Metanoia

Capítulo 32

Más tarde, Alex habló con Ray para cerciorarse de que su hermano estuviera bien, encontrándose con la sorpresa de que este se había marchado. Observó a Franco, que se encontraba a unos cuantos metros charlando con Laura, sin embargo, este se encontraba pendiente de cualquier movimiento que ella diera.

―¿El chico se encuentra bien? ―desvió su mirada a Ray.

―Así es ―lo observó cruzarse de brazos―. Pablo, Laura y tú deben ir a poner la denuncia.

―¿Yo? ―lo miró alarmada―. Aunque quisiera no puedo, además mi hermano casi lo mata ―bajó la mirada avergonzada. 

―Eso no fue tu culpa, Alex ―Ray colocó sus manos sobre los hombros de ella en señal de apoyo, pero las alejó a los segundos. 

Y eso la hizo quebrarse, ese simple gesto la rompió, ese acto tan sencillo, tan inocente y que tal vez para Ray era insignificante, para ella fue sentir que, esas manos que acariciaron sus hombros, pertenecían a Apolo aunque fuera algo efímero.

―Sí, es mi culpa ―murmuró antes de que las lágrimas abarcarán sus mejillas.

Ninguno de los presentes sabía a ciencia cierta todo el daño que ella había causado, en especial a los que decía amar. Los había arrastrado con ella al infierno y los había hecho vivir bajo el miedo, el odio y el rencor. Ella los había lanzado al abismo. Ella había sido su verdugo. Ella y solo ella.

Franco se acercó preocupado a ellos, en donde Alex, al verlo, no dudó en correr a sus brazos. La abrazó contra su pecho y besó su coronilla de forma protectora.

―Creo que es hora de ir a casa ―murmuró, observando a Ray.

―Cuídense mucho ―se despidió, antes de entrar a la cafetería.

Al llegar a casa tomaron una ducha, cenaron en silencio y esa noche, al igual que todas las anteriores compartieron cama, Alex se encontraba recostada sobre el pecho de Franco mientras este le acariciaba el cabello.

―Lamento haberte arrastrado a esto ―la escuchó murmurar con pesar.

―No me estás arrastrando a nada, cariño.

―Sí, lo estoy haciendo ―su voz se fue apagando poco a poco, cosa que no le gustó a Franco.

Él sabía que ella estaba rota, pero ¿desde cuándo? 

―No siempre fui Alexandra, ¿sabes? ―sollozó, haciendo que Franco la atrajera más hacia él.

―Shh ―tomó su rostro entre sus manos y la besó. 

Fue un beso lleno de amor, pero a la vez lleno de nostalgia. Las saladas lágrimas de Alex inundaron el paladar de ambos, pero poco importó. Lo único que importaba eran ellos. 

Esta vez fue el turno de Franco en posicionarse sobre ella. Sus labios se separaron en el momento en que sus miradas se cruzaron, esta vez no era el calentón del momento, de eso ambos estaban seguros. 

Las manos de Franco bajaron con cuidado los tirantes de aquel vestido de dormir de satín color azul dejando el desnudo cuerpo de Alex al descubierto. La observó por un segundo, pidiendo el permiso para continuar. Ella asintió en silencio. 

Los labios de Franco recorrieron con delicadeza desde el cuello de Alex hasta la clavícula en donde se detuvo, observándola, observando cada suspiro, cada gesto mientras que las manos de ella recorrieron su torso debajo de aquella desgastada camiseta de la cual no dudó en ayudar a deshacerse. 

Ella sabía que esta no sería como las otras veces que había tenido sexo en su pasado, esta vez había sentimientos de por medio. Había una conexión que ninguno de los dos había sentido antes y Franco estaba consciente de ello.

Las manos de él recorrieron cada curva de ella hasta llegar a sus glúteos en donde se detuvo. Esparció húmedos besos por su cuerpo deteniéndose en sus pechos. Llevó uno a su boca lo que hizo que Alex soltara un gemido de placer.

Así transcurrieron varios minutos en los que se turnaba sobre cada seno de ella, a la vez que acariciaba su intimidad.

―No ―susurró dejando de tocarla para alejar la mano de ella que se había colado por su pantalón de dormir―. Déjame ser yo el que hoy tome las riendas, quiero enseñarte sobre el amor ―besó su cuello―. Quiero enseñarte lo que es hacer el amor, cariño ―susurró sobre sus labios antes de besarla.

El pecho de Alex se llenó de amor al escucharlo decir aquello. Ella necesitaba amor, lo necesitaba a él.

―Quiero ayudarte ―jadeó.

―Lo haces ―la volvió a besar―. No tienes idea de cuánto.

―Te necesito ―gimió.

Franco también sentía que no aguantaba. Aunque Alex no lo estaba tocando, el solo escucharla gemir para él, ver cómo arqueaba su cuerpo y sentirla le resultaba más que placentero. Quería todo con ella, quería enseñarle tantas cosas de una vida normal pero también quería aprender con ella. Aprender del amor, de una vida juntos.

Se deshizo de lo que faltaba de sus prendas y se acomodó entre las piernas de Alex. La miró una vez más, pidiendo su permiso, que le fue brindado con un beso y entonces, se unieron en uno solo. 

Sus frentes se encontraban pegadas mientras él se movía dentro de ella. El ambiente en la habitación se volvió más caluroso como si eso; y sus cuerpos sudorosos bailaban a los compas del amor. 




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