Pablo entró a la cafetería hecho una furia que duró pocos segundos. Él e Ignacio llegaron justo en el momento en que Alex ayudaba a Laura a sentarse. No podía negar la forma tan delicada en que trataba a su esposa y se acuclillaba a su lado para colocar el oído en su vientre, intentando escuchar los latidos de su segundo corazón. La dulce sonrisa que iluminó su rostro al sentir la mano de Laura acariciar su cabeza lo paralizó.
―¿Qué sucedió? ―preguntó Pablo, confundido.
―Tuve un mareo, pero no te preocupes, Alex está aquí para cuidarme ―le sonrió, aún acariciando la cabeza de su amiga que rodeaba con los brazos su cintura casi de forma posesiva―. Estoy bien, Alex, es normal en los primeros meses.
―Lo sé ―dijo sin intención de soltarla, haciendo reír a Laura.
―Oh, qué tierno ―escucharon a alguien decir desde la puerta.
Eran los mismos chicos que semanas atrás habían atacado el local.
Alex se tensó.
―Hay que llamar a la policía ―dijo Alex, levantándose del suelo para acercarse al mostrador.
El chico se apresuró a entrar para tomar la muñeca de Alex que estaba por tomar el teléfono del local.
―Suéltame ―pidió Alex entre dientes, no se sentía de buen humor, pero no quería explotar enfrente de Laura.
―O si no, ¿qué? ―le preguntó con soberbia.
Alex enarcó una ceja. Nunca había vivido una situación así y no sabía qué sentir. Era una experiencia refrescante, pues ninguna persona había sido capaz de enfrentarla de esa manera, mucho menos de tocarla.
―Suéltame ―pidió de nuevo, con voz firme, sin alzar la voz.
―No ―dijo el chico, divertido, apretando con más fuerza su brazo.
De pronto sintió un fuerte jalón cuando el chico fue tirado con fuerza hacia atrás para alejarla de ella. Bastián rodeó su cuello con una mano y apretó con fuerza.
―Detente, Bastián ―suplicó Alex, tomando el brazo de su hermano.
―Είσαι τρελός?! (¡¿Estás loca?!) ―le preguntó con furia, mirándola.
―Déjalo ya ―insistió Alex, zarandeando el brazo de Bastián, notando cómo el chico comenzaba a ponerse azul.
―¿Por qué haces esto? ―le preguntó entre dientes, sin soltarlo.
―Bastián, por favor, suéltalo ―rogó, asustada.
La mano de Bastián se abrió automáticamente y el chico cayó al suelo, tosiendo, aterrado. Alex se acercó para socorrerlo, pero este se la quitó de encima con un manotazo.
―Τι σκουπίδι έγινες? (¿En qué basura te has convertido?) ―Alex lo miró desde el suelo, con lágrimas en sus ojos.
Ella en quién había convertido a su hermanito. En un monstruo, así como lo había sido ella en su pasado. Bastián tomó al chico por la playera para sacarlo del local justo cuando Franco y los demás llegaron al lugar.
―¿Qué ha pasado? ―preguntó Franco, acercándose a una Alex llorosa.
―Ellos volvieron ―dijo Pablo en apenas un hilo de voz.
Franco lo observó unos segundos ayudando a Alex a levantarse.
―Debo ir ―dijo Alex, consternada.
―Déjalo ―murmuró Franco en su cabello.
―Pero él… ―intentó explicarse, sofocada.
―Ray se va a encargar ―le tranquilizó, sin dejar de abrazarla.
―¿Qué le hice? ―se preguntó Alex contra el pecho de Franco antes de romper en llanto.
Franco miró a Pablo y este desvió la mirada. No había nada más qué decir. Era claro que Alexandra ya no existía y ninguno quería decir algo. Tal vez, lo mejor era que Alex no supiera que ellos ya estaban enterados de quién era en realidad, que había sido una de las personas más peligrosas y, quizá, más buscadas de Europa. Lo mejor era que todos siguieran actuando como si ella no hubiera recordado quién era.
―Alex ―le llamó Laura, acercándose a ellos.
―Lo siento ―sollozó, separándose de Franco y tallándose los ojos para intentar quitar las lágrimas que no dejaban de salir de su rostro―. ¿Estás bien? ―le preguntó, sin poder evitar colocar su mano en su vientre.
―Estoy bien, tranquila ―le respondió Laura, colocando una mano sobre su vientre.
―¿Qué? ¿Estás embarazada? ―preguntó Félix, sorprendiendo a todos.
―Era una sorpresa ―confesó Laura, soltando una leve risa.
―Disculpa ―susurró Alex, intentando separar su mano de ella, pero Laura la mantuvo en su cuerpo.
―Está bien, ya era hora ―le dijo, acariciando la mejilla de su amiga.
Todos permanecieron en silencio observando la interacción de ambas mujeres. De alguna manera las dos habían conectado y su relación era mucho más estrecha de lo que cualquiera de ellos pudiera imaginar.
Franco miró de nuevo a Pablo que las observaba con culpa. Había estado a punto de insultar a Alex de mil maneras, pero ver la forma sobreprotectora con la que cuidaba de su esposa y bebé le había hecho arrepentirse de inmediato. No podía pedirle perdón por algo que desconocía, no cuando todos, en silencio, habían hecho la promesa de no mencionar su pasado.