Con un suspiro y pensando qué cenaría, se acercó al pasillo del consultorio del doctor Fernández, pero la sangre le bajó a los pies. Varias enfermeras y médicos se encontraban ahí y uno de ellos salió con su uniforme manchado de sangre.
―¿Qué ha pasado? ―cuestionó, abriéndose paso entre todos.
―La chica se volvió loca ―dijo una de las enfermeras bastante asustada.
Franco la miró bastante molesto y esta solo se encogió en su sitio. Al entrar al consultorio, vio a Alex recostada en un sofá y el médico Fernández sostenía una gasa sobre su cabeza.
―¿Qué ha pasado? ―le preguntó a su colega.
―Hizo una regresión ―le respondió Julio, un poco consternado y, tal vez, sintiéndose culpable.
―¿Ha dicho algo importante?
―No estoy seguro ―afirmó sin dejar de presionar la herida abierta―. Necesito... poner en orden todo.
―Por supuesto, no te preocupes ―aunque en realidad le hubiera gustado recibir una clara respuesta.
Santana se acercó a ellos para verificar que la herida no se hubiera abierto más. Al parecer ella se había arañado el rostro, quizá para quitarse la venda o las manos que no sabía le atormentaba cada vez que sus ojos se cerraban. Poco sabía Franco en el gran problema en el que se había metido y eso solo apenas comenzaba.
―¿Cómo te sientes? ―Alex solo se encogió de hombros, cabizbaja―. ¿Qué sucedió? ―quiso saber aunque pronto se arrepintió pues ella se tensó tanto que sus hombros crujieron al encorvarse―. Alex… ―quiso llamarla, pero ella giró el rostro con brusquedad evitando su mirada.
Eso lo desmoronó un poco. Le había comenzado a gustar ver sus ojos divertidos cuando se burlaba de él o hacía un comentario gracioso o fuera de lugar. Pero en ese momento, lo que más le destrozaba, era ver que ella no estaba molesta, estaba herida. En ese momento entendió cuando ella le había dicho que no quería recordar. Sabía que no era correcto insistir, pero no podía quitarse de la cabeza que debía enfrentarse a esos demonios en su mente, los recuerdos, el pasado. Por mucho que ella quisiera retrasar lo inevitable, debía hacerlo, debía volver y salvarse a ella misma.
No estaba seguro de qué haría si ella se negaba a irse con él, pero no tuvo que esforzarse demasiado, pues ella lo siguió sin protestar.
―¿Qué te gustaría comer? ―le preguntó en el camino, pero ella se encogió de hombros otra vez―. Alex, si ya no quieres ir con el doctor Fernández, te apoyaré.
―No quiero ―respondió de prisa, sorprendiéndolo.
―¿Recordaste algo?
―No ―volvió a decirlo con prisa, aunque lo miró de reojo y susurró―, tal vez, pero ya no lo recuerdo.
―Entiendo.
―Fue horrible ―murmuró muy bajo―. No quiero pasar por eso otra vez ―lo miró aún con dolor en sus ojos y él, al notarlo, lo aceptó.
―De acuerdo, Alex, pero de todos modos tendrás que colaborar con la policía.
―¿Por qué? ―cuestionó ella algo impactada.
Franco se arrepintió, quizá no tenía la más mínima idea de lo que le había pasado y cómo es que todas sus heridas habían sido hechas.
―No importa, ya hablaremos de eso. ¿Qué te parece si comemos algo que no sea un sándwich? ―preguntó para distraerla y funcionó.
―Cualquier cosa me encantaría ―aseguró con una sonrisa.
―Bajemos en la siguiente estación ―dijo Franco sosteniendo la pequeña maleta que le había llevado y su maletín.
―De acuerdo ―dijo Alex observando todo a su alrededor.
Parecía maravillada con el paisaje que veía a pesar de que solo eran edificios antiguos, pero sus ojos parecían brillar de nuevo.