Mi Abogado

CAPITULO 8

Mi jefe no deja de presionarme para que acepte ser su novia; sé que su abuelo lo presiona a él, pero no estoy dispuesta a pasar por algo así. Suficiente tengo con tenerlo como jefe; ya es un dolor de cabeza. Hoy quedé con Caroline que iremos a mi antigua casa, por mis cosas. Llamé a Tiara, mi vecina; quería saber si Samuel está viviendo ahí. Me dijo que ha ido a la casa, pero no se queda. Así que aprovecharé para ir; solo traeré ropa y todos los regalos y más cosas se las dejaré, que haga lo que quiera con esas cosas.

—Buenas tardes.

Una morena alta, ojos color miel y un cuerpo espectacular se para frente a mi escritorio.

—¿Está Horus?

—Buenas tardes, señorita, si está, ¿cuál es su nombre? Para anunciarla.

—No es necesario que me anuncies.

Ella camina hacia la puerta.

—Disculpe, creo que debería anunciarla…

Pero ella abre la puerta; mi jefe está sentado leyendo algo en su computadora.

—Hola, guapo.

Mi jefe alza la mirada, claro que la conoce, ya que le sonríe de inmediato; es la primera vez que lo veo sonreír.

—Hola, Valentina —se levanta para saludar.

—¿Ves? Te lo dije, no necesito anunciarme. —La tal Valentina me guiña un ojo.

—Lilian, ella es Valentina; Valentina, ella es Lilian.

—Lily —digo.

—Nunca te aprendes los nombres de tus asistentes. ¿Ella qué número es? Me perdí en la asistente número seis.

No lo dudo, yo ya he pensado en renunciar más de una vez, pero no lo haré; no seré una más de sus asistentes.

—Yo los dejo con permiso —cierro la puerta.

Aprovecho que mi jefe está ocupado para ir a sacar unas copias, pero antes de incluso levantarme, el teléfono suena; es la línea de mi jefe.

—Diga.

—¿Puedes traerme dos cafés, por favor? Uno sin azúcar y sin leche. —Cuelga la llamada después de eso.

Voy hacia la pequeña cocina para hacer café. Hoy hay panquecitos con chispas de chocolate. Me gusta tomar uno mientras espero que esté listo el café; Caroline me manda un mensaje.

Caroline

No puedo ir contigo, lo lamento; se me atrasó la grabación.

Lily

No hay problema, bebe, iré sola. Te quiero.

Tomo la bandeja para empezar a poner las tazas y pongo solo un panquesito; mi jefe tiene diabetes, no debería comer esto, ya que tiene tres etiquetas. Tengo en mi lista de pendientes informarme más sobre la diabetes; Samuel tenía algunos libros con información; cuando vaya por mis cosas, tomaré algunos. No creo que llore por unos libros. Toco la puerta; la voz de mi jefe se escucha fuerte y claro. Dejé la bandeja en mi escritorio para poder abrir la puerta.

Mi jefe y su amiguita están en el ventanal.

—Déjame ayudarte.

Mi jefe se aproxima a mí para tomar la bandeja; lo miro de cerca, tiene labial en la mejilla y en el cuello de la camisa. Nuestras miradas se cruzan.

—He traído un panquesito por si su amiga quiere.

—No quiero, gracias, tengo que estar en forma para mi competencia.

—Valentina está participando en Miss Universo.

No dudo que gane la competencia; es tan bonita.

—Pero me lo comeré yo. Gracias.

—No debería comerlo —digo mientras se lo quito de las manos.

No dice nada, pero me mira retador, pero yo quito la mirada. No sé por qué me incomoda verlo así con el labial de Valentina; claro está que es más que amiga.

—Debo irme, mi maquillista quiere hacer una prueba de maquillaje para el evento del miércoles. —¿Irás? —Valentina se acerca a mi jefe.

—No quiero, pero mi abuelo seguro me obliga.

—Te diría que fuéramos juntas, pero iré con mis compañeras; quieren que entremos juntas para que la prensa nos tome fotos y entrevistas, pero podemos vernos allá sin duda.

—De acuerdo.

—Ahora me voy, gracias por el café, siento que no me lo pude tomar —me dice.

—De nada, que te vaya bien —le sonrió.

Le da un beso en la mejilla a mi jefe y después sale del despacho.

—Con permiso, yo también me iré a trabajar.

—No tan rápido, Lilian —me toma del brazo, me arrebata el panquesito.

—Esto es mío.

—No deberías comerlo, tiene mucha azúcar, no creo que deberías comerlo.

—Tranquila, no pasará nada.

—Ayer te pusiste mal, te recuerdo.

—Si no quieres que lo coma, acepta ser mi novia de mentiras.

Ahí vamos de nuevo, ya le he dicho que no, no voy a cambiar de opinión y más viendo en su camisa y rostro el labial de su amiguita.

—¿Por qué no le dices a tu amiga?

—No necesito una relación de verdad, Lilian, solo necesitamos fingir hasta que mi abuelo se quede tranquilo; después terminamos por mutuo acuerdo y listo.

—¿Por qué no puedes decirle a tu amiga que finja?

—Porque no quiero que se confunda, no quiero tener una relación, no es algo que quiero ni a corto ni a largo plazo.

—Ella es muy bonita, no entiendo por qué no quisieras tener una novia como ella.

—Ya me la he llevado a la cama, Lilian; no necesito comprometerme.

Su respuesta me dio ganas de vomitar; ¿cómo puede ser tan cínico?

—Eres un cínico.

—¿Por qué, por ser honesto? No me gusta engañar a las mujeres, ya te lo dije, les digo lo que quiero y si ellas no quieren lo mismo, simplemente me voy, no exijo nada.

—Entonces no me vuelvas a decir nada porque no quiero ser tu novia ficticia.

—De acuerdo, le diré a mi abuelo que terminaste conmigo. Puedes irte, por favor.

Salgo del despacho, me siento en mi escritorio, me pregunto por qué los hombres son así, no pueden amar simplemente a una mujer, amarnos sin condiciones, y si el amor se acaba en algún momento, terminar sin hacernos daño.




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