A la mañana siguiente ambos, como si estuvieran sincronizados, abrieron los ojos al mismo tiempo. Ese día Franco entraría un poco tarde al trabajo por lo que era el momento perfecto para ir a desayunar con Alex y de paso le presentaría a sus amigos.
Se sentó a esperarla en la sala donde su vista viajó a la mesita del centro con todos los libros que habían estado leyendo. Él también quería saber quién era ella, aunque tenía el presentimiento que lo mejor era no averiguarlo. De todas maneras, ella así lo quería.
¿Debía él respetar esa decisión?
Ella era especial para él, así lo sentía. Franco no sabía por qué o no lo quería admitir, pero cada vez que pensaba en ella una sensación de paz lo embargaba. Aún su mente no quería aceptar lo que su corazón ya sabía.
―Y bien, ¿cómo me veo? ―la suave voz de Alex le sobresaltó; ella lo miraba con una pequeña sonrisa en el rostro parada frente a él.
Lucía un vestido un poco arriba de las rodillas floreado con unas mangas hasta sus codos color verde a juego con unas sandalias blancas y el cabello recogido en un moño. Ambos contuvieron el aliento; ella esperando una respuesta y él incapaz de formular una.
―Lu… luces hermosa ―se movió con nerviosismo desde su lugar.
La sonrisa de Alex se ensanchó más.
―¿Crees que sea adecuado para ir con tus amigos de la cafetería? ―Alex se encontraba nerviosa y Franco lo pudo notar al ver cómo jugueteaba con sus manos.
―Claro que sí, luces muy bien ―y no mentía, lucía hermosa, más cuando los rayos del sol que se colaban por la ventana le daban de lleno.
Se levantó del sofá y se acercó a ella, extendió su brazo para que ella lo tomara, quien no dudó ni un segundo en aceptar para luego abandonar el apartamento juntos.
La mitad del camino la recorrieron en silencio. La leve música de la radio era lo único que los acompañaba, pero no era un silencio incómodo, todo lo contrario, era tan tranquilo y lleno de paz que ambos desearon más momentos así a lo largo de su vida. Franco sintió la mirada de Alex sobre él un par de veces antes de que por fin ella se decidiera a hablar.
―Discúlpame por lo de ayer.
La observó, lucía apenada y con la mirada baja.
―Alex, no pasa nada, tal vez te parezca a veces que no te comprendo y no quiero que pienses eso, respeto tus decisiones, aunque no lo creas.
―Nunca he pensado que no las respetas ―lo miró mientras levantaba una ceja.
―Sería válido que creas que no lo hago ―Franco se encogió de hombros bajo la atenta mirada de Alex―. Solo quiero que encuentres a tu familia, que sepas qué pasó, para que así puedas ayudarte a cerrar este capítulo tan amargo que has tenido que vivir, puede que incluso haya alguien especial esperándote.
―Pues que se quede esperando ―por el rabillo del ojo la observó cruzarse de brazos―. Yo no quiero recordar Franco, hay algo dentro de mí que me dice que es mejor así.
―¿Cómo puedes estar tan segura de eso?
―Porque lo siento, es una sensación que me dice que no debo, todos estos días despierto y pienso, trato de recordar algo que me indique qué pasó conmigo, ¿por qué me siento diferente? ¿Por qué me siento vacía? ¿Por qué mi corazón está roto? ―su voz se fue apagando hasta convertirse en un susurro.
El corazón de Franco se hizo añicos al verla con la cabeza gacha mientras que con el dorso de su mano se secaba las pocas lágrimas que escapaban de sus ojos. No era su intención hacerla sentir mal, pero aun así lo hacía y se sentía un completo imbécil por ello. Decidió estacionarse a un lado de la carretera y apretó sus manos sobre el volante con fuerza.
―Alex, yo…
―No tienes que disculparte. Desde que desperté y te conocí me he sentido a salvo contigo. Tú me haces sentir a salvo, Franco ―la observó, ella también le observaba con lágrimas en sus ojos―. Y tengo miedo de descubrir quién soy, de que sepas quién soy porque eso puede hacer que te alejes de mí.
Se cubrió el rostro con sus manos para empezar a llorar. Alex estaba segura de que no era una buena persona, lo sentía y le aterraba llegar a descubrir quién era ella antes.
Sus hombros se movían con violencia entre más aumentaba su llanto. Escuchó cómo la puerta de Franco se cerró; segundos después su puerta se abrió en donde un par de brazos la rodearon.
―Shh, tranquila ―ella ocultó su rostro en su pecho mientras se dejaba envolver en aquel abrazo.
Mentiría si dijera que él no tenía miedo porque lo tenía y mucho. Ella también se había convertido en una pieza importante en su vida y cada que imaginaba que la perdía una sensación de vacío se instalaba en su pecho.
―No me importa lo que fuiste, me importa lo que eres ahora, Alex ―poco a poco sintió cómo el cuerpo de ella se fue relajando―. No tengas miedo de contarme lo que sientes o si recuerdas algo, no te voy a juzgar mucho menos a señalar.
Él no descartaba las posibilidades de que ella fuera una mala persona, pero también podía haber sido una víctima, había tantas posibilidades y a la vez solo una podía ser la acertada.
―¿Lo prometes? ―preguntó ella aún entre sus brazos.