Metanoia

Capítulo 33

La primera en abrir los ojos esa mañana fue Alex. Observó a Franco dormir plácidamente y, por un momento, pensó que se trataba de un sueño. Tenía miedo de aquí si fuera. Tenía miedo de un día abrir los ojos y él ya no estuviera, que hubiera desaparecido o, peor aún, verse de nuevo en aquella habitación carente de vida en Grecia.

Tenía que cerciorarse de que fuera real. Con la mano temblorosa la acercó hasta su rostro en donde esparció una tierna caricia provocando que este sonriera entre sueños.

Era real.

Un extraño sentimiento se coló en su pecho y una inmensa felicidad la embargó. Se sentía feliz, se sentía agradecida, pero sobre todo, con esperanza.

Buscó entre el desorden de la cama su vestido de dormir y se lo colocó. Le dio un suave beso en los labios a Franco con cuidado de no despertarlo y abandonó la habitación. 

Fue hasta el baño en donde lavó sus dientes y lavó su rostro. Se observó por unos segundos en el espejo y no pudo evitar sonrojarse al recordar lo sucedido hace tan solo unas horas atrás. 

Aunque en el pasado lo había hecho tantas veces, esta vez sin duda fue la mejor. 

Ella lo quería, eso lo tenía más que claro y él la quería a ella. 

Quería creer que solo eso bastaría para ponerle fin a todo lo que había estado sucediendo, alejar a su pasado y que su hermano pudiera entender que ella no volvería jamás.

Tomó un rápido baño y se colocó un vestido floreado unos dedos arriba de su rodilla color lila, se sentía feliz y quería demostrarlo. 

Quería que él supiera cuán feliz la había hecho.

Se encontraba terminando  de picar un poco de fruta cuando los brazos de Franco la rodearon; sonrió. 

―Buenos días, cariño ―besó su mejilla para luego hundir su nariz en su cuello.

Tal acto la hizo estremecer. 

―Buenos días ―murmuró.

Sin previo aviso la mano de este empezó a descender desde su cintura hasta su cadera y de allí partió hasta sus muslos en donde aterrizaron en su entrepierna. Alex soltó un suspiro cerrando los ojos, echando su cabeza hacia atrás. Dándole la aprobación a Franco de proseguir que, sin esperar, acarició su intimidad. Sus dedos se movían de arriba abajo y, por segundos, se dedicaba solo a acariciar su clítoris. En el momento que la sintió lubricada introdujo un dedo en ella.

―Μην σταματάτε (no pares) ―pidió entre jadeos.

El dedo de Franco salía y entraba con vehemencia de Alex, haciéndola soltar varios gemidos, se sostuvo de la encimera en el momento en que sus piernas flaquearon. 

―Franco ―gimió― te necesito dentro de mí. 

―Y yo a ti ―lo escuchó decir detrás suyo. 

Alex alejó la tabla de picar con el cuchillo lejos de ellos y se recostó de pecho en la encimera. Subió el vestido más arriba de la cintura, quedando en una postura que excitó a Franco en sobremanera. 

Estuvo a punto de bajar su pantalón cuando su vista se dirigió al reloj que se encontraba en la cocina.

―Mierda ―exclamó, sobresaltando a Alex que se giró a mirarlo―. Perdón, cielo. Voy tarde al trabajo. 

Alex no pudo evitar que una cara de disgusto la embargara. 

―Hoy tengo una cirugía a primera hora.

―Entiendo ―quiso sonar comprensiva―. Solo no calientes algo que no te vas a comer ―escupió con algo de molestia acomodando sus prendas.

Franco no pudo evitar soltar una carcajada que se quedó congelada por la mirada de Alex.

―Cuando vuelva del trabajo te aseguro que no te vas a escapar de mí.

Se acercó a ella, acunó su rostro entre sus manos y la besó. 

―Mi bollito de pan ―susurró sobre sus labios haciéndola reír.

―¡Τόντο! (tonto) ―exclamó antes de volverlo a besar. 

Ambos se separaron y este, con una sonrisa, se dirigió a darse una ducha mientras ella decidió proseguir con el desayuno.

 




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