Metanoia

Capítulo dos

Luego de que la única relación que tuve en mi vida se fuera por el desagüe, no tuve mejor idea que ir a un bar a beber, claramente. El problema es que no me gusta el ambiente, pues no estoy acostumbrada a un sitio con tanta gente, sin contar los hospitales, a los que últimamente asistía demasiado.

A pesar de que se supone que debería ingerir alcohol, no estaba segura de que tan seguro resultaría para mí. Y sí, me siento destruida, con ganas de abandonarlo todo, pues si ya no tengo nada, ¿qué sentido tiene seguir con vida? El vaso de Coca Cola light que había pedido hace no más de cinco minutos hacía un gran contraste comparado con los hombres y mujeres a mi alrededor, quienes ingerían bebidas con el alcohol suficiente para que terminaran con un coma etílico.
Tomé la bebida en mis manos y observé el personaje del superhéroe con el que habían colaborado. Jamás me enteré de eso hasta ahora.

Gracias, Ashton, algo bien hiciste.

Di un gran sorbo y el hombre a mi lado rió. De forma no tan discreta, volteé la cabeza tan rápido que un mareo me hizo gruñir. Este chico de aproximadamente treinta años me observaba divertido. Alternaba la vista entre mi coca cola y yo, con una sonrisa burlona.

—Noche difícil, ¿verdad? —El otro hombre que estaba a mi izquierda también rió.

Los observé a ambos en silencio, notando que con lo grandes que eran, seguramente podrían romperme el cuello si se lo proponían. Vestían con trajes negros y fácilmente podrían pasar como unos hombres peligrosos. Demasiado para lo que solía estar acostumbrada.

—¿Quién no las ha tenido? —murmuré dando un gran sorbo. Me daba igual quedar en vergüenza por esto. Era una bebida —técnicamente— más sana que el alcohol. Además no tenía nada de malo.

—Tienes un punto.

En silencio, seguí con mi bebida en la mano hasta que suspiré y me levanté. Todo esto es patético. Yo soy patética.

—Un gusto hablar con usted, señor. Buena noche —dije. Sin mirar a nadie, tomé dirección a la salida. Eran las 23:14 y a pesar de que muchos consideran que aún es temprano, para mí ya era demasiado. No acostumbro estar despierta hasta tan tarde.

Al salir, la brisa fresca me recibió. Suspiré cuando noté que no tenía ningún abrigo que pudiera ponerme. Solamente tenía una remera sin mangas de un dinosaurio extendiendo sus manos. Agradecí que al menos el pantalón dos tallas más grande sirviera para algo más que arrastrar tela por el suelo.

Pensé en tomar un taxi, pero enseguida descarté la idea. Les tenía algo de miedo, por lo que comencé a caminar.

El clima estaba despejado, pero hacía algo de frío. Se suponía que estábamos en primavera, pero el cambio climático y el calentamiento global marcaban presencia.

Muchas personas pasaban por mi lado con compañía, ya sea familia o amigos, pero yo caminaba sola.
Las decepciones amorosas apestan.

Más que nada cuando se supone que es tu primer amor, quien prometió esperar el tiempo necesario y se mostró como el hombre perfecto en todo momento. Era cruel saber que nadie estaría para mí de la misma forma que yo. Ser consciente de que nadie te amará jamás es tan doloroso.

Especialmente si no tienes mucho tiempo.

Caminé durante lo que me pareció media hora. Cuando se es inconsciente del entorno, el tiempo pasa más rápido, especialmente si piensas en cosas que podrías haber dicho o hecho, pero el tiempo ya pasó, al igual que mi momento.
Lo único que me queda ahora es pensar en cómo salir adelante, si es que quiero hacerlo.
Observé la hora en mi teléfono y noté que eran las 23:23, por lo que apresuré el paso para estar cuanto antes en casa. Ante mí se abrieron dos caminos: el que ya conocía, el cual era demasiado largo y otro que sabía que era corto, pero que jamás me había atrevido a cruzar por los comentarios de los vecinos. Decían que gente peligrosa solía estar allí acechando entre la oscuridad. Sin pensar demasiado tomé el camino desconocido, a pesar de que en las películas y en los libros advertían que esto era una estupidez que jamás habría que cometer.

Por suerte para mí —o mala suerte, dependiendo de la perspectiva—, logré cruzar el puente oscuro sin ningún problema. Pero el sonido de cosas quebrándose llamó mi atención. Rápidamente y como si no tuviera problemas en mi propia vida, me dirigí hacia el sonido mientras en mi mente se repetía que era una muy mala idea. Al llegar, vi que había un chico quebrando platos.

Y a mí me faltaban algunos.

Lo observé sin emitir sonido alguno mientras me abrazaba a mí misma ante la nueva ola de frío que atacaba sin piedad.

—¿Estás bien? —me oí preguntar. El chico saltó en su lugar y volteó lentamente. —¿No es eso ilegal? —señalé lo que parecía una cesta llena de platos e incluso vasos.

—¿Tú estás bien? —preguntó de vuelta. Me miró de arriba hacia abajo. Fruncí el ceño y asentí lentamente. —Pues no lo parece. ¿Acaso no te enseñaron que es de mala educación espiar a la gente?

—No estoy espiando, simplemente pasaba por esta zona y te vi —murmuré jugando con mis manos. Un hábito que sigo desde que tengo memoria.

Ignorándome se dio la vuelta y comenzó a tirar los platos contra el suelo.

Fruncí el ceño otra vez; pero no me moví de mi lugar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.