Mi Abogado

CAPITULO 7

Estoy terminando de alistarme; falta media hora para las siete, debo irme ya si no quiero llegar tarde. Hoy me llevo un pantalón de vestir con una blusa azul cielo. Hace calor hoy, pero prefiero ponerme el saco; no quiero que nadie vea las marcas que me dejó Samuel. Anoche pensé que quería golpear a mi jefe, pero él sabía perfectamente que no lograría nada. Mi jefe es alto y atlético; aunque Samuel tiene la altura, no tiene la fuerza. Y la voz fuerte de mi jefe le dio miedo.

Cuando Samuel se fue, mi jefe se quedó un rato; estaba muy molesto por lo sucedido, no dejaba de ver mis brazos. Me dijo que me tendría que tomar unos datos para ponerlo en el expediente. Nada le da derecho a Samuel a lastimarme. Tengo miedo porque me robó el coche, pero mi jefe y abogado me dijo que no tengo de qué preocuparme; él se encargará de todo.
No sé cuánto me vaya a cobrar; espero que no sea mucho y sí, que me vaya descontando desde ya.

Me pongo perfume y salgo de mi habitación.
—Buenos días, querida.
—Buenos días.
—¿Así vas a ir a trabajar?
—¿Qué tiene mi ropa? ¿Es fea?
—Espera aquí, ya vuelvo.
Mi amiga va a su habitación, yo me sirvo café, me hago una rebanada de pan tostado con mermelada.

—Toma, ve a cambiarte, te quedará perfecto.
Caroline me da un vestido; es muy bonito. Pero muy descarado, demasiado descarado a decir verdad.
—Debes vestir bien, eres la asistente de un famoso abogado.
—No, no me sentiré cómoda.
—¿Cómo sabes? Si no te lo has probado.
—No es mi tipo.
—Ve al baño y pruébatelo, hazlo por mí.
Cómo decirle que no a mi mejor amiga.
—Entré al baño, me quito la ropa, la dejo en el retrete; el vestido me queda a la medida, y es extraño porque Caroline es más delgada que yo. Salgo para verme en el espejo que está en la sala, el que utiliza Caroline para enseñar la ropa que le mandan las marcas a sus seguidores.
—Te quedó hermoso. ¿Verdad que sí, Horus?

Me doy la vuelta para mirar a mi jefe a un lado de mi amiga; no puedo describir cómo me mira.
—Te queda muy bien, es tu estilo sin duda —musita.
—¿Qué haces aquí?
—No sabes manejar, no puedes ir en autobús a la empresa y mucho menos con ese vestido. ¿Sabes cuántos hombres pueden faltarte al respeto?
—Iba a tomar un Uber, no te hubieras molestado.
—No es molestia, me queda de paso.
—Gracias.
—¿Quieres café? —mi amiga le pregunta a mi jefe.
—Por favor y gracias.
Mira qué educado salió mi jefe; ni parece que es el mismo hombre que se deja grabar sin ropa y ebrio.
—Toma asiento, ya te lo traigo.

Mi amiga se va a la cocina, mientras mi jefe se sienta en el sillón.
—Iré a cambiarme de nuevo. Ya regreso.
—¿Por qué te vas a cambiar?
—No es mi estilo, no me siento cómoda y me veo gorda.
—Si me pides mi opinión, no deberías cambiarte porque te ves preciosa, pero si no te hace sentir cómoda, cámbiate.

Me miró otra vez en el espejo; el vestido es hermoso en verdad, tal vez me siento incómoda porque no es el tipo de vestido que estoy acostumbrada a usar.

—¿Has pensado en lo que hablamos ayer?
—Definitivamente no, no fingiré ser tu novia; búscate otra.
—Ya le he dicho a mi abuelo que tú eres mi novia; no lo conoces, no nos dejará en paz. Acepto que fue mi error; caí en sus garras. Sabe que casándome me va a controlar.
¿Por qué piensa eso?
Mi jefe suspira y cierra por un momento los ojos.
—Él sabe lo que pienso del matrimonio y las razones por las que no quiero casarme. Piensa que solo casándome me comportaré como él quiere.
—Tu abuelo es muy ingenuo porque dudo que eso te detenga, ¿verdad?
—Aquí está tu café, te he traído aparte leche y azúcar porque no sé cómo lo tomes.
Mi amiga llega con una bandeja con el café.
—Gracias.
—Sabes, Horus, mi amiga se muere por conocer a Jefferson Urias, es su actor favorito.
—¡Caroline!
—¿Qué? Si lo quieres conocer, siempre me recriminas por qué cuando te llevo a algún evento él no está.
—Te puedes callar, Caroline, voy a pensar que eres mi enemiga. Ya vámonos, jefe.
—Lily no se ha terminado el café.
—Ya es tarde y a don Puntual no le gustará llegar tarde.
—Tienes razón, es hora de irnos.

Salimos del departamento, su auto está estacionado en la entrada, me abre la puerta y después sube él.

—Su celular suena, sin querer miro quién le está llamando, una tal Valentina.
Mi jefe contesta.
—Dime, Valentina.
No sé lo que le contesta la tal Valentina.
—Sí estoy libre esta noche, sí, en el antro de siempre. Paso por ti.

Cuelga la llamada.
—Así que a eso te refieres cuando dices que no quieres perder tu libertad.
—No la quiero perder.
—¿Cuántos años tienes?
—¿Para qué quieres saber mi edad?
—Para saber qué madurez tienes.
—Tengo la suficiente.
—Diré que te creo.
—Por cierto, toma. —Cambia de tema.
Me da una caja; en su interior había un celular.
—Puedes ponerle tu mismo chip o cambiar de número.
—Gracias. ¿Me lo descontará de mi sueldo?
—No, es un celular de trabajo, no tienes que pagarlo.
—Ok.

—Lilian, te quiero hacer una pregunta.
—Puedes hacerlo.
—¿Él te maltrataba?
Sí, la pregunta me sorprendió, pero supongo que es la pregunta por lo que pasó anoche.
—No, no, nunca me había puesto una mano encima, es la primera vez y por supuesto que no conocía esa parte de él.
—Nunca vuelvas a permitir que te toque, ni él ni nadie. Nadie tiene el derecho de maltratarte. He llevado muchos casos donde ellas son sometidas y humilladas y es algo muy difícil; muchas necesitan ayuda psicológica.
—No te preocupes, Samuel, nunca me ha puesto una mano encima. Gracias porque ayer lo pusiste en su lugar.




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