.
¿Ella tenía una familia?
Estaba claro que debía tener una, pero no estaba segura de querer encontrarla. Tal vez ellos eran los culpables de su situación. Tal vez ellos no la querían, lo cual era probable, tenía días internada o quizás semanas y nadie había aparecido.
Estaba sola…
Aunque no se sentía del todo así, y era gracias al médico Santana. Todos la veían con lástima, hasta ella lo hacía cada mañana al verse en el espejo, sus golpes y heridas iban sanando, pero aún faltaba mucho para cerrar este episodio de su vida, que sin saber cómo o por qué, le había tocado vivir.