Ninguno de sus soldados sabía cómo reaccionar. Algunos soñaban con que Alexandra recibiera su merecido, pero nunca imaginaron que ese día pasaría. Después de todo, en realidad sí la respetaban. Con ella habían tenido oportunidades que en otras partes no tenían, la mayoría por ser ex convictos.
Uno de ellos se acercó para ofrecerle un pañuelo. Ese gesto la sorprendió y la conmovió.
―Lamento todo el daño que les he causado ―dijo en voz alta, para que todos escucharan―. Ahora todo va a quedar en manos de Bastián ―le ofreció una sonrisa, pero él bajó la cabeza; no quería tomar ese lugar―. Por favor, cuiden de él ―pidió antes de alejarse y salir del local.
Todos inclinaron con respeto sus cabezas.
Bastián miró el dedo de Alex. Se arrepentía de haberlo hecho, de haber obedecido sus órdenes cuando ella ya no se encontraba en la postura para hacerlo. Una arcada lo abrumó. A él tampoco le gustaba esa vida, pero no conocía otra.
Abi se acercó a él para intentar quitarle el dedo. Bastián rápidamente alejó el brazo. La miró hacia abajo, con una ceja enarcada. Ella le pidió inclinarse un poco, pero no sabía las intenciones que tenía. El puñetazo en la misma mejilla que le habían golpeado minutos antes le hizo ver estrellas.
―¿Por qué le hiciste eso?
Parpadeó un par de veces, confundido.
―Pudiste haberlo evitado.
―No tienes idea ―dijo con voz neutra.
―Si ella pudo cambiar, tú también puedes ―refunfuñó, intentando quitarle de nuevo el dedo.
―No sé qué tuvo que pasar para cambiar de esa manera, pero sé que yo no tendré la misma oportunidad ―concluyó, alejándose y pensando en cómo deshacerse del condenado miembro que cada segundo le daba más repulsión.
―Alex ―le llamó Franco, intentando alcanzarla.
―No, Franco.
―Necesito ver la herida.
―Αρκετά (Basta) ―exclamó, haciendo que Franco se paralizara―. Sabía que esto pasaría, sabía que iba a ponerlos en peligro. No puedo continuar con esta vida, Franco. Te dije que no quería perderte, pero prefiero que vivas ―sollozó.
Franco se acercó a ella para intentar abrazarla, pero Alex se alejó.
―Ya has terminado con esto, Alex, ya terminó.
―¿De verdad crees que ellos quedarán conformes con esto? ―le mostró la mano con la amputación; Franco tragó saliva―. Lo viste, Franco, viste que estuvieron a punto de asesinarme y de lastimarlos a ustedes. Es obvio que están resentidos y van a querer hacerme daño.
―Pero tú no notaste lo que les provocó verte en esa situación.
―¿De qué hablas? ―le preguntó confundida.
―Déjame ver tu mano.
―No, ¿de qué estás hablando?
―La mano ―le exigió; casi quería reírse, ¿de verdad le estaba ordenando algo? Ella claramente le iba a obedecer. Cualquier cosa que le pidiera, ella estaba a sus pies.
―Sé que fue un corte limpio. Yo le enseñé ―soltó un pesado suspiro.
―Necesito confirmarlo ―insistió y ella permitió que la revisara.
Su tacto suave la tranquilizó de inmediato y comenzó a llorar. Franco la estrechó con fuerza contra su cuerpo.
―No puedo seguir contigo, con ustedes.
―No voy a dejarte ir ―se aferró a ella con fuerza y ella hizo lo mismo.
―Eres un idiota ―le dijo a su camisa y Franco rio.
―Lo sé.
―No me lo podré perdonar.
―Sé que les afectó, parecían sorprendidos al verte pedir tu castigo.
―Era lo menos que podía hacer con tal de mantenerlos a salvo. Si hubieran querido mi cabeza, lo habría hecho.
―Y nosotros no lo hubiéramos permitido ―escucharle decir aquello le hizo aferrarse aún más a él.
―Te necesito ―le susurró en su oído, haciéndolo estremecer.
―Vamos allá ―le señaló unas escaleras que bajaban a la playa y parecía estar muy solitario.
Ella lo besó con vigor, arrastrándolo a la oscuridad.