Metanoia

Capítulo 25

El resto de la tarde trató de disimular su completo nerviosismo. Solo quería que llegara Franco para poder marcharse de allí. No soportaba la idea de que Bastián volviera a aparecer. Tenía miedo, algo que no solía pasarle muy a menudo en su otra vida, todo lo contrario, Apolo y Bastián eran los que le temían. 

―Hola ―escuchó a sus espaldas y por un efímero momento se sintió a salvo―. Estás preciosa ―murmuró, pero Alex alcanzó a oírlo. 

Se giró y ahí estaba Franco, sonreía nervioso de reojo que Laura o Pablo no estuvieran cerca. Cuando se aseguró de ello, se acercó a Alex y le propinó un corto beso en los labios que no pudo corresponder. Se sentía observada.

―¿Está todo bien? ―Franco la miró, preocupado.

―Sí, es solo que me duele un poco la cabeza ―mintió, intentando sonreír.

Franco la analizó con la mirada. Sabía que mentía, pero tampoco quería presionarla para que le contara qué sucedía, aunque no podía evitar sentirse decepcionado de que ella aún no confiara lo suficiente en él para decirle la verdad, una que ya conocía, pero que quería escuchar de sus labios.

―Franco, qué gusto ver que viniste ―una reluciente Laura se acercó a saludarlo, ella parecía no notar la incomodidad de Alex.

―Sí ―asintió―. Vine a saludarlos y a recoger a Alex.

―Aún no termina mi turno ―murmuró, con algo de pesar, quería salir pitando de allí.

―Puedes irte ―Laura la tomó de las manos de improviso―. Para los quince minutos que te quedan, además Pablo ya llegó ―comentó mirando el reloj en la pared―. Te veo mañana, pásenla bien, tortolitos ―soltó las manos de su amiga y se alejó, no sin antes guiñarles un ojo. 

Ambos se miraron.

―Ir… iré por mis cosas ―señaló con torpeza la cocina y se marchó sin esperar respuesta.

Él no era ningún estúpido y ella lo sabía, su mentira cada día se hacía más y más grande. En algún momento iba a estallar, alejando consigo todo lo que le importaba en ese momento y no quería que eso ocurriera, pero tampoco quería arrastrar a todas esas personas inocentes a un abismo por el que ella ya había saltado. 

Y luego estaba él o ella incluso podrían ser ellos, el pequeño ser que crecía en el vientre de su amiga que supo que tenía que proteger incluso de ella. 

¿Ella tendría hijos?, se preguntó. 

En su otra vida, el tener hijos solo era para extender la familia y extender su territorio. No había pensado en tener el deseo de tomarle cariño a sus hijos, sólo sería como mostrar debilidad, incluso podría considerarse como un rayo de luz y esperanza. Sin embargo, ahí todo era distinto. Por un instante se imaginó teniendo una familia con Franco.

Una familia feliz.

Una familia normal.

Tomó sus cosas y regresó con Franco que la esperaba afuera del establecimiento. Él no dudó ni un segundo en tomar su mano con cuidado de no lastimarla. 

―Tuve que dejar el auto a una cuadra.

―No… no hay… problema ―el nerviosismo podía notarse en su voz.

Franco intentó ignorar este hecho, pero no pudo evitar observar cómo, durante el corto trayecto, miraba a todos lados asustada, como esperando ver a algún fantasma aparecer de la nada. Algo no iba bien. 

¿Y si había recibido algún mensaje de su mafia?”, se cuestionó. Sin embargo, no creía que eso fuera posible. En dado caso simplemente vendrían por ella. No creía que así funcionaran las cosas menos con respecto a su líder.

Durante el camino la pudo observar por el rabillo del ojo estar alerta como si estuviera esperando algo. Sus nudillos estaban blanco de apretar el pequeño bolso en su regaz., Franco alejó una de sus manos del volante para tomar la suya. Tal gesto la hizo relajarse, gusto que le duró segundos.

El grito de Alex lo ensordeció. La miró asustado, al igual que el vendedor ambulante que había tocado el vidrio de su ventana para ofrecer sus productos en aquel cruce de semáforo. 

Ella no lucía para nada bien, y es que ella no se sentía bien. Sentía una creciente angustia expandirse desde su pecho hasta el resto de su cuerpo. 

Franco se disculpó con un gesto de manos del vendedor y siguió el camino.

―Detén… detén el auto… Franco ―habló entrecortadamente llevándose una mano a la boca.

―¿Estás bien? Dime cómo te sientes ―la miró preocupado.

―¡Que detengas el auto! ―le gritó como pudo a la vez que intentaba contener el vómito.

Detuvo el auto y la observó quitarse el cinturón de seguridad para abrir la puerta del auto y dejarse caer fuera de este. Gateó un poco y, por fin, dejó expulsar todo lo ingerido durante el día. Franco también bajó del auto y corrió a ayudarle. Sostuvo su cabello mientras terminaba de devolver todo. Una vez terminado la ayudó a levantarse y la condujo hasta el auto. 

―Pe... perdón, p... por gri…gritarle ―lo tomó de la mano con el sentimiento de culpa iba creciendo en su interior.

―Shh, tranquila.

No iba a mentir, su grito había sonado diferente, no era igual a la Alex que conocía. Había sido más como una orden de un jefe a su empleado. Había sido frío, pero la Alex que miraba en ese momento no coincidía con la de hacía tan solo unos minutos atrás. Estaba temblando con varias lágrimas bajando por sus mejillas. Las secó con sumo cuidado. 




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