Metanoia

Capítulo 12

Alex siempre preparaba la cena, lo había convencido para que no gastara en comidas rápidas y porque sabía que él siempre llegaba cansado del trabajo así que se dio cuenta que ella no había cenado. Quizá lo había estado esperando para cenar juntos, como lo habían estado haciendo casi toda la semana.

Soltó un pesado suspiro, recargándose en el frigorífico. “¿En qué me estoy metiendo?”, confesó, al fin, para sí mismo.

Se sirvió un poco, guardó el resto para ella y se dispuso a cenar solo. Después de darse una ducha, se quedó profundamente dormido. No solía soñar, pero esa noche se sentía intranquilo. Un par de horas después se despertó sin recordar sus sueños. Sabía que ya no se volvería a dormir, por lo que comenzó a indagar en todas las anotaciones que había hecho Alex. 

Se sorprendió un poco al ver que varios libros se encontraban llenos de preguntas sobre ella, preguntándose cada tanto quién era. 

―Yo también quiero saberlo ―le murmuró a la oscuridad.

En ese momento le llamó la atención una pregunta que le hizo dudar de todo.

«¿Qué soy?»

Aquello lo dejó perplejo. Estaba abierto a muchas posibilidades, pero nunca se hubiera puesto a pensar que ella sería algún experimento. Su mente voló a la serie que había terminado de ver en su tiempo libre y creyó que sería posible, pues sus heridas se lo confirmaban.

Un chillido lo alertó y el posterior grito le hizo correr a su habitación. La encontró pegada a la cabecera de la cama con las manos en el cuello, intentando quitarse algo que no estaba.

―Tranquila, Alex, ya estás a salvo.

―Por favor, no quiero ver, por favor, no quiero ver.

―Está bien, está bien, yo veré por ti ―ni siquiera sabía por qué lo había dicho, pero en ese momento quería hacer todo por ella, incluso ver lo peor, abrazándola y cubría su rostro con su pecho, permitiéndole que se refugiara con su propio cuerpo.

―Él no, por favor, él no ―gritaba contra su camiseta.

―Estará bien, tranquila.

―No ―dijo con la voz rota y comenzando a llorar desconsoladamente.

Permanecieron varios minutos así, abrazados, llorando. Él no lo había podido evitar y algunas lágrimas salieron de sus ojos. Era inevitable. Ella lloraba con tanto dolor contenido que su propio corazón terminó destrozado por una pérdida desconocida.

―Lo siento ―susurró ella con la voz ronca minutos después de que su llanto cesara.

―Está bien ―murmuró él, besándole la coronilla.

El estómago de ella rompió la tensión y soltaron una suave carcajada.

―Creo que alguien tiene hambre ―bromeó Franco.

Alex se alejó un poco de él para poder mirarlo a la cara.

―Lamento lo de hace un rato.

―Ya no te preocupes por eso, ¿sí? ―le acarició con ternura la mejilla intentando borrar cualquier rastro de dolor.

―¿Por qué has sido tan amable conmigo? ―cuestionó, recargándose en la palma de su mano.

―No lo sé ―respondió él en voz muy baja, pero el tono que utilizó le hizo eco a Alex, no solo en su mente, también en todo su cuerpo.

Se miraron con fuerza durante un par de segundos, queriendo decir lo que pensaban, pero el miedo los detuvo. No podían perder nada, pero no querían perderse.

―Vamos a que cenes un poco ―dijo Franco, conteniéndose, pero sin moverse.

―Sí ―dijo ella, también sin moverse.

Sabían que se complementaban a pesar de que no se conocían, pero la incertidumbre por descubrir quién era ella era mucho más grande que cualquier otra cosa.

―¿Crees que podría conseguir trabajo en mi situación? ―le preguntó cuando terminaron de limpiar los platos.

―Lo dudo ―respondió Franco―. Pero no necesitas hacerlo, puedo encargarme de todo.

―Lo sé y te lo agradezco, pero ya no quiero estar todo el día sola en el departamento. No me está ayudando.

―Entiendo, pero será difícil conseguir algo. Aunque… ―se quedó un momento pensativo.

―¿Sí?

―Tengo un par de amigos que tienen una cafetería. Podría hablar con ellos.

―¿De verdad? ―soltó ella con entusiasmo, provocándole ternura a Franco.

―Me sorprende tu entusiasmo ―dijo riendo.

―No sé por qué, pero siento que siempre he querido trabajar en una cafetería.

―Entonces los voy a convencer de que te contraten.

―Gracias ―exclamó ella con una gran sonrisa.

Sí, algo había pasado esa noche y ambos ya no serían los mismos a partir de ahí.

 




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