Mi Abogado

CAPITULO 12

—Y muy locos —me responde.

Despierto un poco aturdida, no sabía en dónde estaba, me asusté un poco; después recuerdo que me quedé a dormir en la casa de mi jefe. Me puse de pie; nunca había descansado tanto. Seguro estoy de que este colchón vale varios ceros.
Veo la hora, es muy temprano; son las 6 de la mañana. Tengo que cambiarme y pedir un Uber para ir a casa; no puedo ir a la oficina con la misma ropa y ya es tarde. Me asomo por la ventana; la lluvia ya ha cesado, aunque está nublado. ¡Qué ganas de regresar a la cama, encender la tele y quedarme acurrucada todo el día!
Me cambié, pongo la ropa que utilicé para dormir en el cesto de la ropa sucia. Mi jefe es un hombre muy limpio; todo está en su sitio y huele a limpio.
Bajo en total silencio; no quiero despertar a mi jefe.
Intento pedir un Uber, pero estoy batallando un poco...
Abro la puerta solo para chocar con mi jefe.
—¿A dónde vas?

—Me iré a casa; llegaré puntual al trabajo.

—Trabajaremos aquí. ¿No has visto el correo?

—No, no lo he visto.

—Todos trabajaremos desde casa porque habrá lluvias fuertes, y no nos gusta exponer a nuestros empleados.

Mi jefe entra a la casa, no sé qué hacer, quiero irme a mi casa, necesito quitarme este vestido.

—¿Puedo trabajar desde mi casa? —le preguntó.

—Toma —me entrega una bolsa.

—¿Qué es? —le pregunto.

—Es ropa; supuse que querrás ponerte ropa limpia. Es ropa nueva; mi prima tiene una boutique, me hizo el favor de abrir la tienda, espero que te guste. Y contestando a tu pregunta, prefiero que te quedes aquí; no tarda en llover y no quiero que te agarre en el camino.

Los truenos me hacen cerrar la puerta; no me dan miedo, pero no me gusta escucharlos.

—Iré a bañarme, lo haré en el cuarto de invitados; después haré el desayuno.

—¿Sabes cocinar? Digo sin pensarlo.

—Sí, mi tía Sonia nos enseñó a todos a cocinar. No soy experto, pero no me muero de hambre.

—¿Qué clases de millonarios son ustedes?

—Somos normales, Lilian, el dinero no nos hace diferentes; no niego que tenemos privilegios, pero no abusamos de ello.

—Yo no sé cocinar, no se me da, se me quema todo lo que intento hacer; la señora que me ayudaba era la que hacía las comidas o las compraba.

—Todo se puede aprender en esta vida. Me iré a bañar; ¿puedes ayudarme? Así seguimos con esas preguntas para lograr conocernos más.

Subo a la habitación de mi jefe nuevamente, saco las prendas que me trajo; es un vestido casual, pero elegante, es azul marino, tiene un lazo que se amarra en la cintura. Saco las demás prendas: es una playera con un estampado de unos gatitos, un pantalón de vestir; veo la talla, no sé cómo mi jefe supo cuál era mi talla, pero le atinó.

Ya peinada y cambiada, bajo y escucho a mi jefe hablar. Me acerco en silencio.

—No iré a Cancún, no tengo tiempo, tengo trabajo.

—Vamos, Horus, ¿desde cuándo te importa trabajar más que divertirte? —Está en alta voz.

—Estoy a cargo de la empresa, y mi abuelo solo busca un pretexto para quitarme el puesto. ¿Sabes lo que he trabajado para estar al frente?

—Ok, pero al menos piensa en pasar el fin de semana; habrá muchas chicas, la pasaremos bien.

—Lo pensaré.

—Sí, piénsalo y me llamas.

En cuanto cuelga la llamada, se da la vuelta, me mira; estoy parada en la entrada de la cocina. Su mirada va a mi vestido. Recorre con su mirada mi cuerpo; por un momento me siento desnuda.

—Gracias por las prendas, están muy bonitas; la del gatito me encantó. Tengo un gato, pero vive con mis padres. Aunque es más de los vecinos.

Santiago es alérgico a los gatos y me vi obligada a llevar a mi gato con mis padres, aunque él es muy feliz con ellos y los vecinos. Una vez que Santiago se fue por un mes a Italia, me lo traje y casi se muere de la tristeza por no ver a mis padres y a los vecinos que lo consentían. Le gustaba estar conmigo, pero prefiere vivir con mis padres. Horus me mira con cierta tristeza.

—Tenía, mi compañera, murió hace dos años, se llamaba Molly, era de mamá; papá la encontró en un bote de basura cuando salió a caminar.

—Lo siento mucho, no me imagino perder al señor Gato.

—Fue difícil, era lo último que me quedaba de mis padres.

—Un grito nos hace voltear; es una niña pequeña, viene con su protector de lluvia y botas.

—Tío Horus —la pequeña niña corre a los brazos de Horus.

Él la toma en sus brazos sin importarle que esté toda empapada.

—¿Te has salido de casa? —le preguntó dulcemente.

—Quería estar contigo, tío.

—Pero recuerda que no puedes salirte de casa; tu madre se preocupa por ti.

—Mama está dormida, tío.

—Llamaré a tu papá.

Horus la deja en el piso, va a la sala a buscar su celular.

—¿Tú quién eres? —me mira con curiosidad.

—Trabajo con tu tío. Me llamo Lily. ¿Y tú?

—Me llamo Madison Aitana.

—Qué bonito nombre tienes, Madison.

—Papá lo eligió para mí. —dice sonriente.

—Te has escapado, pequeña traviesa, vamos a quitarte el protector; me has mojado todo.

La dulzura con la que ve a esa niña me apachurra el corazón; al parecer no es tan mala persona, si es así de tierno con una pequeña.

—¿Te has presentado con Lily?

—Sí, se ha presentado conmigo —digo.

—Es hija de mi prima, es la más pequeña de la familia.

Horus le quita el protector de lluvia; aún está en pijama. Le quita las botas; sus calcetas son muy bonitas, tienen dibujitos de corazones rosas.

—Ella es mi novia —Horus le susurra a la niña.

Ella me mira sorprendida; hace un momento le dije que trabajaba con su tío.

—Ella me dijo que trabaja para ti.

—Bueno, eso es verdad, es mi asistente, pero también mi novia.

—Tú me habías dicho que jamás tendrías novias.

—Sí, lo dije, pero ¿ya viste lo bonita que es?

La niña me mira con más curiosidad; Horus también lo hace. De repente me siento expuesta con esos lindos ojitos. Madison se parece mucho a Horus; tienen las mismas pecas y el mismo color de ojos. Las cejas y las pestañas también. Hace unos días no pensé conocer una parte íntima de mi nuevo jefe.




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