Mi Alpha Protector ( #1 )

Descripción

NORTE DE ESPAÑA

El viento frío de la noche susurraba entre los árboles, llevando consigo el eco lejano de los aullidos de mi manada. 437 años… Habían pasado siglos desde mi transformación y, desde entonces, no había sentido el calor de mi mate. Al principio, la espera no me había parecido interminable. Pero con los años, con cada luna llena que pasaba sin encontrarla, con cada amanecer que se alzaba sin su presencia a mi lado, la desesperanza comenzó a instalarse en mi pecho como una sombra que me asfixiaba poco a poco.

Me encontraba en los jardines de mi mansión, ubicada en una zona apartada del norte de España. Era una gran propiedad, rodeada por espesos bosques y colinas que protegían el territorio de la manada. Desde aquí, las luces de la ciudad apenas eran visibles en el horizonte, recordándome lo lejos que estaba de los humanos… y, sin embargo, lo cerca que estaba de rendirme.

—¿Y si salimos a buscarla? —la voz profunda de Brath, mi lobo, resonó en mi mente.

Apreté la mandíbula, con la mirada fija en la luna.

—Tendríamos que dejar sola a la manada, y ahora está débil. Lo sabes.

—Lo sé, pero si la encontramos, todo valdrá la pena. —Su tono era firme, convencido—. Ellos tendrán a su Luna, y tú a tu mate. La manada volverá a ser fuerte.

Suspiré, frotándome la sien con frustración. Mi manada necesitaba estabilidad, y yo… yo necesitaba a mi compañera más que nunca. Sin una Luna, un Alpha se desgasta con el tiempo. Lo había estado sintiendo en mi propio cuerpo. Aunque mantenía mi entrenamiento diario, mi fuerza ya no era la misma. La conexión con mi manada me mantenía firme, pero el vacío en mi alma no hacía más que crecer.

—Supongo que tienes razón. —Murmuré.

Me puse de pie y me dirigí a la mansión. Necesitaba hablar con Zack. Si iba a dejar la manada, aunque fuera por un tiempo, debía asegurarme de que todo quedara en orden.

Zack entró en mi despacho apenas unos minutos después de que lo mandara llamar. Era mi beta, mi mano derecha, el único en quien confiaba ciegamente. Su cabello rubio oscuro caía desordenado sobre su frente, y su expresión era la de alguien que ya intuía lo que iba a decirle.

—¿De qué se trata? —preguntó, cruzándose de brazos.

—Voy a salir a buscar a mi mate.

Hubo un silencio. Zack no pareció sorprendido, pero su mirada se endureció.

—Hay muchos beneficios si la encuentras, pero… —apoyó ambas manos en el escritorio y me miró con seriedad—. ¿Qué pasa si no?

Ese pensamiento me golpeó con fuerza. Mi garganta se cerró y una angustia que no quería admitir se enredó en mi pecho.

—No quiero pensar en eso. —Murmuré con voz rota.

—Tienes que hacerlo.

Zack me sostuvo la mirada, y sentí la presión del deber caer sobre mis hombros. Si fallaba, la manada seguiría hundiéndose conmigo.

—Está bien. Dime qué propones.

—Si en un año y medio no la encuentras, pondrás a Marissa como Luna.

Mi reacción fue inmediata. Me tensé, mis ojos brillaron con furia, y un gruñido amenazante se escapó de mi garganta.

—Ni se te ocurra—

—¡Escúchame, carajo! —Zack golpeó el escritorio, con la mandíbula apretada—. Si no la encuentras, la manada te seguirá en tu caída. Con una Luna, aunque no sea tu mate, al menos mantendremos la estabilidad.

—No pienso atarme a alguien que no amo.

—No te estoy pidiendo que la ames, Lucas. Solo que pienses en tu manada.

Las palabras de Zack me atravesaron como una daga en el pecho.

—Tiene razón. —La voz de Matt, mi otro lobo, resonó en mi mente—. Es la única forma de que nos dejen partir sin levantar sospechas.

Respiré hondo y cerré los ojos por un instante.

—Está bien. —Acepté, con una sensación de derrota en el alma—. Pero nadie debe saber de este trato.

Zack asintió.

—Lo entiendo.

Mi decisión estaba tomada. Partiría el primero de abril.

(...)

NORTE DE EUROPA

En lo profundo de las montañas del norte de Europa, en una región oculta de los mapas humanos, se alzaba una fortaleza imponente. Un castillo antiguo, construido en piedra oscura, con torres que se alzaban como garras rasgando el cielo.

Dentro de esas paredes, el horror reinaba en cada pasillo.

—¡Apúrate, estúpida, tengo hambre! —rugió una voz cruel.

Una joven de veinte años corrió por los fríos pasillos, sosteniendo una bandeja de plata con cinco copas de sangre. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, pero ella no tenía permitido llorar.

—Ya voy, padre… —susurró, intentando que su voz no temblara.

Al llegar al gran comedor, el aire se tornó aún más pesado. Cuatro figuras estaban sentadas en la larga mesa de madera oscura, con miradas hambrientas y crueles. Vampiros. Seres inmortales que se alimentaban del sufrimiento ajeno.

La joven entregó las copas, con la cabeza baja. No debía mirarlos a los ojos. No debía hablar más de lo necesario.

—Me retiro… —murmuró, dando un paso atrás.

Pero antes de que pudiera alejarse, una mano fría y cruel la sujetó del brazo.

—Tu sangre… —su padre sonrió, mostrando sus colmillos—. Esta sangre de venado no me satisface.

Los ojos de la joven se llenaron de terror. Trato de mantenerse firme, trato de intentar luchar, pero algo en su interior se removía con violencia cada que siquiera pensaba en hacerle daño, y eso la enfurecía.

—No… por favor…

—No te pregunté.

Y antes de que pudiera reaccionar, él la atrajo con fuerza y hundió sus colmillos en su cuello.

El dolor la atravesó como un cuchillo. Lágrimas de impotencia cayeron por su rostro.

—¡Padre, suéltala! —una voz femenina interrumpió el acto.

La vampira de cabellos oscuros, sentada a su lado, golpeó la mesa con rabia.

—La vas a matar.

El vampiro se apartó, relamiéndose los labios. La joven cayó al suelo, temblando.

—Si no fuera por ti, hija… tomaría algo más que su sangre.

La joven sintió el estómago revuelto. Sabía a qué se refería.




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