Mi Alpha Protector ( #1 )

Capitulo 5 - Karen Romanov

Estoy en la puerta, con el corazón latiéndome en los oídos.

El aire se siente pesado, como si el mismo entorno presionara sobre mis hombros, impidiéndome moverme, impidiéndome siquiera respirar con normalidad.

Papá Patricio está aquí.

No viene solo.

A su lado hay un hombre al que jamás había visto antes. Alto, de espalda ancha y porte imponente. Su aura se siente pesada, casi opresiva, y su mirada, oscura y penetrante, se clava en mí con una intensidad que me eriza la piel.

Mi instinto me grita que me mantenga alerta. Algo en él es peligroso. No necesito conocerlo para saberlo, lo percibo en la forma en la que se mueve, con una seguridad casi territorial, con la certeza de alguien que está acostumbrado a que todo lo que desea le pertenezca.

Y ahora, por alguna razón, su atención está en mí.

Mi cuerpo entero se tensa cuando, sin previo aviso, él se mueve.

No tengo tiempo de reaccionar. No tengo tiempo de siquiera dar un paso atrás antes de que su mano se cierre en mi brazo y me jale bruscamente hacia él.

Mi sangre hierve.

El instinto de supervivencia toma el control antes de que mi mente pueda procesarlo. Mi primera reacción es pelear, es meterle un buen golpe para que me suelte, para apartarlo de mí, pero algo me detiene.

Papá Patricio está sonriendo.

Y eso... eso es extraño.

Él nunca sonríe cuando estoy en peligro. Él nunca se mantiene impasible cuando algo amenaza mi bienestar.

Si no se está interponiendo ahora, si no está reaccionando como lo haría normalmente, significa que este hombre no es una amenaza para él.

¿Pero qué hay de mí?

Mis sentidos están en alerta, cada célula de mi cuerpo gritándome que haga algo, que me mueva, que me libere, pero antes de que pueda siquiera procesar lo que está ocurriendo, él se inclina.

Está demasiado cerca.

Su aliento roza mi piel cuando su voz, grave y rasposa, se filtra en mi oído con una sola palabra:

-Mía.

El escalofrío que me recorre es instantáneo.

No es miedo.

No exactamente.

Es una mezcla de sorpresa, de desconcierto, de algo que no logro identificar, algo que me eriza la piel y me deja con el pecho oprimido.

Mía.

Mía.

La palabra retumba en mi mente con una fuerza que me perturba.

Mi boca se abre, pero mi mente está en blanco. No sé qué responder. No sé cómo procesar lo que acaba de decir.

Lo único que logro hacer es murmurar, en un tono casi ahogado:

-Me lastimas...

El agarre en mis brazos es fuerte. Demasiado fuerte.

Siento el ardor recorrerme, los moretones bajo mi piel protestando con cada mínimo movimiento.

Porque estoy cubierta de ellos.

Porque Francheska y Grayson se aseguraron de dejar su marca en mí.

Ayer...

Ayer su crueldad alcanzó un nuevo nivel.

Me golpearon hasta cansarse. Me hicieron sangrar hasta dejarme al borde del desmayo.

Su violencia fue diferente esta vez.

No solo fue castigo. No solo fue rabia.

Fue destrucción.

Fue la certeza de que querían quebrarme, de que querían arrancarme cualquier vestigio de fuerza, de voluntad, de espíritu.

Y ahora, aquí estoy.

No bajo sus manos.

Sino bajo las de alguien más.

Alguien que me sostiene con la misma posesividad con la que se sostiene un objeto, una posesión, algo que le pertenece por derecho.

La rabia burbujea en mi interior.

¿Quién demonios se cree que es para decir que soy suya?

¿Cómo si yo no tuviera voz?

¿Cómo si fuera un objeto, un simple sillón viejo en alguna tienda cara como las de las revistas que Arturo nos conseguía del mundo humano?

Es inaudito.

Es indignante.

Y, sin embargo...

Su agarre no cede.

Y su mirada sigue clavada en mí.

(...)

La cena paso, el plan que habíamos estado meses trazando se desarrollo correctamente. Todo salió estupendamente y ahora estábamos cada vez más lejos del infierno.

Estoy feliz.

Después de todo este tiempo... salía de este infierno.

El aire afuera se siente más liviano, más puro. Estoy en el auto, alejándome de la pesadilla en la que crecí.

Estamos frente a la manada de papá Patricio.

A mi lado, en el asiento del conductor, está el chico de antes.

El que dice que soy su mate...

¿Cómo se llama?

Luis... ¿Leo...? No, Lucas.

Sí. Lucas.

Es lindo. Demasiado lindo.

Pero algo en mí se retuerce con amargura.

Siento que la Diosa Luna lo castigó dándole a alguien como yo como su mate.

Realmente podría malinterpretarse mis pensamientos, estaba feliz. Realmente lo estaba.

Arturo y Laura me hablaron sobre esto un poco mientras llevábamos las maletas al auto. Sobre los mates, el vínculo, la conexión inquebrantable.

Pero hay un problema...

Soy humana.

No soy fuerte. No soy especial, no en esta parte del mundo en el que él pertenece. Solo una carga.

Solo... alguien que le traerá problemas.

(...)

A estas alturas de la madrugada, Grayson ya debe haberse dado cuenta de que nos fuimos. Y ojalá se esté comiendo la cabeza ansioso pensando en que paso. Me sabía los horarios de los guardias, las rotaciones, los lugar s donde casi no llegaban los guardias a vigilar y también tenía conocimiento de los lugares por donde pasar para que nuestros aromas no quedaran impregnados en los pasillos.

Era una ventaja de ser la guarda principal de Dos de los príncipes del clan.

No hay vuelta atrás. Y realmente no quería que la hubiera.

Desde la ventana, veo a Lucas sacando sus cosas de la mansión de papá Patricio. Se está preparando para llevarnos lejos.

Estoy en el asiento del copiloto. Mis hermanos van en la parte trasera.

De pronto, la puerta a mi lado se abre.

Es papá Patricio.

Me mira con una seriedad que solo dura un segundo. Luego, su expresión se suaviza.




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