Tres semanas después de que por fin había logrado recordar quién era ella, nadie había preguntado nada. Ni siquiera Franco, cosa que agradecía. Sin embargo, no podía evitar sentir su mirada cada vez que se distraía porque él sabía que algo había cambiado desde aquel día, aunque era obvio que evitaba preguntarle. Tal vez ambos tenían miedo; ella de decir la verdad sobre quién era o él de saberla.
En el momento en que Alex supo quién era, esas tres semanas se le habían hecho eternas. Había logrado conseguir un celular con su primer pago de la cafetería en donde había comenzado a trabajar. También ese era otro dilema porque se sentía sumamente vigilada allí por Pablo. No lo culpaba. Ella sabía que él lo único que hacía era proteger a Laura y, si descubría quién era, tendría toda la razón de ponerse así.
―διάολε (maldita sea) ―susurró llevando su dedo lastimado a la boca, estaba tan distraída en sus pensamientos que se quemó al tomar uno de los sartenes calientes.
Odiaba cuando se perdía en sus pensamientos, pero es que era tanto lo que había descubierto que procesarlo en tan poco tiempo era casi imposible. Más cuando poco a poco sus recuerdos volvían. Lloraba algunas veces recordando su anterior vida porque extrañaba algunas cosas que podría contar con tan solo una mano y le sobrarían dedos, otras veces lloraba por el dolor que le provocaban esos recuerdos y por último lloraba por el miedo de perder esa nueva vida.
Era una egoísta por no haberse marchado cuando recordó todo, pero no quería, no podía dejar ir esa nueva oportunidad que tenía y aunque fuera una desgraciada por mentirles a todos lo seguiría haciendo si con eso podía quedarse un poco más con ellos.
―¿Estás bien? ―la voz de Franco la sobresaltó; se volteó a verlo.
¿Cuánto tiempo llevaba allí? Esperaba que no la hubiera oído maldecir en su idioma.
Estaba a sus espaldas sentado en una de las sillas del desayunador con su camisa con los dos primeros botones desabrochados y sus brazos se encontraban cruzados mientras parecía analizarla con la mirada. Se sintió cohibida.
Y ese era uno de los estúpidos efectos que él ocasionaba en ella.
―Alex…
―Sí, estoy bien, no te preocupes ―contestó velozmente.
Franco levantó una ceja.
―¿Segura? ― insistió.
―Solo me quemé sin querer. ¿A qué hora vienen los chicos?
Se acercó al desayunador. Ella no era la misma que antes, de eso estaba segura, pero también estaba segura de que no se iba a mostrar perdida siempre que lo pudiera evitar. No quería que él sospechara.
―En una hora, deberías irte a cambiar.
Ambos provocaban un efecto indescriptible en el otro algo que en el fondo tenían miedo de liberar. Él no quería aprovecharse y ella no quería mentirle, aunque ya lo hacía, pero estar cerca los hacía sentirse en paz, en calma y en casa.
―Eso haré ―lo miró una última vez, distrayéndose en la parte de su pecho que se dejaba entrever a través de los dos botones desabrochados―. Tú igual deberías irte a cambiar ―comentó antes de marcharse a su habitación sin esperar respuesta.
Miró la hora en su teléfono celular que se encontraba sobre su mesita de noche y, efectivamente, en menos de una hora sus amigos estarían ahí. Sacó unos vaqueros y una camisa de tirantes color lila del armario. Tenía tiempo para darse una rápida ducha y arreglarse antes que llegaran y fue lo que hizo.
Alex observó su silueta en el espejo y trató de sonreír, no una, sino varias veces. Se sentía nerviosa y era porque sabía que él vendría como las otras ocasiones que los había visitado. Era demasiado idéntico a él, solo sus ojos eran diferentes y sus tatuajes, pero si no fuera por eso juraría que era él… su Apolo.
Secó con el dorso de su mano varias lágrimas que habían logrado escapar de sus ojos y, por un segundo, se sintió ahogar al recordar lo que había sucedido. Después de aquella noche, las veces que Ray los había ido a visitar al departamento, se había dedicado a analizar cada una de sus reacciones sin que se diera cuenta. Era idéntico a Apolo. Sus gestos, la forma de su sonrisa hasta tenía el mismo hoyuelo y no podía evitar sentir su corazón estrujarse al saber que no era él. Su Apolo no volvería.
―μου λείπεις (te extraño).
Franco, por su lado, tomó una vieja playera color negra y se cambió. Sabía que algo había cambiado desde aquel día, pero confiaba en ella. Sabía que no era una mala persona o eso quería creer. Sabía que era normal desconfiar, después de todo lo que había vivido. Su mirada se perdió en los recuerdos de las veces que la miró alerta o sospechosa con ese bendito celular que había conseguido. Mentiría si dijera que no había tenido la oportunidad de revisarlo, no obstante, no lo hizo, él no era así y no empezaría a serlo ahora. Confiaba en ella y quería creer que ella confiaba en él.
Salió de su habitación y caminó hasta la de Alex; tocó la puerta una vez.
―¿Estás lista?
Esperó unos segundos hasta que la puerta se abrió quedando frente a frente. Se perdió en el océano de su mirada en los que no le importaría ahogarse y, aunque sonara cursi, ella era hermosa. Era algo extraño pues él nunca había sido alguien romántico. La última vez que lo había sido era tan solo un crío.