Mi Abogado

CAPITULO 5

Respiró profundo antes de entrar al consultorio de mi exmarido; me desconozco haciendo esto. Pero juro que Samuel se lo ganó.
Entro al consultorio; los recuerdos llegan a mí. Muchas veces estuve aquí; Samuel no era un hombre detallista, pero yo lo era por los dos, y ahora sé que la única enamorada fui yo.

Sé perfectamente dónde tiene las llaves de su lindo auto; es un Mini Cooper que se lo compró hace un año y lo ama.
Saco las llaves y salgo del consultorio. Mi jefe está esperándome; está un poco despeinado y el saco arrugado, pero viéndolo bien no está nada mal, es un hombre muy atractivo. Lástima que es un jovencito para mí; yo estoy próxima a cumplir 36.
Le enseñó las llaves y sonrió sarcásticamente.
—¿Sí sabes que eso es ilegal?
—No lo sé, dígame usted.
Llegó junto a él.
—Aun estás casada con él; supongo que está bien que su esposa maneje su auto.
—¿Qué pasó con lo que es mi exmarido? —le preguntó.
—Bueno, solo en caso de que el doctorcito no tome bien el robo de su auto.
—No es un robo, escribiste en aquellas hojas que me tiene que dar un auto. —Quiero este auto —le señaló las llaves.
—Pídeme todo lo que desees quitarle a tu marido —me guiñó el ojo.

Salimos del hospital sin ningún problema; el Mini Cooper está en el lugar reservado para él.
—Toma —le doy las llaves.
—Pensé que querrías manejar tú.
—No sé manejar.
—¿Qué?
—¿Qué?

—¿No sabes manejar?
No sé manejar; siempre tuve miedo y cuando me armé de valor, Samuel me convenció de no aprender ya que él podía llevarme a donde quisiera.
—Idiota —es todo lo que dice mientras toma la llave, me abre la puerta, me subo; después él hace lo mismo.
—Mañana empezaremos con tu primer día de clases de manejo; si quieres este coche, tendrás que aprender. Además, eres mi asistente; debes saber manejar.
—Lo haré, aprenderé a manejar.
—Sí que lo harás.

—Te llevaré a tu casa, le llamaré a un amigo para que venga por mí.
—No es necesario, puedes llevarte el auto. Puedes hasta chocarlo si quieres; mejor olvida eso. No cheques, por favor.
El celular de mi jefe empieza a vibrar.
—Dime, abuelo.
—Te has ido del hospital Horus, me han llamado, ni siquiera pagaste la cuenta.
El abuelo está tan molesto que puedo escuchar lo que le dice a mi jefe; al parecer ya se enteró que se escapó del hospital.
—Estoy bien, abuelo. Relájate.
—Ya que saliste del hospital, estás listo para la cena; Susi acaba de llegar.
—Ni lo sueñes, abuelo.
—Si no vienes en veinte minutos, date por despedido.
—Ya deja de amenazarme con eso.
—Checa tu correo. —El abuelo cuelga la llamada.

Mi celular me avisa de un nuevo correo. A Horus también le llega uno.
Es del señor Horus, abro el documento.
—No lo puedo creer, mi abuelo me quiere volver loco.
—Te está despidiendo —digo.
—No, no lo hará.
Horus se desvía, ya no va para mi casa, toma otra calle.
—¿A dónde vamos?
—A casa de mi abuelo, voy a hablar con él, no me puede hacer esto.
—Puedes bajarme aquí, puedo tomar un taxi para mi casa.
—No, no tardaré, solo hablaré con él y te llevaré a casa. No dejaré que te vayas sola.
—Pensé que no te caía bien —musitó.
—Eso no tiene nada que ver con cuidarte, no dejaría que a esta hora estés sola.
—¿Entonces si te caigo mal? No lo negaste.
—No estarás lo suficiente, Lilian; nadie sigue mi ritmo de trabajo, no creo que seas la excepción.
—No te daré el gusto, y te recuerdo que el que está a punto de quedarse sin trabajo eres tú —me burló.
—Te apuesto que eso no va a pasar.

Llegamos a una zona exclusiva; solo se puede entrar por medio de una tarjeta. Las casas son de tres pisos. Pasamos varias casas para llegar a la del abuelo de mi jefe.
—Entremos —mi jefe se baja y, para mi sorpresa, abre mi puerta.
Me sorprende su caballerosidad.
Mi jefe pone la huella para entrar. Qué modernidad; atrás quedaron las simples llaves, aunque pensándolo bien sería una maravilla, sería raro perder un dedo así como se pierden las llaves.
—Por acá está el comedor —me señala el pasillo de la izquierda. Camino tras de él; las voces están cada vez más cerca.
—Bienvenido, Horus —el abuelo se levanta con una sonrisa.
Me mira llegar atrás de Horus, se ve sorprendido de verme ahí, pero lo disimula de inmediato.
—Hola, Lily.
—Horus, qué bueno que viniste.
Una pelirroja se levanta para ir a los brazos de mi jefe.
Debe ser Susi, es una chica muy joven; seguro no pasa los veinticinco como mi jefe.
—Buenas noches —saludo.
Solo el señor Horus me contesta. A su lado está una señora ya mayor; mira a mi jefe con alegría.
—Podemos hablar en privado, abuelo.
—Ya van a servir la comida; llegas justo a tiempo.
—Abuelo...
—Toma asiento, Lily; pediré un plato para ti. Lucia, ¿puedes traer un plato extra, por favor?
Una señora de mediana edad se acerca a nosotros.
—Claro, señor, en un momento se lo traigo.
—Lily, ellas son Susana y Susi Bracamontes. Ella es la nueva asistente de mi nieto.
Las mujeres me miran, no disimulan ni un poco que me están mirando de pies a cabeza.
—¿Cuántas asistentes llevas? —la señora mayor le pregunta a mi jefe.
—No sé, no lleva la cuenta. ¿Tú sí?
—Horus, por favor.
La situación se pone algo tensa; las miradas que comparten abuelo y nieto no me están agradando mucho, son iguales y a ninguno le gusta perder.

La cena está deliciosa, no puedo creer que esté comiendo comida de un chef particular. Su sazón es buenísima; creo que comí de más, pero joder, no todos los días cenaré de esta manera.
La tal Susi no deja de ver a mi jefe con devoción; está enamoradísima de él. Pobre chica, es verdad lo que dijo mi jefe de ella: la última media hora no dejó de hablar de ropa y de lo que implica ser ama de casa.
—Horus, debemos ponerle fecha a tu matrimonio.
—Ya tengo novia, abuelo, y aún no es el momento de casarme.
Los cuatro miramos a mi jefe; ninguno le cree que tenga novia.
—¿Y quién es tu novia? —le pregunta el abuelo.
—Ella
Ahora todas las miradas están puestas en mí.
Lo miro incrédula, está mintiendo, yo no soy su novia, nos conocemos hace dos días. Cree que su abuelo le creerá que era mentira.
—¿Eso es verdad? —me pregunta el señor Hurus.
Estaba por decir que no, pero la mirada de Horus es una súplica.
—Sí, bueno, amor a primera vista —contestó.
—¿Por qué Horus? Llevo años esperando para casarme contigo, y tú te quieres casar con una asistente. —Susi está hecha un mar de lágrimas, mirándome con odio.




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