Por la mañana Alex sintió a Franco algo retraído y, darse cuenta de ello, la asustó. El pánico que experimentó el día anterior, nunca lo había vivido. Saberse vigilada y expuesta, incluso aunque haya sido su propia familia, la hizo sentir vulnerable. No había tenido oportunidad de pensar en sus opciones, pero la decisión que había tomado ese mismo día le hizo recordar lo que en verdad quería.
Lo quería a él.
―Franco ―le llamó cuando este iba a salir a su trabajo, sin despedirse de ella.
―¿Sí? ―se giró a ella.
―Hay algo que quiero contarle ―susurró, cabizbaja.
Lo escuchó suspirar antes de acercarse a ella y abrazarla.
―Que sea más tarde, ¿de acuerdo? ―besó su cabello con pesar.
―Pero…
―Ya voy algo retrasado, cariño ―acarició con suavidad su mejilla, evitando sus ojos.
―No quiero perderlo ―confesó, atormentada, aferrándose a su camisa.
―Alex, cielo, no me vas a perder ―intentó alejar sus manos, pero solo provocó que ella se aferrara con mayor ímpetu.
―Pero…
Quizá él no entendía por qué era tanta su angustia, hasta que la miró a los ojos. Ver su desesperación le hizo tomar su rostro y besarla con fuerza. Ella se relajó casi de inmediato. Rodeó su cuello con ambos brazos y lo atrajo a su cuerpo. Necesitaba de él, saber que estaba ahí, con ella, a pesar de todo.
―¿Quién es Apolo? ―no pudo evitar preguntar aún en sus labios; desde aquel día en que ella lo había pronunciado, lo mataba la incertidumbre.
―Solo es usted ―confirmó ella―, solo eres tú, Franco.
Se alejó solo un poco de ella, con su rostro aún en las manos y la miró a los ojos. Tenía que enfrentarla y debía hacerlo en ese momento, cuando más vulnerable estaba.
―Sé quién eres ―murmuró.
Alex se mostró confundida, pero él no titubeó en su expresión. Poco a poco notó cómo ella se tensaba y una expresión horrorizada llenaba su rostro.
―¿Cómo… cómo lo sabes? ―le preguntó, alejando sus manos, pero aferrándolas entre las suyas.
―Necesitaba encontrar a tu familia.
―Te pedí que no lo hicieras ―le recordó ella, consternada.
―Pero no era lo correcto, Alex.
―¿Por qué no? ―preguntó ella casi en un grito.
―¿Cómo iba a saber que tu familia no te estaba buscando? ¿Cómo iba a saber que tú…? ―se calló al no poder decirlo.
―¿Que soy líder de una mafia? ―susurró muy bajo y él solo asintió―. ¿Por qué crees que no quería recordar?
―No lo sé ―confesó, acariciando sus nudillos.
―Todo está mal, Franco, todo. Crecí en una pesadilla e hice que muchas personas la vivieran conmigo. Tú me enseñaste que hay un mundo muy distinto al que conocía. Tú me hiciste quien soy ahora ―terminó en apenas un murmullo sin dejar de mirarlo a los ojos.
―Alex…
―No quiero volver.
―¿Y si eso nos pone en peligro? ―expresó su mayor temor.
―Nadie tiene por qué saberlo, Franco, casi nadie sabía que estaba aquí, en España.
―Pero, ¿cómo fue que llegaste aquí? ¿También tienes negocios?
―La verdad es que no sé bien por qué pasó lo que pasó ―dijo algo consternada―, y sí, tengo algunos negocios aquí. Tenía. Pero nada muy malo, te lo prometo.
―¿Y Cadie? ―cuestionó, pero ella bajó la mirada y pronto las lágrimas surcaron su rostro.
Franco la atrajo a su cuerpo, y ella se escondió en su nuevo refugio.
―¿Por qué ayer estabas tan asustada?
―Él me encontró.
―¿Apolo?
Alex soltó algo parecido a un sollozo y una carcajada.
―Apolo ya no está…
Franco sintió el dolor de Alex y la abrazó con fuerza, permitiéndole llorar lo que quizá había estado conteniendo. Aún él no tenía claro quién era esa persona, pero al parecer era alguien muy importante para ella por lo que no hizo más preguntas.
―No quiero volver.
―Entonces dile ―Alex se alejó de él y lo miró.
Aunque era algo obvio, ella no había pensado en esa solución tan simple.
Durante muchos años había estado acostumbrada a que le tuvieran miedo, pero ella no sabía lo que era vivirlo. Pensar en todo lo que causó la abrumó más de lo que creía.
―No había pensado en eso ―confesó.
―No sé qué va a pasar a partir de ahora, Alex.
―Nada malo, se lo prometo ―aseguró ella, abrazándolo por última vez antes de que se marchara a su trabajo.
No estaba del todo segura de que eso fuera cierto. Ella misma conocía las consecuencias de abandonar a la familia y de todo el daño que le había provocado a quienes desertaban. Una parte de ella creía que era imposible que sufriera las consecuencias, pero otra parte decía que lo merecía.